Nada Es Lo Que Parece

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Si hace varios años atrás me hubieran preguntado si era feliz con mi marido hubiera respondido sin ningún titubeo que lo era. Cuando estábamos recién casados las cosas iban excelentes.  Nuestra vida era como un cuento de ensueño, pero hecho realidad, dónde Eric y yo éramos los dueños de aquel Universo infinito de esperanzas, sueños, metas compartidas en el que sólo nosotros podíamos ser partícipes.

Eric era día a día igual o más encantador, caballeroso e indudablemente más romántico que cuándo estábamos saliendo como novios. Siempre mantuvimos esa costumbre de tomarnos de las manos, salir a nuestro parque favorito en el que nos conocimos por casualidad del destino, de la vida y en dónde más tarde me pidió matrimonio. Este proceso era algo rutinario en nuestra nueva vida juntos, pero muy significativo, único e importante para nosotros, mientras nos susurrábamos al oído que nos amábamos, algo que nunca nos cansábamos de escuchar de los labios del uno del otro.

Sin embargo, las cosas cambiaron cuándo empecé a sentirme mal, a estar por dos semanas consecutivas vomitando, mareada. Aquellos días fueron los determinantes en nuestra relación porque a raíz de ello iba a descubrir un suceso importante que daría un giro en mi vida, que lo cambiaría todo.

Eric me estuvo insistiendo por varios días que fuese al médico, hasta que por fin un día dejé de hacerme de rogar y decidí ir al médico junto con él para que me realizaran unos análisis y me dijeran que era lo que tenía.

Una vez obtuvieron los resultados, el médico nos hizo pasar a su consulta. Recuerdo a la perfección que los nervios me estaban matando mientras el medico ojeaba la hoja en dónde estaban los resultados de mis análisis. Por unos instantes, que me parecieron eternos al fin nos anunció que el motivo por el cual me encontraba mareada y vomitaba continuamente era porque iba a tener un bebé.

Me ilusioné mucho ante esta noticia, asimismo pensé que del mismo modo en que yo me alegraba de estar embarazada él se sentiría en esos momentos emocionado por ser pronto papá.

Creí que se alegraría tanto o más que yo si eso era posible ante esta noticia, porque se había quedado completamente callado, sumergido en sus pensamientos.

Ante mi impaciencia por saber qué pensaba me acerqué hasta él, lo miré a los ojos a lo que él me respondido simplemente con una sonrisa llena de felicidad, al menos eso creía.

Las apariencias engañan, nada es lo que parece y su silencio que duro por varios minutos al sernos comunicado esto, no significaba otra cosa que para pensar detenidamente qué iba a hacer para que no tuviéramos este hijo.

En cuánto llegamos a casa me hizo saber que no quería ser padre y me reveló sus planes de pedir una cita con un médico que hiciera abortos. Por suerte, el mismo médico que me atendió era el de mi madre y le comunico que iba a ser abuela y por lo tanto, llena de emoción lo fue vociferando a todos nuestros conocidos, entonces ante esto él no mencionó ni una vez más que abortara, de lo contrario quedaría ante todos como un ser ruin y miserable por quitarle la vida a un ser inofensivo que aún no nacía si yo hubiera hablado de lo que el deseaba que hiciera con mi bebé. A medida que transcurrían los meses las cosas fueron a peor y aún más cuándo di a luz a Christopher. Él cambió hasta tal punto en que comenzó a beber, día tras día llegaba a casa ebrio y ante aquello su genio era peor, llegando al extremo de alzarme la mano.

Posiblemente hubiera seguido con él, dejando que cada vez que se enfadara o emborrachara me pegara, de no ser por el hecho de que personas allegadas a mí me abrieron los ojos a tiempo, antes de que sucediera algo peor, una tragedia.

Verdaderamente el amor ciega, creía vehementemente en que él podría volver a ser el mismo de antes, sin darme cuenta que eso no llegaría a pasar.

Por mucho tiempo viví bajo ese modo de vida, un modo de vida que no merecía. En el momento que reuní fuerzas, valentía para ponerle aquella denuncia y salir de la casa en que vivimos, compartimos tantos momentos felices aunque fuese por corto tiempo... Las cosas en mi vida cambiaron a mejor.

Hoy en día mi hijo tiene cinco años y verlo crecer sin que él tuviera que ver, sin que se diera cuenta de todo el sufrimiento que tuve que pasar al lado de su padre, me reconfortaba. No hubiera querido que creciera viendo el terrible espectáculo que era la vida de su madre y que él lo fuera a padecer algún día también. Mi pequeño hijo es todo lo que tengo, es toda mi vida, mi tesoro más apreciado.

- ¡Mami, mami! - Vi como mi pequeño tesoro se acercaba a mi contento trayendo entre sus pequeñas manitas algo. - Mira lo que he encontrado mami. ¿Puedo quedármelo? - Me dijo mientras sonreía de esa manera tan inocente propia de su edad.

Me acerqué hasta colocarme enfrente de mi pequeño y lentamente abrí sus pequeñas manitas en dónde pude ver enseguida un pequeño caracol.

- Hijo, lo mejor será que lo sueltes. Debe de estar por ahí suelto disfrutando de su libertad y no prisionero entre tus manos.- Le expliqué con ternura mientras veía como hacia un puchero que encogía mi corazón.

Él con gesto de resignación soltó al caracol dejándolo en el suelo. Una vez que lo hizo me miro, sonriéndome con aquella sonrisa suya que hacía que día a día recordara que tenía un motivo por quien sonreír, luchar, vivir. Lo cogí en brazos y besé su pequeña frente a lo que él me respondió con otro.

Mientras sonreíamos e iniciábamos el camino de vuelta a casa cavilaba sobre cómo sería su futuro. Él era mi razón de existencia por quién daría mi vida, por eso haría todo lo que estuviese en mis manos por hacer que su infancia fuera la más dichosa de cualquier niño.

Esos tiempos en que fui infeliz los olvidaba en cuanto veía a mi pequeño, por él conocía el verdadero significado de lo que significaba un puro y verdadero amor.

Y es que además al final entendi, que irse de algunos lugares es cuidarse, alejarse de algunas personas es protegerse y cerrar algunas puertas es quererse.

Relatos Cortos (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora