Sodomía en San Onofre

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Diosito empezó a mojarse con saliva y en seguida se introdujo el vergón erecto en el ano.
Le dolió un poco al penetrarse pero no se quejó. Sintió cierto alivio cuando lo tuvo adentro.
Le gustaba.
Gemía de placer porque gozaba demasiado.

Cristian no podía dejar de verlo. Diosito hablaba y gemía inmerso en la locura que le proporcionaba tamaño miembro adentro suyo y la amalgama  de tantos indecentes vicios.

-Che mirá como te mira tu amigo -le dijo César a Diosito mientras Jennifer se la seguía chupando. No obtuvo respuesta y entonces le habló a Cristian-. ¿Viste? Le gusta que le revuelvan el guiso con cucharón de carne a éste, jaja.

-Callate boludo, me desconcentrás -llegó a decirle el rubio mientras subía y bajaba cabalgando a la morocha.

-Así bebé, goza, cómo te gusta mi pedazo de pija, rubio -le susurró Jennifer cuando pudo sacarse la verga de César de la boca por un instante.

-¿Y a vos, te gusta mi pija? -preguntó este último-. Estoy re caliente mami, no sabés las ganas que tengo de llenarte la colita de leche. Mmm... Así, chupala así, despacito, sí, cometela toda mamita. Como te gusta petear eh.

-Asi nena, no sabés cómo me gustás. Que rica sos hija de puta, tenés unas tetas re lindas y un re pedazo de pija-. No paraba de hablar sucio. Diosito se restregaba contra la pelvis de Jennifer  para sentir bien adentro de su recto la verga dura y caliente de la amante de turno. Después empezaba otra vez a subir y a bajar sobre su miembro erecto, le gustaba sentirse penetrado, lo volvía loco, le hacía subvertir todos los sentidos. Estar tantos años en prisión le había enseñado a buscar y a encontrar distintas maneras de satisfacción. No se planteaba ni orgullos ni prejuicios, nada, porque las formas ahí adentro eran otras. San Onofre le había dado la posibilidad de potenciar toda su capacidad de goce, perderse en un mar de placeres infinitos, todo por el grato hecho del disfrute en su máxima magnitud.

Cristian iba a aprenderlo más tarde.
En ese momento apenas comprendía esas inquietudes, recién comenzaba a decodificarlas.
Pero él tenía las suyas. Las propios de su edad, las que no había experimentado nunca con su novia, las que nacían de sus propios apetitos sexuales.
Veía como la pija de Diosito se sacudía con cada embestida y tuvo ganas de tocarla. El vodka, la merca o su propia calentura lo estaban animando a meterse entre ese trío. Nunca había hecho nada parecido. No iba a perderse la oportunidad esa noche.
No tuvo más que acercarse que en seguida todas las manos se posaron en él, tocándolo y acariciándolo.

-Bien pá, acercate, esta fiestita es tuya, ¿no te dijo este? -le dijo César mientras lo abrazaba de la nuca y se le apoyaba en el cuello. Estaba mareado.
Todos lo estaban.

Estaban calientes. Calientes, literalmente, además.
Jadeantes.
Drogados.
Borrachos todos.

Diosito le manoteó la pija al más joven y Jennifer le acariciaba el resto, como podía: la espalda, las nalgas y el pelo. La cara y las piernas.

-¿Te gusta que te toque? -le preguntó Diosito a Cristian.
-Sí -gozaba, apenas podía hablar.
-Te vi mirándome la pija, ¿sabés? No sabés cómo me calienta -apenas susurró.

-Che Diosito, cambiemos; hacete romper el orto con tu amigo que yo le quiero hacer el culo a la Jenni -exclamó César, imperativamente.
Enseguida Jennifer se quitó a todos de encima y se puso en cuatro para ser penetrada. Gemía ella, y él le decía cosas sucias que apenas se escucharon. Empezaron a pasarla tan bien que se olvidaron del resto.

Diosito y Cristian quedaron ahí, varados en una calentura un poco rota, interrumpida pero que por la misma causa, crecía desmedidamente.

