Conjeturas

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«Tal vez sea la propia simplicidad del asunto lo que nos conduce al error».

Edgar Allan Poe.

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Valle de Okehazama, Provincia de Owari.

La luna se cubrió de tupidas nubes negras y pronto, un gran relámpago partió los cielos liberando una lluvia torrencial que comenzó a abatirse sobre la tierra de Owari. Bankotsu pensó que, los mismos dioses en los que no creía le estaban sonriendo en ese momento al obsequiarle un escenario tan favorable, pues con un clima así, de seguro el ejército enemigo se hallaría con la guardia baja; no se esperaría un ataque. Así que, aprovechando el ruido de la tempestad y el calor tórrido del comienzo de verano, los soldados del clan Takeda avanzaron entre la boscosa colina que daba amplia vista hacia el valle de Okehazama; lugar en donde el enemigo se hallaba descansando con un numeroso ejército, a solo doscientos metros desde los pies de aquella colina. Bankotsu ordenó que se ocultaran ahí y se alistaran para atacar.

Tomando posición a un costado de un árbol, Kagome pensó: «No puedo creer que por esa bendita carta terminé corriendo este riesgo ¡Esto es una locura! Bankotsu tiene demasiada confianza en sí mismo. Llega a ser... espantoso».

Repentinamente su pie derecho se hundió en el lodo...

«¡Diablos!» Se quejó en silencio.

—¡Kagome! ¡Cuidado! —exclamó Bankotsu expandiendo sus ojos y, sus pupilas se hicieron un punto debido al espanto que sintió.

En sincronización con aquella exclamación, los reflejos de Kagome fueron lo suficientemente rápidos; actuó en el instante en que notó cuando una pequeña porción de tierra lodosa se desmoronó abruptamente bajo sus zapatos. La tierra suelta rodó por la quebrada de la colina y, Kagome alcanzó a sujetarse de una tierna rama del árbol. Con un pie en el aire y el otro aún pisando la tierra firme, se quedó quieta, sin respirar, aferrándose con todas sus fuerzas a la salvadora rama. Miró hacía abajo, tragó duro y con el corazón en la boca, pensó: «¡Dios...! Eso... fue muy repentino».

Suerte que la rama no se quebró considerando el desfavorable peso de su armadura.

—Estoy... estoy bien —dijo intentando parecer segura de sus palabras—. No hagamos ruido —añadió.

Una vez que puso sus dos pies sobre la lodosa tierra y se sintió segura, soltó la rama del árbol y se acomodó la aparatosa armadura que protegía su cuerpo bajo la mirada preocupada de Bankotsu, a quien después de aquel susto pareció invadirlo el instinto protector e inmediatamente, con su alabarda sobre el hombro, caminó varios pasos hacia ella. Puso extremo cuidado de no generar tanto alboroto para no alertar al enemigo.

—Kagome —le habló el moreno en voz baja y enseguida le ofreció su mano para que ella la sujetara—. Ven, estás muy cerca de la orilla. Ya viste que la tierra está resbalosa, así que, ocúltate junto a mí —Su tono fue suave y sincero. Pero su rostro empapado por la lluvia, mostraba determinación.

—No es necesario, estaré bien. Tendré más cuidado.

—Si te caes, quedarás en la línea enemiga y, no pretendo bajar aún —insistió él.

Su mano continuaba extendida hacia su único soldado de género femenino —sin contar a Jakotsu, que intentaba serlo también—, esperando que ella la tomara.

Ese tono y esa mirada de notoria preocupación que usó Bankotsu, la hizo sentir incómoda. Aclaró sutilmente su garganta y respondió con seguridad:

—Dije que estoy bien.

Entre tu orgullo y el míoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora