❆EXTRA #5

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Galletas en el horno

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Galletas en el horno.

4 de marzo 2028

Nuestra vida ha tenido demasiados cambios. Nuestra casa dejó de tener orden desde que Jared cumplió su primer año, las paredes de la habitación de juegos dejaron de ser totalmente blancas, para pasar a ser pintadas con pintura para pizarrones y ahora están llenas de gises de colores, en cada momento, Adam se encaja pequeñas piezas de lego cuando va descalzo por la sala y hemos tenido que luchar contra Duque para que libere uno de los carritos de Jared. En conclusión, los dos años y medio de vida de nuestro bebé han sido un poco desastrosos y llenos de anécdotas, pero lo estamos haciendo bien; yo intento ser la mejor mamá para él y no cometer los mismos errores que mis padres —aunque ya no hay mucho de esos errores— y Adam es perfecto siendo él.

Aunque algo está pasando, algo que ya viví hace dos años y me da un poco de nervios aceptarlo o simplemente pensar si puede llegar a ser cierto. El día anterior, me sentí muy mal, desperté con dolor de cabeza, dolor de cuerpo y muchas ganas de vomitar, claro que lo hice, como cinco veces en todo el día; Adam se preocupó mucho y me llevó al doctor, según dicen que algo que comí me sentó mal y tuvo consecuencias.

Adam le creyó, yo creí la mitad, pues es raro sentirme así de la nada. La comida casi nunca me hace daño, es muy rara la vez que vomito como desquiciada y ayer solo por tomar poca agua, me iba directo al baño.

En fin, hoy estoy un poco mejor y pude venir al trabajo; Jared siempre me acompaña, estamos aquí durante toda la mañana y nos vamos a la una de la tarde hacia la casa para comer juntos, en las tardes atiendo a unos pequeños que están en terapia conmigo, pero solo es una vez por semana. De ahí en fuera, soy mamá de tiempo completo de un rubio que ya empieza a desesperarse.

—Mami, teno mucha hambe—hace un puchero—. ¿Papi?

—Papi está trabajando, mi amor.

Tlabajo no—niega y me enseña su dedito para también decir que no—. ¿Du?

—En casa, seguro durmiendo—río.

—Mami, quielo una hamburguesa y una sopesa—hace ojitos.

Sí, Adam lo logró y ahora Jar no deja de manipularnos con sus rubias pestañas largas y ojos celestes, que según mi pelinegro, sacó de mí. Cuando quiere algo, nos hace ojitos, cuando hizo una travesura, nos mira con ternura, junta sus pequeñas manos y hace un puchero encantador, en conclusión, Jared Wood es un manipulador profesional y solo tiene dos años.

—¿Quieres ver a abu Ana? Podemos ir a comer con ella y Andrew.

—¡Sí! —suelta un chillido de emoción.

—Entonces vámonos, niño dorado.

Apago la computadora, reúno mis cosas junto con las de mi hijo, sus miles de carritos, su peluche de estrella, coloco su mochila sobre sus hombros, ajusto mi bolsa y caminamos juntos hacia la puerta.

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