"Dime luna, qué puedo hacer, si me derrumbo al tocar su piel. Dime si es una locura que sienta lo que yo, y quiera gritar que todo cambió.
Dime luna, si tu me quieres, con esos ojos de sol".
—Pierre, R.—¿Tienes miedo, Kissy? —le pregunté, mientras le acariciaba la cabeza.
Estábamos en mi departamento. Ya había regresado hacia unas horas del trabajo y comenzaba a sentirse ese clima de tormenta.
Trataba de calmar a Kissy que estaba acurrucada en mi estómago. Pero no podía sonar muy convincente.
A mi también me daban miedo los truenos.
Y los rayos.
Las tormentas en general.
Cuando era pequeña, siempre que se escuchaba al cielo rugir e ingresaba la luz provocada por los refucilos, salía corriendo de mi habitación o de la sala en la que estuviera y me aferraba a mis peluches —que terminaban arrugados o rotos por mis no muy amistosos abrazos—. Cuando llegaba la noche, no podía dormir y me quedaba con mis padres hasta conciliar el sueño. Luego despertaba en mi cama, pero ya había pasado el miedo, así que no importaba.
Era algo controversial, me gustaba la lluvia tranquila, esa que se disfruta al oír las gotas sobre el techo y el ambiente frío pero no helado. En donde se puede tomar algo caliente y pasar un rato en paz.
Ya cuando era excesivo me molestaba. Odiaba intentar dormir sin poder ser consciente de mi alrededor, y todo por la tormenta abrumadora que dejaba a mis oídos sofocados.
En eso no podía entender a Pierre.
—¿Quieres comer? —le pregunté.
Kissy ladeo la cabeza de repente y me miró. Se levantó y se lanzó del sofá para ir corriendo hacia su cama, en donde estaba su plato casi vacío.
Nadie le dice que no a la comida, y ella no era la excepción.
Yo había cenado hacía rato. Solo perdía el tiempo mirando por la ventana, esperando a que me diera un golpe de sueño.
Pero no había pasado. Y tenía a la pequeña sabandija pidiéndome que la alimente.
Me deshice de mi manta y con mis pies descalzos me dirigí a la cocina, pero el sonido de dos golpes en la puerta me detuvo.
Intercambié una mirada con Kissy, que, me observó algo irritada por mi tardanza.
¿Quién podría ser? Era casi de madrugada, estaba lloviznando y era yo. Es decir, solo me visitaban mis padres y mi mejor amiga.
Ahí el factor sorpresa.
Acomodé mi cabello como pude e intenté espiar por el pequeño hueco de la cerradura pero no vi nada.
Era raro.
Sin más rodeos abrí la puerta de un tirón. Si eran ladrones se habían sacado la lotería conmigo.
O tal vez no, porque no tenía ni dinero ni nada valioso.
Se irían llorando.
Abri mis ojos en demasía, sorprendida. Delante de mi había una persona. Y su ropa estaba mojada.
Si que estaba lloviendo...
Miré a Pierre por unos segundos, y pareció que él no lo estaba disfrutando. Enarcó una ceja de forma inconsciente y yo sacudí mi cabeza para obligarme a reaccionar.
—¿Qué…?
—El tiempo no está de mi lado.
Sonrió un poco pero yo no lo hice. Solo lo analicé un momento y él pareció algo triste.
ESTÁS LEYENDO
La poesía más romántica
RomansaTodos buscan el amor, y ella lo encontró por mera casualidad. Sin saber sobre conquistas, terminó cautivándolo. Sin el corazón roto, quiso querer bien. Y él le dedicó cada poesía que tuvo en sus manos. El chico escritor, la chica casi, una lectora.