Hasta el amanecer

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Estuvieron un largo rato en silencio, especialmente escuchando las vicisitudes de la situación del motín.
Observaron atentos, testigos, cómo todo se había vuelto un caos para desaparecer, después, cuando la madrugada empezaba a caer.
Se escondieron para seguir observando. El silencio apenas roto por algún grito lejano. Observaron la idea de vacío que profesaba una cárcel dormida, aletargada, dominada por la fuerza de la ley.
Se observaron ellos, luego. También sumidos en una tensión por no ser encontrados.

Diosito ya estaba mucho más repuesto. Lo veía todo con cierto desdén.
Pastor lo había salvado del abismo pero ese tema lo tocarían después.

-No sabía que estabas acá. -Se animó a decirle Diosito.
-Llegué con los traslados. Algunos se fueron y otros vinimos-. Pastor estaba tranquilo, portaba la templanza de siempre; prendió un cigarrillo y preguntó. -¿Querés uno?
Diosito lo miraba fijo. No respondió.
-¿Por qué me salvaste?
-No lo pensé. Lo hubiese hecho con cualquiera.
-¿Sabés que no te creo? No te olvidé' que yo te conozco. Pasaste de querer hacerme mierda a evitar que me hiciera mierda yo mismo.
-Nos necesitamos. Acá adentro tenemos que estar fuerte.
-Dame una seca.

Pastor pitó su cigarrillo lentamente, con fuerza, calando intempestivamente, antes de pasárselo a Diosito. Éste último recordó viejas pasiones. Volvió a sentir el deseo que sintió en su momento por Pastor. Entendió que el deseo no había muerto, que volvía a calar hondo como la seca que Pastor le había dado al cigarro que ahora apretaba en sus labios.
-Me salvaste de que me rompa todos los huesos.
-Soy un Mesías. Ahora puedo decir que salvé a Dios. -No fue gracioso en su frase pero sí logró que Diosito apenas sonriera, que saliera de ese lugar de desconfianza en el que estaba.

Pastor continuó:
-Al menos sabés que podés contar conmigo. Que si estamos cerca no nos van a tocar. La idea es esa, no ser débiles. No sé qué te pasaba pero no hay que tirar la toalla. Sé que te salvé pero no sé de qué.
-Nada. 'Taba re caliente, podrido de todo. Encima también estaba puesto. Me enteré que palmó un wacho que ranchaba con nosotro'. Me partió el corazón.
-¿Falleció en el motín?
-No, murió de una enfermedad hija de puta. El viejo lo tenía protegido porque sabía que mucho no le quedaba. Lo que me cagó de bronca es que no me pude despedir. El pendejo me tenía todo el respeto acá adentro, se había pintado el pelo como yo y todo, pero no sé... a lo último medio que estuve sin relacionarme con él. Bah, lo veía pero era difícil mirarlo para mí. No soportaba saber que sufría.
-Estabas enamorado entonces.
-¡Eh ¿qué decís puto?!
-Shhh... nos van a oír.
-No. No estaba enamorado. Era un punto acá adentro. El padre, pa' que lo cuidásemo', nos habilitaba buena papusa, de la rica. Por eso lo cuidábamo' al pendejo.
-¿Eso te bajoneó? ¿Por eso te ibas a tirar?
-(...)
-Quedate tranca, acá siempre se consigue todo tipo de frula.
-¿Vos tenés?
-Ahora no. Puedo conseguir para mañana.
-Uh loco pero estoy re manija ahora. No quiero bajar. Necesito otro pase ya, es un bajón bajar. Necesito meterme una raya urgente.
-Tranquilo.

Diosito había empezado a desesperarse. Bajar era lo peor. A ese punto era peor que bajar por ese precipicio que hubiese sido su salto al vacío.
Su frente hervía, sus manos temblaban. La ansiedad se manifestó imperiosa.

-No la tratás de dejar hasta que sufrís un poco. Recién ahí te olvidás. Pero si en cambio te la seguís metiendo igual, es como todo también: te vas acostumbrando a los bajones, a la ausencia de todo tipo de sentimiento, buenos y malos. Te acostumbrás a no sentir dolor. A querer siempre sentir más placer. Y más y más placer pero después, nada alcanza.

-Hay mucha' maneras de sentir placer. Coger. Un beso. Un beso también da placer, aunque sea algo que solo le des a quien queré' de verdad.
-¿Cómo es? Garchar se garcha con quién sea pero un beso solo con amor?
Diosito hizo un largo silencio. Quiso hablar pero no pudo, concentró su mirada en la de Pastor para luego fundirla en un rincón oblicuo, en donde las primeras señales del alba empezaban a plasmar su luz. Parecía un niño rubio, abandonado, enojado con algún recuerdo lejano. Ante los ojos de Pastor, por primera vez lució atractivo. Algo en él brilló distinto.
-Che, vamos -dijo Pastor-. Ya es de día y van a darse cuenta de que no estamos. ¿Podés caminar? Vení que te ayudo.

Pastor abrazó a Diosito, esta vez, para ayudarlo a incorporarse. Los efectos de la droga (si bien aún se manifestaban en el blondo) empezaban a desaparecer.
También la desconfianza desaparecía. Diosito empezaba a ver en Pastor alguien con quien poder abrirse, alguien en quien poder refugiarse hasta el amanecer, aún cuando todo lo demás careciera de sentido.

Continuará...

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