4 - Levana al rescate

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"Divaga el náufrago en el mar de emociones. Se pierde por el viento, no halla direcciones. Deja a la marea tomar sus acciones".
—Pierre, R.

—Así que… Viniste solo porque tu madre te lo pidió, aunque fuera una cosa muy aburrida —concluí, dándole mimos a Kissy que dormía sobre mis piernas.

Pierre que, estaba observando a un joven que paseaba en una bicicleta por delante de nosotros, desvió su mirada hacia mí con desdén.

—Digamos que le debía un favor.

—Como verás, tengo la mejor suerte del mundo. —Negué con mi cabeza fingiendo desilusión—. Un día en el que vienen a verme y doy una pésima imágen.

—No es verdad. Fue mejor de lo que esperaba.

Le dediqué una mirada interrogante. Si trataba de ser amable podría aceptarlo, pero quise asegurarme de que no estaba utilizando ironía.

—No todos los días veo como alguien paga un jarrón tan horrible.

—¿Será porque no tenía opción? —sugerí, frunciendo el ceño.

—Bueno, yo no te pedí el dinero —respondió a la par que elevaba sus hombros.

Era verdad. No aceptaba el pago a pesar de que yo le insistía tanto. Finalmente, se resignó y aunque me dolió la perdida, mantuve mi honor y cabeza en alto. O eso quise que creyera aunque por lo visto, era pésima disimulando.

Pierre 2, Levana 0.

—En ese caso podrías devolverme el dinero.

—¿Y perderme el postre de esta noche? Ni en sueños.

Abrí mis ojos con sorpresa y mis labios se despegaron por unos centímetros. ¿Le había regalado el dinero?

—¡Oye, eso es de la florería! —Lo señalé de manera acusatoria.

Se rió en mi cara y fingió limpiar una lágrima de su ojo derecho, el más lejano a mi.

—Lo sé. Era una broma, relájate.

—Que gracioso eres, eh. Podrías llamarte risitas dulces.

En ese momento mi niña despertó y comenzó a estirarse, marcando sus uñas en mis pantalones. Voltee para ver al chico que no apartaba la vista de mí perfil. Eso hizo que me sonrojara, intenté ocultar mis mejillas con mi cabello.

—¿Crees que mi risa es dulce? —preguntó burlón, cruzándose de brazos.

Cerré mis ojos apenada. Su tono de voz me puso más nerviosa aún.

—Bueno, no es como todas…

—¿Por qué?

—Dicen que no te ríes mucho —confesé, fijando mis ojos en las orejas alzadas de Kissy—. Hola, mi niña. —Le sonreí.

Esperaba que él no siguiera con la charla, ya que me había arrepentido de decir eso. Que riera mucho o poco no era de mi incumbencia, pero tampoco fui capaz de levantar la cabeza para ver su expresión, se quedó en silencio por unos segundos.

Yo no solía escuchar los rumores. Me parecían de mala educación, y era consciente de que a veces, la gente inventaba o exageraba mucho las cosas.

Nunca pasó eso conmigo, no era muy visible para generar conversaciones ajenas. Sin embargo, podía entender lo feo e incómodo que sería ser el foco de atención o el señalado para burlas o malos comentarios. Porque eran eso, nadie hablaba bien de otro, ninguno se alegraba por los logros, solo por los fallos.

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