Lluvia dorada

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Los primeros manotazos no fueron dirigidos a su pija. Los hombres manoseaban a Diosito pero por otras zonas no menos erógenas: acariciaban su cuello, su espalda, su ingle, su pecho y su vientre. Algunos le tocaban, entre risas, los testículos y le tironeaban suavemente el vello púbico. La idea era tremendamente clara y antagónica: volverlo loco de placer y por la falta de él, a la vez.

Cristian no se animó a acercarse demasiado, como si mantener cierta distancia le permitiera conservar cierta privacidad absurda. Se undía en sus deseos, sus pensamientos lo desconcertaban.

-La onda es no dejar que se le baje, amigo, ves? Mirá cómo lo calientan los hijos de puta -le susurró César a Cristian sin perderse detalle. 

Cristian lo miraba todo como si fuese el espectador de una película viva. Un gran circo romano atiborrado de hombres desnudos placeres extraños y gemidos. Veía la tortura erótica mientras tomaba la cerveza de forma casi desesperada.

Estaba nervioso, se había apoderado de él una adrenalina que le generó una sensación que jamás había sentido. Tenía ganas de que todo se esfumase como la llama humeante de una vela que se apaga para ser sólo Diosito y él pero a su vez necesitaba seguir viéndolo todo tal cual sucedía frente a sus ojos. Como si todo él estuviera impulsado por las pulsiones del morbo y fuese aquella la mejor versión de sí mismo.

-Tomá, tomate otra pá.

César le acercó otro porrón de cerveza rubia y se acercó aún más al círculo que rodeaba a Diosito. Él mismo se encargó de tocarlo un poco. 
Cuando la erección del rubio caía un poco le sacudían un poco el miembro para que volviese a estar henchida y rígida como una piedra pero no lo masturbaban del todo.

-Mirá cómo tenés esa verga, te va a explotar guacho -le dijo a Diosito.
-Pajeame la concha de tu hermana -exclamó el menor de los Borges-. No puedo más, dale.
Imploraba.

"Qué querés pedazo de calentón".

"Mirá como pide paja esa verga".

"Le va a reventar la vena".

Cristian empezó a tocarse porque ya no podía soportar no satisfacer su propia calentura. Le daba impotencia que lo dejen deseando tanto, implorando por poco que se lo violen. A Diosito, su protector, su amigo allí adentro, al chico que mejor placer le había dado, a su Diosito, no podían hacerle eso.

Estaba mareado.
Se le llenaba todo de leche, de fuego y de deseo.
¿Le habían puesto algo a la cerveza?
Todo al rededor parecía cobrar otra dimensión.
Cerró un poco los ojos para centrarse en su placer. Él tampoco daba más.

De repente César dio la orden y los litros de cerveza se hicieron lluvia en Dios. Los hombres comenzaron a orinar a Diosito como si jugasen con mangueras. Hubo risas y gemidos de placer.
Manipulaban con la verga la dirección del chorro de pis haciéndolo recorrer el cuerpo atado y erecto. Le hacían pis por todos lados, todos a la vez.

Entonces Diosito tenía un chorro de pis que lo mojaba en la nuca y la espalda y otro entre los mismos testículos hinchados. El colombiano jugó con su pito haciendo que su orina cayese sobre el abdomen y sobre la verga. Muchos orinaron sobre el miembro amoratado que se sacudía de placer.

A Diosito lo volvió mucho más loco de placer aquello. Le encantaba. Lo ponía más al palo y lo disfrutaba deliciosamente.
Sentir el pis caliente lo calentaba de una forma inigualable. A tal punto que empezó a mover la pelvis como intentando dar embestidas sobre algo que no había, en el afán de conseguir algo de placer, vanamente y más lo torturaron con caricias interrumpidas y más pis.

-Que alguien me pajee hijos de putas -clamaba desde el suelo. Su cuerpo empezaba a enfriarse hasta que otro chorro caliente de pis se derramaba sobre él para calentarlo en todo sentido.

-A ver el esclavo como abre la boca puerca -pidió el Colombiano y Diosito obedeció al instante.
Cristian casi escupe la cerveza cuando vio aquello. Grotesco. Diosito con la boca muy abierta y todas las pijas meándole la boca, la cara y el pelo, todo. Algunas se le apoyaban
Alguien pajeó a Diosito en ese instante, quién gimió de un placer exquisito en el mismo momento en que la lluvia dorada lo bañaba entero.
El asco que sintió Cristian contrastaba enormemente con el placer que sentieron todos e incluso con el propio, porque aún con el estómago revuelto se masturbó con unas ganas absolutas.

Se imaginó a su lado, abrazado a Diosito y desnudo, bañado por ese meo repugnante y más rico lo hizo acabar ese pensamiento abstracto.

Esa noche al volver a su cama se preguntó cómo algo que le generaba rechazo lo podía poner tan al palo. Pensaba y se le volvía a endurecer la pija.

César le había pedido que no dijera nada que había estado en el foso pero a él se le iba a escapar y César lo sabía.

Escuchó a Diosito entrar y desmayarse sobre la cama. El olor a cerveza y pis inundó la habitación. Quería estar con él, lo deseaba y aunque no se sentía del todo bien no importaba. La calentura que sentía lo sobrepasaba. Se imaginaba que lo meaban, que lo ataban y le pegaban. Se hizo un poco de pis encima como cuando era niño. La sensación lo enloqueció. Sentirse mojado lo erotizó y se imaginaba que no era suyo y más se le paraba. Soltó otro chorrito y otro.

Cerró los ojos y empezó a pajearse otra vez.

Al día siguiente, lo despertó los gritos desaforados de Mario.

-¡¡Hay una baranda a culo y a huevo acá, es un asco esto, a levantarse. Y meó un gato parece, hay que limpiar acá!! ¡Una baranda a meo de gato!

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