-Se cortaron solo esos dos. -Diosito seguía desnudo vestido sólo con su remera. La pija empezaba a bajarse un poco quedando semierecta, abultando la ropa como si fuese una gran carpa.
-Sí, no? -Dijo Cristian entre divertido e incómodo, sentándose frente a Diosito. Se cubrió sus partes con el pantalón.
-Pasame un trago-. En ese momento los gemidos de Jennifer y César llenaron el silencio. Tras acabar, no tardaron en irse.

-Nos vamos, los dejamos garchar tranquilos -se despidió César.

Cristian y Diosito apenas saludaron. Tomaron lo que quedaba del vodka, fumaron y estuvieron unos minutos sin decir nada. Diosito pasó de un estado de altísima calentura y de haber empezado a masturbar el pene de Cristian a un momento de inesperada incomodidad. Como si la conciencia hubiese despertado repentinamente y hubiese así, roto una suerte de anhelado encanto. La alucinación generaba conciencia de realidad alterada. Se percibían yuxtapuestos los dos planos, como si sólo por un micrón de segundo la realidad lograra sincronizarse con ese vuelo placentero.

-Cualquiera, se pensó que me ibas a romper el culo el pelotudo este -dijo Diosito entre risas nerviosas.
-...
-jajaja le pegó mal la pala, no sé.
-...
-Mirá si me vas a quere' coger.
-¿Por qué no? -preguntó Cristian rompiendo su silencio. -¿Qué tiene?
-No sé que tiene, decime vos.
-Vos decime.
-Decime vos.

Se miraban con un deseo imposible de ocultar. No daban más de las ganas. Más allá de no haber terminado lo que había comenzado y de la necesidad de satisfacer la libido, se tenían ganas ellos.
Profundamente.

En esa dubitación, las piernas de Diosito se abrieron hacia los lados de Cristian. Sus rodillas se flexionaron aún más y con ese movimiento la pija y los testículos salieron de abajo de su remera. Quedaron expuestos deliciosamente, cayéndole encima un hilo de claridad de la luz de la luna. Parecía una escultura magnífica colocada deliberadamente en un templo roñoso y repulsivo. En ese margen de silencio e intimidad, la pija cobraba vida, volumen y turgencia. Era enorme con una cabeza perfectamente redondeada que sobresalía generosa.
Diosito miraba a Cristian con una fijación insaciable, pero en esa mirada ocultaba un sentimiento parecido a la vergüenza. Se auto desconoció en ese momento.
Sintió sus propios latidos.

Cristian también lo miraba, había calma en su mirada; como si de alguna manera conociera ese sentimiento agobiante que Diosito sentía. Después de implantarle seguridad desde su templanza, dirigió la mirada a los organos sexuales que se le ofrecían.
Pudo ver finalmente -sin tener que discimular- la verga en todo su esplendor, la tocó, por primera vez le manoseó la verga. Sintió él también algo que jamás había sentido. Se sentía sexual, subversivo, adulto mientras su mano recorría el miembro en toda su extensión. Era venoso y estaba caliente. Se movia. Palpitaba como un animal furibundo.

Diosito empezó a gozar y a gemir de placer ante tan exquisito toqueteo. Y también empezó a masturbar a Cristian cuando éste sacó su erección afuera.
Se movían por instinto.
La penumbra les daba el valor de pajearse mirándose a los ojos.

Gemían de placer entre espasmos de respiración entrecortada. Los cuerpos gozaban, se sacudían, la sangre bombeaba agolpándose en el centro de sus vergas, empujaba el placer hacia sus glandes perturbados, deseosos de satisfacción urgente. Necesaria.

Aquella masturbación cruzada fue la gloria. Cristian iba a cogerse a Diosito pero no sucedería esa noche. Esa noche no llegaron a más porque el goce de su masturbación mutua fue tan intenso que explotaron en un orgasmo casi inmediatamente.

Diosito sintió que hacía rato no le brindaban placer semejante. Quiso en ese instante que esa noche no termine pero había que volver.

Cristian sintió que la había pasado excelente. Que no importaba lo que habían planeado los demás para él, sintió que su fiesta había sido esa.

Que lástima que había tenido que terminar pensó, y mientras cruzaba el patio y los desolados pasillos pensó que no importaba porque seguro vendrían muchas otras, y mejores todavía.


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