Un camino de ida

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El cigarrillo arrastró con sigo un pedacito de piel de sus carnosos labios.
Le dolió.
Cristian expulsó el humo con fuerza y se pasó la mano por el labio inferior, frunciendo el seño. Su gesto, de repente, le remitió a aquel otro de unas noches atrás que había visto con enorme asco pero (ya sin esa cantidad imposible de alcohol encima) le generó esta vez cierta sensación de agrado.
La imagen de Diosito bebiendo su propio semen le produjo cosquillas de curiosidad en el bajo vientre.
Así de rápido podían cambiar las cosas a los 18 años.
Asi de rápido podían cambiar el rumbo las cosas en San Onofre.

Efectivamente a medida que pasaron los días, Cristian se fue interesando por aquella parte secreta de la vida carcelaria. Suponía que había mucho que aún no sabía y quería conocer.

La necesidad desmedida de tener sexo (que a esa edad se hace imposible tanto revertirla como ocultarla) y la conciencia de que iba a estar tras las rejas por un buen tiempo lo condujo a no separarse de aquello que le facilitaría obtenerlo: Diosito.
Pensó en su compañero como un proveedor, un dealer de todas las cosas ricas.
Los ojos semi cerrados le nublaron la visión y la cárcel toda se volvió difusa. Cuando la lengua de Cristian empezó a lamer su propio labio Diosito se acercó.

-Y, ¿conseguiste? Dame una seca, pendejo. Que gana de porrea' tenía.

-Sí, tomá- respondió Cristian ofreciéndole el cigarrillo armado.

-Lo que hace la guita no? Alto velón jaja.

Diosito fumaba con urgencia. La marihuana lo hacía sentir a gusto, medido, con un temple de acero. Nivelaba su esencia, lo entusiasmaba.
De repente sus ojos se posaron en los labios del más joven.

-Tené' sangre pelotudo.
-Sí, ya sé, no es nada -respondió Cristian, algo incómodo. Miró en rededor. De lejos, bajo los rayos del sol, los presos hacían gimnasia o jugaban al fútbol; parecían ser títeres en una maqueta gigante hecha de cemento y toldos agujereados.

Fumaban. Aspiraban ese porro como si fuera la última gota de oxígeno.
En esa complicidad, los hombros se rozaban, los cuerpos pegados, se mojaban entre sí por la transpiración de sus pieles. Sentados uno al lado del otro, fumaban alejados de todos, miraban un punto borroso imaginario, retirados de esa geografía inusitada y conocida que era el patio.

Me gusta estar con vos.

Cristian no supo nunca si lo dijo pero juró escucharse a sí mismo pronunciar esas palabras. También escuchó su risa pero tampoco estaba seguro de haberse reído.

Los minutos y las horas pasaban lentos. Casi con burla, transcurrían sin prisas ni angustias.
Total, tenían todo el tiempo del mundo de sobra, allí adentro.

Fumados, como estaban fueron a las duchas. Sabía Diosito que nadie estaría usándolas. Ningún preso se perdería el momento de distensión para bañarse. Eran raros, pensó. Pero los raros eran ellos, en realidad.

La mayoría se movía en grupo, algunos de a dos y otros en solitario. Diosito creía que no era bueno que el hombre estuviera solo y -como además tenía que cuidarlo- se lo cargó a Cristian para que lo acompañase, hasta para bañarse.

Desnudos, cual Adanes en una suerte de Edén oxidado, se sumergieron cada uno, bajo su propia ducha. El clima estaba templado y aunque el agua de a ratos salía más fría, no sintieron frío. Diosito se ponía shampoo en la cabeza mientras Cristian esperaba el pote, mirándolo discretamente. Quería verle el pene otra vez y no logró aguantarse las ganas. Era imposible no tentarse, el tamaño de la verga lo tenía sorprendido. Aprovechó que Diosito tenía los ojos con shampú y lo miró de nuevo.
Ni bien llegaron supo a qué habían ido.
El vapor lo invadió todo de una voluptuosidad insondable.
El aroma llenó el lugar con espuma de coco.
El más joven preguntó, para discimular sus ansias:

-¿No se te va la tintura con esto? Esto es re trucho.
-Un poco, cada mes me tiño, igual. Hay que estar lindo y prolijo no? Así como vo'.
-Ponele -respondió Cristian mientras cerraba los ojos para sentir el agua en la cara. Para tratar de no mirar.
-Che pibito... Ahora que no hay nadie, te puedo ve' donde te lastimaste? preguntó acercándose Diosito.

