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—¿Ya lo tienes todo listo?—preguntó Italia, asomándose a la habitación de su pareja, que terminaba de ordenarlo todo porque su padre estaba a punto de llegar. Michi no dejaba de maullar desde dentro del transportín, y Paella estaba retenido con una correa que España le había puesto para que no escapara ni se escondiera como siempre hacía. 

—Casi—respondió el español, terminando de cerrar la maleta. —¿Te vas a llevar a Reich?

—No—respondió Italia, pues se imaginaba las peleas que causaría su gata con Michi y Paella si tenían que convivir todos juntos. Italia Fascista, desde el salón, le dirigió una mirada asesina a los animales que España tenía, especialmente al hurón, nervioso porque el padre de España podía llegar en cualquier momento, y entonces su humor empeoraría todavía más porque odiaba con toda su alma tanto a España Republicana como a España Franquista. Aunque, al menos, al segundo no le iba a ver. 

Apenas tuvieron tiempo de llegar al salón, cuando el timbre de la casa sonó y España se puso todavía más nervioso. Llevaba muchísimos años sin ver a su padre. Italia asesinó con la mirada al suyo y le agarró del brazo con fuerza para asegurarse de que el más alto no iba a pegar al padre de España en cuanto apareciera.

El español menor abrazó con fuerza a España Republicana en cuanto abrió la puerta. El más alto se quedó petrificado por unos segundos, principalmente porque la última vez que había visto a su hijo, él tenía once años, y ahora tenía veintidós. Había pasado de ser un niño tímido y al que le costaba hacer amigos, a ser un adulto.

Le devolvió el abrazo con fuerza, mientras notaba cómo España lloraba un poco, y le acarició el cabello con lentitud para calmarle. No se separó de él hasta pasados dos minutos enteros, en los que Italia Fascista ya había empezado a resoplar porque aquello estaba empezando a ser insoportable y eterno.

España se secó las lágrimas antes de agarrar a su padre de la mano y hacer que se metiera en la casa, cerrando la puerta tras él. Se aferró a su brazo, mientras España Republicana observaba a los dos italianos, especialmente al menor. La última vez que lo había visto, él también era un niño de la edad de España, que se negaba a peinarse porque decía que le resultaba imposible, y que a veces robaba el maquillaje de los supermercados y lo ocultaba en su casa porque no quería que sus padres se enteraran. 

Pero ahora tenía la misma edad que su hijo, parecía más formal y se encontraba allí parado, en el salón, junto a su padre. Clavó su vista en Italia Fascista exactamente como él llevaba haciendo desde el primer momento, pero no quiso decir nada brusco para no arruinar el ambiente. 

—Mira, papá, él es mi pareja—arrastró a España Republicana, que perdió el contacto con Italia Fascista, hasta quedar frente a Italia, que no sabía exactamente qué hacer. Miró hacia otro lado y murmuró un "hola" vergonzoso. El padre de España tenía una pinta más asesina de lo que él recordaba. 

(...)

España había decidido sentarse en el asiento de copiloto del coche, e Italia había obligado a su padre a sentarse detrás del asiento de España Republicana, sólo para que no le pudiera ver y empezaran a pelear. Aunque, si no peleaban ahora, lo harían a la vuelta, cuando estuvieran solos.

Apenas llevaban diez minutos de trayecto, cuando oyeron a Michi empezar a maullar débilmente. España intentó colar la mano en el transportín para acariciarle y que no se sintiera mal, pero no lo consiguió. 

—¿Qué le pasa?—Preguntó Italia Fascista fríamente, pues sabía que si el gato empezaba a maullar todo el tiempo, se cansaría de él y terminaría matándolo. 

—No le gustan los coches—respondió España, sintiendo pena por el animal. Aunque, finalmente y tras veinte minutos de maullidos, el felino terminó durmiéndose por culpa del cansancio, y todo volvió a estar en silencio porque nadie sabía de lo que hablar. 

Después de cuarenta minutos de silencio incómodo, por fin llegaron a su destino, y España estaba tan nervioso y contento a la vez que saltó del  colche en cuanto este se detuvo. Agarró a sus dos mascotas y corrió hasta visualizar más de cerca la casa. Era pequeña, pero increíblemente bonita. Italia llegó un poco más tarde porque se vio obligado a cargar con su maleta y con la de España, que ni siquiera se había acordado de ella. 

—¡¿No te encanta?!—Chilló España, eufórico. Le arrancó la maleta de las manos a Italia y buscó las llaves de la puerta de la cabaña. España Republicana se acercó hasta ellos y se quedó quieto al lado de Italia, observando a su hijo emocionado como si todavía fuese un niño. Le dirigió una corta mirada al italiano, la cual no era demasiado alegre, pero tampoco era asesina. 

Italia, con tal de alejarse de ese hombre que tan mala espina le daba, siguió a su pareja hasta la puerta de la cabaña. España ya estaba dentro, encendiendo todas las luces y observando la decoración por dentro. Tenía que admitir que era muy bonita.

España dejó el transportín de Michi en el suelo y subió las pequeñas escaleras a toda prisa. En el piso de arriba sólo había una pequeña y segunda habitación, más grande que la del primer piso, e Italia decidió que dormirían en esa. Aunque, al menos, le consolaba saber que si España le mandaba al sofá a dormir alguna noche, no tendría que dormir literalmente en el sofá, sino que tenía una segunda habitación que tampoco estaba nada mal. 

España Republicana también observó la casa sin decir nada, aunque parecía dar su aprobación, porque no dijo nada. España regresó al salón para abrir el transportín y que Michi pudiera salir, pero dejó a Paella atado porque no quería que el hurón empezara a corretear por todos sitios y a tirar las cosas nada más haber llegado.

Italia se dio cuenta de que su padre no estaba por allí alrededor, y cuando le preguntó con timidez al padre de España, éste le respondió que se había quedado en el coche porque no quería salir, e Italia se propuso salir de la casa para poder despedirse aunque fuera, aunque decidió no hacerlo porque si Italia Fascista no había salido del coche era porque no había querido y ya está. Sus razones tendría. 

De modo que, cinco minutos después, España se encontraba abrazando a su padre con fuerza, pidiéndole que no se fuese, aunque a Italia le daba miedo porque quizás, si el español seguía insistiendo, España Republicana sí quisiera quedarse, y eso iba a resultar verdaderamente fastidioso si sucedía. 

Por suerte, el español mayor acabó despidiéndose de su hijo, que estaba triste y feliz al mismo tiempo. Italia se sintió muy aliviado cuando se quitó de encima la mirada de España Republicana. No podía asegurar que le estuviera mirando mal, porque no le había mirado las suficientes veces, pero era inquietante y molesta.

España se agachó para soltar a Paella, que empezó de inmediato a oler todo lo que le rodeaba, y que también tuvo problemas para subir las escaleras, ya que los peldaños eran muy altos. Italia se rio cuando vio que el animal tenía que dar saltos para avanzar de escalón a escalón, y España le dirigió una mirada asesina antes de acudir a defender a su hurón.

—Pobre, no te rías de él, hace lo que puede—frunció el ceño de forma adorable. Italia intentó aguantar la risa cuando vio al hurón tropezar con un escalón. Iba a ir al infierno por reírse de eso, pero es que era demasiado gracioso.

La mirada que le dirigió España le indicó que también iba a ir al sofá a dormir esa noche. 

A solas ~ España × Italia ❀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora