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—Cuéntame algo sobre ti—pidió España, sentado junto a su pareja en el sofá. Se encontraba ligeramente mejor, pero tampoco era para presumir demasiado. Al menos el dolor de barriga había disminuido a base de infusiones. Si no había contado mal, con aquella que tenía entre las manos, ya iban cuatro. —Apenas sé cosas.

Italia se quedó callado durante algunos segundos, sorprendido por la petición. La verdad era que tenía muchas cosas para contarle, pero no estaba seguro de que todas  fueran a gustarle. Pero tampoco podía decirle que no. Se llevó la mano a la nuca, sin saber muy bien qué decir, con nerviosismo.

—Bueno... ¿Qué quieres que te cuente?—Preguntó, temiendo lo que España pudiera responderle. Había momentos y cosas de su vida que prefería no tener que decir, o bien porque sabía que a España no le gustaría, o bien porque se moriría de vergüenza si tenía que decirlo. El español se mantuvo algunos segundos en silencio, pensando.

—¿A quién besaste por primera vez? —Preguntó, mirándole con curiosidad. En ocasiones, a España le costaba recordar que no había sido la única pareja de Italia, y tampoco había sido el primero con el que se había acostado, o que el de Navidad, en la pista de patinaje, tampoco había sido el primer beso del más alto. Le costaba recordar que había habido otros antes de él. 

Italia, en cambio, dudó durante algunos segundos. Le costaba un poco recordar la primera persona con la que se había besado.

—¿Te refieres a un beso de pareja, o al menos uno que me diera con alguien porque me gustaba?—Preguntó. Hizo una breve pausa y pudo ver cómo España le miraba raro. Luego volvió a hablar. —Es que recuerdo que, con quince años, tuve que besar a Grecia en una obra de teatro que hicimos en el colegio. 

Se acordaba a la perfección de que, durante los ensayos, ni siquiera se besaban de verdad, tan sólo se acercaban mucho, porque a Italia ni siquiera le gustaban las chicas. Además, a eso había que sumarle que Grecia llevaba siendo su mejor amiga, después de Rusia, desde los cuatro años, de modo que eso hacía que la situación fuese todavía más rara e incómoda. Aunque al menos Grecia no era fea, y él tampoco. Aún recordaba que la griega le había dicho que se hubiera quitado de protagonista si le hubiera tocado besarse con alguno de los "salvajes" de América, como Colombia o Ecuador.

España también se acordaba más o menos de la obra de teatro, en la que él no había participado porque con esa  edad (aunque sobre todo cuando era más pequeño), le daba pánico hablar en público, actuar, cantar o hacer cualquier cosa en la que la gente se fijara en él. Se solía sentir mejor siendo ignorado.

—Y también me acuerdo de que, cuando éramos más pequeños, no sé si con siete u ocho años, tuvimos que representar juntos otra obra de teatro—siguió diciendo Italia. Él apenas se acordaba de ello, pero España  lo recordaba perfectamente, y solo pensarlo le generaba sudores fríos.

—Es verdad—terminó diciendo—. Tú no querías actuar con Francia y la profesora decidió que era una gran idea asignarle el papel protagonista al niño más tímido de la clase, que ni siquiera era capaz de dar las respuestas a una pregunta cuando estábamos en clase porque le daba vergüenza. —Todavía continuaba molesto con la profesora a pesar de que habían pasado muchos años. —Me hubiera venido mejor que te hubieras quedado con Francia.

—Habríamos terminado matándonos a puñetazos. Además, creo que los dos protagonistas en la obra eran pareja. Sólo imagínanos a  Francia y a mí agarrados de la mano, sonriéndonos y fingiendo que somos la pareja más feliz del mundo.—España  soltó una leve risa, aunque a Italia no parecía gustarle en absoluto la idea, mientras se tumbaba en el sofá con las piernas abiertas para poder ver a España. 

—Bueno, no cambies de tema. —Volvió a hablar España, sonriendo. —Dejando de lado a Grecia, ¿Quién fue la primera persona a la que besaste porque te gustaba?

Italia ya estaba a punto de mencionar a USA, porque era él la primera persona con la que se había acostado, con dieciocho años (aunque no le  amase), pero se detuvo de pronto al recordar otro nombre. No estaba seguro de cómo se llamaba el chico, pero sabía que él había sido el primero.

—Tenía quince años, y fue con uno de los chicos más mayores del colegio, de dieciocho, porque lo había visto muchas veces en los recreos o en los pasillos. Incluso una vez, después de que mi padre me dijese que si me vestía de negro por completo me camuflaría con el ambiente y yo me lo creyese, intenté colarme en los vestuarios de los más mayores. —Hizo una breve pausa, recordando la vergüenza que había sentido en ese momento, al comprobar que su padre le había mentido.

España también recordaba haber escuchado algo así cuando él también tenía quince años, pero nunca le había querido preguntar al italiano porque le daba demasiada vergüenza. También recordaba que, a partir de ese momento, mucha gente (en especial chicos más mayores) había empezado a llamarle todo el tiempo maricón, hasta que Italia le había roto la nariz a uno de ellos, uno especialmente fastidioso, y nadie más se había vuelto a meter con él o con sus gustos. 

—Pues...  Había uno, rubio y con algunas pecas en el puente de la nariz, que me gustaba. Mucho. Además, era amable conmigo siempre que me atrevía a hablarle o a decirle algo, e incluso me dio su número de teléfono cuando se lo pedí. Una tarde, por fin conseguí quedar con él en una cafetería y estuvimos hablando todo el tiempo, e incluso me acompañó hasta la puerta de mi casa cuando le dije que me tenía que ir porque ya era de noche. —Hizo una breve pausa, recordando a la perfección todos y cada uno de los momentos. —Cuando en la puerta de mi casa me armé de valor y le besé, con las mejillas más rojas que nunca, él tan sólo tardó dos segundos en apartarme de un leve empujón. Tenía el ceño fruncido, me dio una bofetada en la mejilla, aunque no muy fuerte, y me gritó que qué estaba haciendo. Yo le dije que me gustaba y él me respondió que yo a él no. Luego me gritó que no volviera a hablarle nunca más y después se fue.

Hizo una breve pausa, sin darse cuenta siquiera de que él mismo tenía el ceño fruncido tan sólo de acordarse de eso. España no dejó de mirarle en ningún momento, mientras el más alto continuaba hablando.

—Y supongo que mi padre nos debió de ver por una de las ventanas del salón, la que da a la entrada, porque aunque entré a casa fingiendo que estaba tan contento con la quedada de aquella tarde, mi padre me miró, con el ceño fruncido, y le dijo a mi otro padre algo que yo no escuché. —Suspiró, agarrando a Paella y dejándolo sobre su pecho para acariciarle, todavía tumbado. —Y varios días después, empecé a darme cuenta de que el chico rubio se apartaba un poco cuando me veía venir o cuando estaba cerca de él, e incluso que me hablaba con algo de nerviosismo o incluso miedo cuando, por algún caso, le decía algo. Así que supongo que Italia Fascista, después de ver cómo me había pegado y chillado, fue esa misma noche a su casa, que solo los astros saben había encontrado porque ni yo sabía dónde vivía el chico rubio, y le amenazó, o le dio una paliza o algo parecido.

Italia incluso se rio un poco, mientras España le miraba sin decir nada. Solo habló una vez terminó.

—Vaya decepción, yo pensaba que todo iba a acabar bien—tampoco entendía cómo era posible que hubiese alguien pisando el planeta que no anduviera enamorado de su pareja. Italia, en cambio, agarró con cuidado a Paella, que había saltado del sofá con la intención de escapar del italiano, y volvió a dejarlo sobre su pecho.

—No es tan triste si tienes en cuenta que ahora, ese chico comenta emojis de fuego y de corazón en todas y cada una de las fotos  que subo a Instagram. —Se rio un poco antes de acariciar a Paella. España agarró su teléfono de inmediato, antes de mirar a su pareja.

—¿En serio?—Italia asintió, mientras los bigotes de Paella le hacían cosquillas porque el animal se encontraba olisqueando su cuello. Le dio una pequeña mordida cariñosa, pero que aun así le causó dolor al italiano. —Seguro que si te vas a cualquier foto  y buscas un poco lo encuentras. 

—Por cierto, ¿Quién es tu  otro padre?—Preguntó España, mientras empezaba a buscar. Italia no movió ni un músculo más que para acariciar a Paella.

—Ya lo conoces, hicimos una videollamada con él hace unas semanas. Adam—respondió el italiano. España  se quedó callado durante algunos segundos, como si le costara recordar quién era. Entonces le vino a la cabeza el recuerdo y asintió, recordando perfectamente su cara. 

—Sí, ya me acuerdo. —Hizo una breve pausa, poniendo los ojos en blanco. —Aquel que nos preguntó si ya habíamos cogido alguna vez. 

—No lo culpes, es una especie de adolescente de cuarenta años. 

A solas ~ España × Italia ❀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora