Calientes en la oscuridad

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Los Borges hablaban en la mesa, tras terminar la cena que había tenido lugar en el pabellón. Ningún preso había cenado en el comedor general. Era orden de Antín. Había que mantenerlos controlados.

-No seas pelotudo, no te perdás. Mirá que 'sta todo enquilombado el penal, no conviene hacer cagada.
-Quedate tranquilo, Marito. No pasa na'a. Me voy a dar una vuelta por ahí, nada má'.
Mario lo miró fijo. Lo conocía mucho, tal vez demasiado.
-Diosito. Vos me desorientás. Un día estás que no das más de violento, otro no das más de misterioso... Mirame. Si te van a romper el culo, al menos que no te duela. -Dijo bajando la voz, entregándole a su hermano, un pote chiquito de vaselina.
-Uh Marito, no me digá que te estás haciendo retapizar el baúl.
-No, tarado. No es para mí. Es para los trabucos que me buscan. Uno tiene su levante, ¿viste? Y hay que ser caballero.
-Sí, 'ta bien. No, por mí dejalo ahí. No voy a garchar. Voy a dar una vuelta no más.

Diosito salió por poco corriendo. Pensó mientras caminaba los pasillos que no supo negarlo bien, que debió haber sido tajante. También pensó en que tal vez deseaba con todas su fuerzas volver a disfrutar del sexo anal que tan loco lo volvía. ¿Cuánto hacía que no lo tenía? Desde el encuentro con Jennifer, lo recordó en seguida.
Con la llegada de Pastor, ya casi no recordaba el foso ni a ninguna mujer o amante que hubiere tenido.
Lo que quería ahora era ver a Pastor pero no solo por el hecho de verlo o de estar un rato juntos: ahora iba en busca de la promesa que Pastor le había hecho.
Necesitaba seguir metiéndose cualquier cosa que no lo hiciera pensar.
Drogarse juntos era un plan delicioso; creyó que era el mejor que esa noche podía ofrecerle.

Cuando Diosito llegó al lugar que había sido escondite la noche anterior, se encontró con una escena que ni en sueños había imaginado: Pastor estaba en penumbras, apenas la luz mortecina de una vela pequeña lo destacaba de la oscuridad más profunda, se encontraba sentado en el suelo, con los pantalones un poco bajos, el pene erecto, enorme, afuera, masturbándose. Diosito no pudo creerlo. Sentía que ni había empezado el viaje y ya estaba alucinando. Permaneció en las sombras un rato; mirándolo. La silueta oscura y temblorosa de la sombra, proyectaba en la pared un pene gigante, sacudiéndose por los movimientos suaves de la masturbación que Pastor se daba.

Diosito, sintió volverse loco, sintió la garganta seca cuando su lengua mojó sus labios. Sintió algo de dolor al tragar la saliva, que ya empezaba a fluir humedeciéndolo todo. Contener el jadeo lo hizo entrecerrar los ojos un poco. Volvió a abrirlos para no perderse tan deleitable imagen. No pudo evitar su propia erección. Pasó su mano por su boca, por su cara y cabeza, luego la mojó chupando sus dedos para calmarse. No quería tocarse... sabía que algún gemido, producto del placer, se escaparía.
Suspiró.
Decidió, toser con la garganta, hacer como que llegaba.

-Hmmm...
-¡La puta madre, boludo! -exclamó Pastor, sorpendido. En seguida se acomodó el pantalón guardando su pene erecto lo mejor que pudo. -Me asustaste. Te esperaba más tarde.
-Es que no daba má' de las ganas, ¿viste? De las ganas de pegarme alto pase, digo. -Se sentó muy cerca de Pastor y preguntó-. ¿Conseguiste mercancía, felicidad en polvo? Uh, perdoná, no quise decir polvo...
-¿Qué me estabas espiando, boludo?
-No, na'a que vé. No vi nada yo.
-¿Ah no? No parece.

Los ojos de Pastor se posaron un segundo en la entrepierna de Diosito. Tenía un short color anaranjado de tela deportiva, no muy gruesa. Él también sostenía a ese momento, una erección más que notoria, imposible de ocultar.

-Bueno, sí. Llegué y te vi haciéndote alta paja y no sabía qué hacer. Me calenté un poco, es verdad.
Trató de acomodarse un poco pero en ese movimiento aprovechó para toquetearse el miembro un poco, lo cual bastó para sentir un segundo de placer.
-Vengo acá para hacerlo tranquilo. No me gusta tocarme delante de todos -continuó, Pastor.
-Sí, es incómodo con todos ahí cerca... bueno... eh... ¿Y?
-¿Y qué? ¿La merca?
-No, la merca que espere un poquito ahora, mirá cómo estamo'.
-Sí, la concha de la lora, yo quedé re al palo... ya se va a pasar.
-No, yo también quedé re al palo. Mirá lo que soy, hijo de puta. Encima tengo unas re ganas mal. No te ortibé'.
-Pará, no te pegues, tranquilo, Juan Pablo.
-Eh, ¿qué me decí' así? Te sale el cobani de adentro ¿no?
-No rompás los huevos con eso, Diosito, acá adentro soy uno más.
-¿Sabés que a mí me calienta mucho eso? Que seá yuta. Yo nunca te pude sacar del todo de la cabeza, menos ahora que te vi pajeándote.
-Mirá, yo no vine a esto.
-No, ¿a qué viniste? Dale, mirá cómo tenés la verga. Te va a romper el pantalón, mirate.

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