Obvio que era una excusa porque antes tampoco había habido nadie y después tampoco iba a haberlo. La soledad era muy fácil de obtener, lo difícil era crear momentos adecuados y que no se deshicieran como la espuma del shampú.

Cristian finalmente pudo mirar de frente a Diosito aprovechando su acercamiento. Su cuerpo era absolutamente viril: los músculos parecían recortarse con cada movimiento, la piel pegada al músculo parecía tallar nuevamente cada abdominal con perfecta cadencia, con el golpe del agua sobre su plano vientre.

-A ver, ¿puedo? -Volvió a preguntar el rubio, acercándose más.
-Sí pero ya te dije que no tengo nada. -Cristian entrecerró los ojos, tenerlo tan pegado lo hizo estremecer. Nunca había tenido a un hombre tan cerca, casi rozándolo, mucho menos con nada de ropa.
Se ruborizó.

Los ojos eran curiosos.
Deleitaron su irreverencia y a través de sus pestañas fue recorriendo su hombría, sus tatuajes, la verga que ya estaba dura y larga.

Diosito le tomo la cara con las 2 manos y le tiró para atrás la cabeza. De repenté la temperatura subía en ellos, Cristian sintió en su miembro el roce de la verga de su compañero. Cerró los ojos al borde del desmayo, abrió los labios, se sintió muy débil y pensó esa escena como un momento de una sensualidad imposible de soportar. Quiso que lo bese con fuerza pero en vez de eso, Diosito lo abrazó con ambos brazos y acortó aún más la distancia entre ellos hasta quedar casi unidos.

Sus cuerpos hervían, las caricias resbalaban en nucas y espaldas. Sus miembros erectos se restregaban entre sí y ellos jadeaban casi en silencio bajo el modesto chorro de agua.
El vapor era balsámico.
El frote iba a hacerlos eyacular en cualquier momento.

De repente, Diosito soltó al jovencito y se arrodilló con las rodillas algo abiertas. Era sexy en cualquier pose.
Irresistible, acercó su cara al miembro de Cristian que parecía que iba a explotar de la erección que traía.
Desde esa perspectiva, la visión de la verga era tremendamente pornográfica.

Diosito miró.
Los testículos eran dos pelotas perfectas cubiertos por una tersa piel apenas amarronada.
Cuando se vio expuesto, Cristian llegó a taparse por pudor, su enorme erección.

-Tranqui, no tengá vergüenza nene. Quere' ver cómo te hago pintar el baño sin chuparte la pija? -preguntó Diosito sin esperar respuesta alguna.

Miró las pelotas de Cristian nuevamente con un antojo insaciable y comenzó a lamer como un gato que apenas aprende a comer. Eran suaves y estaban calientes; tiesas, en su sitio (propio de su corta edad), apenas se movían con cada lenguetazo. A Diosito le encantó esto y los envolvía con su lengua jugando a moverlos dentro de su grande boca. Primero uno, luego el otro y hasta llegó a meterse los 2 testículos sin dejar de acariciarlos con su lengua. Sintió el gusto salado y delicioso de los huevos que envolvía con sus labios.
Abrió los ojos para ver cómo el miembro de Cristian se agrandada más y más.

Voraz pero con una suavidad magistral, Diosito no pasó más de unos pocos segundos más chupando ávidamente cuando la sensación de orgasmo invadió a Cristian aflojándole el esmirriado cuerpo y haciéndolo caer sobre sus rodillas como en un súbito desmayo delicioso. Terminó eyaculando en el suelo, compulsivamente, jadeando, entre los brazos de Diosito. Sus caras pegadas, sus cuerpos juntos, la respiración agitada, los músculos que se tensaron y que luego se fueron aflojando.

El porro que se habían fumado no permitió que terminaran de discernir del todo si todo lo que había ocurrido, había ocurrido realmente.

Abrieron los ojos, entendieron que el placer estaba allí al alcance para ser usado a su antojo. Abstraídos, extasiados, quedaron mirando cómo el agua arrastraba consigo, el espeso líquido blanco hacia el negro desague infinito.

Diosito lavaba amores.
Cristian vaciaba lujuria.

Esa noche Cristian se masturbó muchas veces porque ni bien lo recordaba se le volvía a erectar el pene. Sin saber bien qué parte de lo ocurrido había sido creado por el flash del viaje, pensó que no le importaba saberlo tampoco y que de haber sido verdad, nunca nadie le había "chupado las pelotas" más allá de lo metafórico de aquella frase tantas veces dicha, sin sustento.
Sólo supo que le había encantado.

Fue un camino de ida.


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