Infiltrada; en mi clan y en mi mente

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«Doy la cara al enemigo, la espalda al buen comentario, porque el que acepta un halago empieza a ser dominado; el hombre le hace caricias al caballo para montarlo...»

Facundo Cabral

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Provincia de Mutsu, Norte de Japón.

Castillo Mutsu

Dio instrucciones en la cocina para la preparación del almuerzo, y después se dirigió a la habitación de cuidados.

—¿Alguna novedad? —preguntó al entrar. Luego depositó la bandeja que llevaba en sus manos sobre uno de los aparadores de madera que había en la habitación.

—No, señora. Ella sigue dormida —respondió su ayudante—. Ya casi termino de ponerle las vendas —añadió.

—Pronto despertará, así que traje su almuerzo, y enseguida le traerán ropa —comunicó la sacerdotisa de largo cabello plateado.

La joven mujer continuó concentrada en su labor con las vendas; le causaba curiosidad que por primera vez, tuviese que hacer aquel proceso curativo en una mujer; lo común, era curar a los soldados que llegaban malheridos por las batallas.

—¿Por qué el señor Bankotsu la habrá castigado? —preguntó la ayudante mientras pasaba la tela por la zona del pecho y luego, hacia la espalda de la mujer malherida.

—Eso no te incumbe. Limítate a hacer bien tu trabajo. —La regañó Tsubaki.

La ayudante, asintió con la cabeza y continuó enfocada en su trabajo; no quería enfadar a la sacerdotisa, así que reprimió sus cuestionamientos.

La servidumbre respetaba a Tsubaki, incluso le temían. Y es que por tantos años, Naraku, jamás fue indulgente con ella; si algo no salía como a él le gustaba, Tsubaki lo pagaba de la peor manera. Y así, se vio obligada a ser igual de estricta y rigurosa con quienes tenía bajo su cargo. Y pese a que, casi se cumplían dos meses del fallecimiento de Naraku y los aires en ese castillo circulaban mejor, ella no iba a cambiar su modo de ser; ya no podía ser blanda, y menos a esa altura de su vida en que rozaba las treinta y ocho primaveras.

Kagome emitió un débil quejido y Tsubaki se percató que esta, comenzaba a despertar.

En el efímero transcurso del sueño a la vigilia; su conciencia comenzó a desperezarse. El aroma a hierbas y jazmín permanecía en sus fosas nasales; intenso y a la vez, agradable. Por reflejo, movió los ojos de un lado a otro y al intentar abrirlos, los párpados le pesaron exageradamente, pero en el segundo intento lo logró. El panorama pareció dar un par de vueltas alrededor de su cabeza hasta que logró enfocar la vista. Notó que se hallaba boca abajo con su mejilla derecha apoyada en una cómoda almohada. A simple vista y en esa posición, no pudo distinguir dónde se encontraba, pero sintió que alguien movía su cuerpo. Distinguió junto a ella, el color celeste de un yukata que vestía una persona, cuyas manos pasaba con confianza por abajo de sus costillas. La posición en la que se hallaba sobre el futón, no le permitió ver el rostro de esta, así que, lentamente alzó el cuello para verla. Por sobre su hombro observó que era una mujer joven, de edad similar a la de ella; lucía una bonita melena castaña, muy corta, que mantenía despejado su rostro, y le permitía mostrar con claridad sus ojos azules.

—Dón-de... ¿dónde es-toy? —preguntó quejumbrosa.

—Se encuentra en el Castillo Mutsu. —Le respondió con amabilidad la castaña mientras la movía con delicadeza para pasar la venda alrededor de su tronco.

Entre tu orgullo y el míoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora