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España todavía no le había contado a Portugal que Italia y él eran pareja ("pareja", qué bien sonaba esa palabra), y tampoco sabía cómo contárselo, porque, por alguna razón, le daba vergüenza. 

Y, precisamente porque no sabía cómo decírselo, era horriblemente incómodo que el portugués la agarrara de  la mano o intentara darle besos en la mejilla. España se apartaba disimuladamente, como podía, mientras se sonrojaba, aunque no por Portugal, sino por la incomodidad. Y el más alto parecía extrañado de que le evitara de esa forma, porque nunca lo había hecho. 

—Para, por favor—pidió España, empezando a sentirse muy incómodo. Portugal le miró, sorprendido, pero se apartó de inmediato, avergonzado, mientras España apartaba la mirada con vergüenza.

De pronto, empezó a sonarle el móvil, indicando que alguien le estaba llamando. Sacó el teléfono y, por fortuna, Portugal no quiso mirar para no molestar aún más, porque se trataba de Italia. España se quedó quieto durante unos segundos, pensando en qué hacer.

Finalmente, optó por levantarse del sofá y decirle a Portugal que enseguida regresaba, para después  correr hacia su habitación. En realidad, el propio España era quien le había dicho a Italia que acudiera a su casa para poder pasar un rato juntos, pero había dado la casualidad de que Portugal le  había propuesto lo mismo y, aunque había tratado de decir que no de forma que el portugués no se sintiera mal, el más alto se lo había tomado como un sí y no había podido hacer nada para evitarlo. 

De modo que tenía que inventarse algo. 

Entró a la habitación y cerró la puerta, antes de correr hacia la ventana para abrirla y que Italia pudiera pasar, pues no podía permitir que entrara por la puerta. 

En realidad, en un principio, su intención había sido que el italiano se acostumbrara a entrar por la puerta como una persona normal, pero se ve que no había surtido mucho efecto y el más alto se había acostumbrado a entrar por la ventana como si fuera un ladrón, siempre con la excusa de que si iba por la puerta, se encontraría con Argentina y no le apetecía encontrarse con ese "inútil".

—¿Qué pasa?—Preguntó el más alto, ya que España parecía preocupado por algo. 

—Portugal está en mi salón y no sé cómo echarle. —Respondió el menor. Italia se encogió de hombros y se sentó sobre la cama.

—Sal y dile que no te apetece estar más con él y que se vaya—respondió, aunque parecía tener todas las ganas de presenciar cómo su pareja le gritaba a Portugal que se marchara de una vez, aunque dudaba que eso fuera a suceder.

—No, ¿Cómo le voy a decir eso?—Se quedó callado durante unos segundos, y después le dijo al más alto que se quedara donde estaba sin moverse, y que él volvía en seguida. Después salió de la habitación ligeramente pálido, cosa que había hecho un poco a propósito, y miró a Portugal, con cara de estar muy mal. 

—Eh... Portugal, creo que deberías irte, no me encuentro bien y... Creo que estaría bien estar solo para ver si se me pasa—dijo, con una mano en la frente como si le doliera mucho la cabeza. Portugal se le quedó mirando durante unos segundos, como si fuera a preguntarle si no podía tomarse nada para el dolor, pero al final no dijo nada y se levantó del sofá.

—Eh... Vale—España se sentía ligeramente mal por estar mintiéndole así, pero no retrocedió, sino que acompañó a Portugal hasta la puerta, ignorando el chillido de dolor que había sonado desde la habitación del español. Éste quiso matar a Italia, pero fingió que no pasaba nada y se despidió de Portugal.

—¿Qué haces?—Preguntó España, con el ceño adorablemente fruncido, cerrando la puerta de su habitación, una vez Portugal se hubo marchado. —¡Te dije que te quedaras quieto y callado!

—¡Y lo intenté!—Respondió Italia, luego le dirigió una mirada asesina a la segunda mascota de España, que ahora le miraba adorablemente, como si fuera inocente y no hubiera hecho nada. —Pero él me mordió.

Italia señaló al hurón que España había adoptado hacía apenas una semana, y al que había llamado Paella. El hurón corrió hasta su dueño, moviendo la cola con felicidad. España le miró y no fue capaz de enfadarse con él. 

—Bueno, seguro que lo hizo sin querer—respondió el menor. Italia frunció el ceño  y se cruzó de brazos.

—No me puedo creer que prefieras a un hurón antes que a tu pareja—protestó el italiano, pero no dijo nada más, porque España se sentó a su lado y le abrazó con fuerza, mientras Michi maullaba e intentaba buscar un hueco entre los dos países, sin éxito.

—Tenemos que establecer reglas—habló España, después del abrazo. Italia quiso protestar, pero no lo hizo. No se podía creer que fuera a poner reglas sólo para irse de vacaciones una semana.

—Está bien...

—Regla número uno: no harás el baile del hurón con Paella—recitó España, con tono de indignación. Italia quiso decir algo para defenderse, pero España no se lo permitió. —Sabes que no le gusta, ¿Verdad, Paella?

El hurón emitió un ruido muy bajo, que parecía indicar que estaba de acuerdo con su dueño. Italia sonrió, y, de nuevo, quiso quejarse.

—Pero es que es muy gracioso—respondió el italiano, pero España le dijo que, si volvía a hacer el baile del hurón con Paella, se enfadaría seriamente con él. El problema era que Italia no era capaz de imaginarse a España seriamente enfadado, porque la mayoría de las veces era adorable. 

—Regla número dos: me dejarás cocinar a mí—dijo España, agarrando a sus dos mascotas para acariciarlas. Italia, de nuevo, intentó decir algo que le hiciera cambiar de opinión, pero no sirvió de nada. 

—¡Yo también quiero cocinar!

—¡No sabes, quemarás la cocina!

—¡No!

—¡Sí! Y como te atrevas a intentar cocinar, dormirás en el sofá toda la semana—respondió España, dominante. Italia resopló. Cuando había empezado a relacionarse con España porque le gustaba, no le había parecido que fuera tan mandón, pero no le dijo nada. Tampoco era capaz de enfadarse con él por eso. 

—Está bien, no cocinaré. —Hizo una breve pausa, tumbándose sobre el colchón y mirando el techo.  —¿Algo más? ¿Me vas a prohibir ducharme por si rompo la ducha?

España hinchó las mejillas con indignación, como si fuera un niño pequeño. Después se tumbó  con las piernas encogidas y el ceño fruncido. Italia lo vio y se tumbó a su lado, antes de abrazarle por detrás suyo para que no se enfadara. 

Por lo menos, España no rechazó el abrazo y cerró los ojos, con la intención de dormir.

A solas ~ España × Italia ❀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora