Me sentía increíblemente bien. Seguramente se debía al entusiasmo excesivo y la felicidad que me proporcionaba mi estado de embriaguez.
Había salido de fiesta, a pasármelo bien como cada fin de semana que salía y aunque estaba muy seguro de que al volver a casa mis padres como siempre me echarían la bronca - más que nada porque me habían dado el resultado de mis notas y había reprobado todas las materias - eso no me preocupaba. Me importaba muy poco, lo que quería ahora era celebrar al máximo que ya habían llegado las vacaciones de verano y con él el día de mi cumpleaños. Hoy por fin cumplía 18 años y lo estaba celebrando por todo lo alto.
Alrededor de las cinco de la mañana al darme cuenta de que ya no podría aguantar ni un minuto más en pie, decidí mejor marcharme a casa e ir a dormir. Hoy sería otro día largo y quería estar totalmente bien para cuándo mis padres fueran a mi habitación a darme el sermón por no haber querido ir a la Universidad. No es que tuviera malas calificaciones, porque no es así, porque siempre he sido un buen estudiante, pero, aunque parezca algo tonto, por mi propia cuenta empecé a suspender algunos exámenes para que me prestaran más atención mis padres, y así, dejaran de estar siempre de viaje. También empecé a ser rebelde con mis padres, algo que nunca en toda mi adolescencia lo fui... Me había cansado de ser el hijo perfecto, el estudiante perfecto, el chico perfecto. Y por ello cambié, para que mis padres reaccionaran y me dejaran vivir lo que nunca antes me dejaron.
A la salida de la discoteca tomé un taxi, le indiqué el camino hacia dónde me dirigía y rápidamente me llevo a mi destino. Le pague al taxista diciéndole que se quedara con el cambio y me encamine hacia el umbral de mi casa. Saque las llaves de mi bolsillo, lo inserte en la cerradura y abrí.
Todo estaba absolutamente silencioso, así que para no alertarlos de que ya había llegado, camine sigilosamente hacia mi habitación. Abrí la puerta de mi dormitorio y entre. Me despoje de mis zapatos y me eche a la cama, cayendo poco a poco en un sueño profundo.
******
- ¿Por qué tienes que darnos tantos problemas? ¿Qué hemos hecho para que te comportes así?
- Dejadme en paz. Me piro de aquí. Ya volveré cuándo me apetezca.
Mis padres me habían despertado para solamente discutir y no pensaba quedarme en casa escuchando sus sermones. Decidí que lo mejor sería ir a algún sitio a divertirme un rato para olvidarme por completo de todo.
Fui vagando de calle en calle, mirando a ver si había algún buen ambiente donde pudiera meterme a beber o algo.
Iba ensimismado en mis pensamientos, hasta que el choque con otra persona ocasionó que volviera a la realidad, al sentir que un líquido tibio estaba empapando mi camiseta... Menos mal que estaba tibio porque si hubiera estado caliente, el mal genio que estaba experimentando hubiera ido a peor. No me podía creer que mi camiseta nueva estuviera manchada a causa de un estúpido que no miraba por dónde iba. Alcé la vista hacia aquella persona que me había echado el café encima para decirle unas cuantas cosas, para decirle que ya me estaba pagando el dinero de la tintorería... Hasta que la vi.
La persona que me había echado aquel café era una chica hermosa. Su cabello negro como el azabache lo llevaba suelto y al ser rizado en cada movimiento que hacía para respirar se movían y sus ojos... Sus ojos eran marrones como la miel, de una mirada dulce que inspiraban confianza.
- Disculpa, venia distraída. Verdaderamente lo siento, no era mi intención echarte el café encima. - Dijo aquella chica con cara compungida sacándome de mi ensoñación.
- No te preocupes, s-solo ha sido un accidente... - respondí a tropezones - Y además también venía distraído, así que ha sido culpa mía también. - Contesté sacando la mejor de mis sonrisas para que se calmara. - Mi nombre es Jeff... Jeff Evans ¿Cómo te llamas tú? - Me presente mientras le tendía la mano a aquella maravillosa aparición angelical que tenía delante de mis ojos.
- Jessica Smith... Pero para mis amigos soy Jessi. - extendiendo su mano aún compungida por toda la situación - En serio discúlpame, venía muy distraída y no me di cuenta.
- Ya te he dicho que no te disculpes, un accidente puede tenerlo cualquiera. Además me alegro que te hayas tropezado conmigo... Y me hayas tirado el café encima. - me miro ceñuda - Digo porque así el destino hizo que te cruzaras en mi camino. - Aclaré al ver que alzaba una ceja en gesto de incredulidad.- ¿Te parece que te invite a un café y charlemos un poco?
Aquella chica me miró con algo de desconfianza, pero poco a poco su gesto cambio, mostrando una sonrisa que atraparía a cualquiera en ella. Se agachó para recoger su bolso que en el momento en que tropezamos seguramente caería al suelo, me miro a los ojos y empezó a andar. Por un momento pensé que con aquello me estaba queriendo decir que no aceptaba mi oferta... Hasta que se volteó hacia atrás y me miro con aquellos ojos marrones color miel con algo de extrañeza mientras volvía hacia donde me encontraba parado.
- ¿No me ibas a invitar a un café? ¿O te arrepentiste?
- Ahmmm... Claro. Solo que... Pensé que habías rechazado mi oferta al irte caminando sin decirme nada. - Respondí confundido porque se había ido sin más y había dado media vuelta, regresando a dónde segundos antes habíamos tropezado.
Por unos instantes nos quedamos callados. Pero pasado unos minutos me sonrió y a continuación entrelazo sus manos con las mías, cosa que no me esperaba que hiciera. Sin duda alguna el destino me estaba queriendo decir algo con esto. Y no iba a dejar perder esta oportunidad.
- ¿Crees en el destino? - Preguntó sacando a relucir lo que en mi mente ya estaba pensando.
- Sin duda alguna, si otra persona me lo hubiera preguntado, hubiera contestado que no. Pero ahora puedo decir que sí creo en él. Eres ese caso excepcional que hace a uno creer en lo que sea. - Contesté sonriendo de oreja a oreja.
- Pues bien, ahora vamos a tomar ese café. - Me respondió con una sonrisa de esas que a cualquiera enamora.
Reanudamos el camino en dirección a la cafetería más cercana que se hallaba de dónde estábamos para tomarnos aquél café.
Si hace un par de días alguien me hubiera dicho que mi destino era tropezarme con aquella criatura tan hermosa que tenía delante de mis ojos, no lo hubiera creído. Ahora sin embargo, tenía la certeza de que a partir de ahora las cosas cambiarían en mi vida. No sé a ciencia cierta a dónde nos llevaría esto, pero creo que ya no me sentiría tan solo.
Porque la soledad es el peor destino, y la felicidad un aliado en la vida.
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Relatos Cortos (EDITANDO)
RandomRelatos cortos, narra la historia de personas que cuentan cómo en su día a día intentan encontrarse un sitio en la sociedad, la vida... Deseosos de encontrar su ansiada felicidad, su libertad fisica o emocional y en el que muchos de ellos se encuent...