El pasión de Cristian

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Cuando Diosito supo que ya no tenía forma de frenar el ímpetu de Cristian decidió ayudarlo y preparar una noche llena de deleites. Pero no era fácil. En el foso eran varios y a todos les gustaba dominar un poco.

Cristian sería el esclavo. Al ser nuevo, no había dudas al respecto.
Su hambre iba a ser saciado con la lentitud de un calvario.
Todos planearon lo mismo.
Debían disfrutar ellos mismos con el disfrute y el sufrimiento ajeno.

Lo primero que ocurrió cuando Cristian entró al foso fue un poco aterrador para él.
Pudo ver hombres, la mayoría desnudos, con máscaras negras, algunas de cuero y otras de papel.
Sus rostros estaban tapados, sin embargo no fue difícil para él distinguir a algunos compañeros de pabellón; incluso si intentaban no hablar, los tatuajes y los cuerpos eran reconocibles.

A él no le taparon los ojos, le dejaron ver todo.
Iba a ver.
Lo desnudaron entre varios con delicadeza y al instante empezaron a bañarlo con grandes esponjas que generaban una espuma espesa y suave.
Se empeñaban en lavar al extremo sus partes íntimas con sumo cuidado y esmero y el manoseo en las zonas erógenas lo excitó en seguida. No sólo se centraban en su sexo, lo bañaban como si se hubiese tratado de un trabajo exhaustivo. Como si estuvieran lavando el cuerpo de un ángel.

Cristian sonrió para sí y pensó que iba a tener una noche exquisita llena de goce mientras le enjabonaban el bello púbico para hacer buena cantidad de espuma.
Jugaban con ella y él también.
De repente tuvo espuma en la punta de su nariz y sobre sus tetillas.
El aroma a limpio invadió el lugar y contrastaba con ese olor a humedad y bichos muertos propio del foso. Después aparecerían aromas mucho menos agradables provenientes del fondo, en donde se daban lugar a prácticas sexuales extremas y particularmente escatológicas que todavía Cristian desconocía.
Por ahora era el jabón y después la colonia que lo inundaba todo.

Lo acostaron boca a bajo suavemente para secarlo y luego lo hicieron apoyarse en rodillas y codos.
Parecía un animalito impoluto en una selva de cemento, un hermoso ejemplar transgrediendo un hábitat.

"A ver ese gato virgen", dijo desafiante el colombiano colocándole una tabla de madera (en donde le hizo meter sus muñecas) que hacía las veces de esposas. Lo mismo hizo luego con sus pies, que quedaron sujetos a la tabla por sus pequeños tobillos.

-Shh callate, Colombia, que te va a reconocer -dijo Diosito, ingenuamente.

Es que realmente ésa era la idea de las máscaras. Perder la identidad por un momento. Ser otro y a la vez no ser ninguno.
Ser sujetos de placer, en donde sólo sean movidos por sus pulsiones.

César, vestido con un atuendo sadomasoquista y su cara tapada con una mascara de cuero era esa noche, el amo del foso. En ese juego secreto de leyes subvertidas todos respondían a sus caprichos. Se acercó con altivez y apoyó una fusta en la espalda de Cristian recorriendo la espina dorsal hasta el comienzo de la cola empinada.

-Vos. Hacele la previa -murmuró en una voz que sonó impostada, señalandolo a Diosito con la fusta.

Algunas risas animaron a los presentes. Les encantaban los desvirgamientos. Empezaba la acción fuerte.

Diosito, desnudo por completo (a excepción de un antifaz negro), se arrodilló detrás de la cola de Cristian y empezó a tocarle las nalgas. No empezó despacio, al contrario, sus manos amasaban la piel con fuerza, enrojeciendo las carnes al instante.
Su boca de acercó y besó con pasión reprimida los cachetes del culo, dejándolos llenos de saliva. Abría la boca, le pasaba la lengua, casi que lo comía.
Cristian gimió de dolor.
"Ay, despacio", pidió sin éxito en su petición.

-Shh, callate porque te va a ir peor. El orto -ordenó el amo.

Diosito, serio, miró el ano de Cristian como si se tratara de una ventanita. De una incógnita que debiera descifrar. Después se acercó un poco más y lo olió y ese olor particular lo excitó al instante.
Luego con sus pulgares abrió los cantos de la rosagante cola hasta que el ano quedase mucho más expuesto que antes. Parecía un pequeño pimpollo rosado. Empezó a soplar para estimular la zona y al recibir el aire el ano empezó a fruncirse y a moverse por una inevitable respuesta.

Sopló más y más, y más se movía el pequeño anillo de carne como si de una boca que ansiaba ser besada se tratase. Diosito no esperó y con el dedo índice empezó a acariciarlo.

-Ponete el anillo de cuero, dale -ordenó el amo con impaciencia.

Diosito lo tocaba firmemente, creía que cuanto más sintiera ahora menos le dolería después.
Cristian se retorció de goce inmerso en un mar de sensaciones desconocidas. Estar amarrado de esa forma, bajo ese tipo de acoso lo hacían sentir extremadamente vulnerable pero también le daba gusto.
Él había ido por eso.

Sus pensamientos se desvanecieron bruscamente cuando el dedo de Diosito se introdujo sin compasión en su interior, lo que hizo que gritase del dolor y le saltaron las lágrimas. A Diosito le gustaban las cosas así pero cuando César vio eso le tiró un potecito de vaselina para que la use.

Y ahí estaba Dios, lubricando el ano y acariciando a su vez el punto g de Cristian, que ya gemía de placer otra vez, aún con lágrimas en los ojos.

-Ya lo puedo cojer? -preguntó Diosito.
-¿Quién dijo que lo vas a cojer vos? -respondió César con un tono burlón. Y luego señaló al Colombiano que ya se acercaba con su erección en la mano. Diosito se paró de golpe, sacándose el antifaz en un gesto de furia.
En su seño fruncido se evidenciaba su desacuerdo.

Y ahí no más se lo insertó el Colombiano con un movimiento de tal profundidad que hizo que Cristian viese todos los planetas. Imploraba que se la saquen, aquello era más cercano a una violación que a un encuentro sexual apasionado. Sin embargo nadie intervino porque conocían que ese dolor no sólo a ellos los excitaba si no que pronto iría a convertirse en un gozo delicioso que iba a implorar que se repitiera.

-Sí, sí, así te gusta, sodomita -decía entre risas el Colombiano, mientras Cristian se encontraba en la línea fronteriza entre el dolor más insoportable y el más insuperable de todos los placeres. Nunca había imaginado vivir tremenda experiencia.
Gritaba, llorando. Hasta se había lastimado en el intento de zafarse.
Sin embargo, cuando la estimulación en su punto G fue perfecta, pudo relajarse y excitarse hasta tener un orgasmo exquisito.

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La noche terminó cuando una abundante lecheada terminó de salir del interior del joven y Diosito lo ayudara a pararse, a limpiarse y a vestirse.
Incluso tuvo que ayudarlo a caminar de regreso a la celda.

Una vez allí, Diosito le pidió a Cristian acostarse a su lado.

-¿Me puedo acostá' con vos?-, preguntó el rubio, casi rogando.
-¿No era que no se podía?
-Están todos durmiendo, no pasa nada.
-¿Estás enojado? -Cuestionó Cristian.

Diosito tardó en responder.

-Estoy celoso, no enojado. Yo no quiero que vayá' má' ahí, Moco. De última lo hacés conmigo, ¿entendés? No podía verte ahí sufriendo. ¿No viste como se cagaban de risa de mí?
-No. A mí me gustó, qué se yo. Bueno, otro día me dirigís vos. Porque pienso volver, ¿viste? Fue hiper extraño y doloroso pero al final la pasé bien.

-Che Moquito, no da para que te la meta un ratito?
-¡No, pelotudo, me duele todo!
-Ah sí, cierto... ¿Y una pajita? Dale, la tengo re dura, yo no pude acabar al final, si me re calenté con el boludo del César. Porque era el César el amo, ¿viste? Te digo porque como tenía la máscara y eso... Igual, como que no tendría que haber dicho el nombre porque por algo se ponía una máscara... uff dale, que se me va a subir la leche al cerebro si no. Che Moco, ¿te dormiste?...

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