Los cuestionamientos de una soldado y un daimyō Parte 2

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«Cuando creímos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas».

Mario Benedetti

Mario Benedetti

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Castillo Mutsu

Los guardias abrieron las puertas del patio de entrenamiento. Bankotsu ingresó seguido por dos samuráis que mantenían una prudente distancia de él. De inmediato, los cincuenta soldados —incluída la soldado de Ezochi—, detuvieron su práctica y sin abandonar sus puestos de lanzamiento, hicieron una reverencia que se vio en un solo tiempo para saludar y mostrar respeto a su daimyō. Bankotsu hizo un gesto con la mano para que continuaran el entrenamiento y se quedó observando a los soldados con las manos entrelazadas en su espalda. Cuando no se hallaba en batalla, el joven daimyō no portaba su alabarda, sino un pequeño tantō.

Uno de los samuráis que caminaba tras de él, se acercó a hablarle; Bankotsu disminuyó el ritmo de sus pasos para escuchar con atención lo que el soldado le decía y a momentos, asentía con la cabeza o respondía de manera breve con su semblante analítico. Kagome se quedó observando aquellos gestos que él hacía... Hace dos días que no lo había visto.

«¿Se habrá recuperado de su hombro?», pensó.

Esta vez, Kagome quiso disimular y miró por el rabillo del ojo; aunque sus manos no perdían coordinación con la acción que ejercía con el arco y la flecha. Pero no vio a Bankotsu, este había caminado fuera de su rango de visión. Lanzó la flecha y esta cayó cerca del blanco. Se giró hacia la canasta con movimientos lentos y elegantes para preparar otra flecha y lanzar nuevamente. Kagome aprovechó este nuevo ángulo para buscar disimuladamente con sus ojos, la figura de Bankotsu. Hasta que lo vio.

Ahí... bajo un sol generoso que le acariciaba con amabilidad su acanelada piel. Sus ojos azul índigo de dominantes líneas afiladas realzaban aún más su rostro dándole una belleza excepcional. Los ojos de Bankotsu denotaban fuerza y convicción con una sola mirada. Su sola presencia emitía una energía imponente y de gran vigor. Se podría decir que, apuesto y valeroso, eran las palabras que definían a este joven terrateniente. Kagome lo había pensado un par de veces... Últimamente más. Sin embargo, parecía confirmarlo justo en este momento en que sus marrones ojos acababan de encontrarse con los de él. Y al conectarse con su mirada, en el lapso de un par de segundos, recordó:

Ambos en el interior de una tienda oscura escondiéndose del ejército de Imagawa. Un hombro dislocado; un abrazo, una caricia y el calor de unos labios levemente presionados contra la palma de su mano.

Tras dichas remembranzas, su cerebro activó un repentino «bloqueo de miradas incómodas»; desvió rápidamente su vista y volvió a su entrenamiento. Últimamente, el pasado parecía adorar atormentarla restregando una y otra vez, cada situación que estaba fuera de lugar, y por más que lo intentaba parecía que no había forma de ignorarlo sin verse alterada. Kagome comenzaba a creer que su arduo trabajo para fortalecer su mente y controlarla a su antojo, no mostraron buenos resultados. Y como si su mente quisiera reafirmar aquello, proyectó —por enésima vez en estos últimos días—, el recuerdo de una atractiva y cálida sonrisa que por primera vez apreció en él. Sucedió cuando ella y el reducido ejército que acompañó a Bankotsu en la batalla de Okehazama regresaban al Castillo Mutsu...

Entre tu orgullo y el míoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora