19 - Reva

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“Melodía, lírica, canción.
Voz, timbre y entonación.
Magia, brillo, y color.
Eres arte en todo su esplendor”.
—Jean Pierre, R.

Despertar gracias al sol mañanero que se estampa contra tu cara no es la mejor forma de comenzar el día. Y si a eso se le suma que tienes a una chihuahua sobre tus tobillos y a causa de eso no pudiste mover tus piernas en toda la noche… todo se torna un poco más abrumador.

Pero en lugar de quejarme como la gran hija del señor Trey que soy, sonrío. Y lo hago al ver al chico a mi lado, descansando tranquilamente, con su respiración pausada y su cabello despeinado. Su brazo se estira hasta quedar sobre su frente, sus labios separados muestran sus dientes. Y su nariz fruncida me indica que algo pasa por su mente entre sueños.

Me permito observarlo y preguntarme si es real. Si ese muchacho que conocí bajo el alboroto, está realmente allí. Y se hospeda en mi pecho, en mi mente. Permitiéndome sentir aquello que nunca había experimentado, eso que para muchos es poco y para los afortunados es mucho.

Y mientras analizo su rostro, su inocencia, no puedo negar que, cada día que paso junto a él, son unas horas más que se añaden a mi tiempo siendo una adolescente enamorada. Sin saber qué depara el destino y, sin cuestionarme lo que sucederá mañana siquiera. Porque lo único que me importa es el presente, y su pequeño ronquido que saca a relucir mi más sincera sonrisa.

La noche anterior, luego de la escena de película en la que me convertía en una víctima más de mis decisiones apresuradas, Pierre terminó sobre el sofá, según él, dispuesto a dormir. Pero yo no iba a ir a mi cama sabiendo que estaba a metros de distancia cuando podría tenerlo a centímetros.

Y sí, insistí para que viniera conmigo, para que compartiera cama con Kissy y formara parte de nuestra pequeña familia. Y al morocho le pareció bien, se quedó encantado con la idea de que la sabandija alzará sus orejas e intentara jugar con él antes de quedarse rendida entre las sábanas.

Mi emoción no desapareció cuando salté de la cama y me dirigí al baño. Miré por última vez a los dos niños que descansaban sobre el colchón y me alejé.

Pero algo no estaba bien, y fue cuando oí un estornudo, y seguido de éste, una tos seca.

Ups.

Me dirigí a mi cuarto y desde la puerta vi como Pierre intentaba sentarse pero no podía. Corrí hacia él más preocupada de lo que debería. Eso no era normal, ¿o si?

—Pierre, tranquilo, ¿estás bien?

Él me observó, sus párpados caían y no le permitían ver. Frunció el ceño y llevo su mano a su frente.

—No… ¿Qué pasó?

Sustituí su palma por la mía y sentí su piel ardiendo. Luego revisé su cuello y pecho, estaban en la misma temperatura. Negué con la cabeza antes de hablar.

—Iré a por un termómetro.

—¿Un qué…? —Lo oír preguntar a lo lejos.

La imagen que hallé al volver fue bastante chistosa. Kissy estaba sobre la almohada, aunque yo le había dicho miles de veces que no hiciera eso porque luego yo tenía que apoyar mi cara ahí, ella no me hacía caso, era una testaruda.

Olfateaba su nariz, y el chico intentaba apartarla sin éxito ya que su mano se movía en el aire.

Me acerqué e hice a un lado las sábanas que lo cubrían. Tenía sus ojos cerrados y me fue sencillo levantar su brazo para dejar el aparato entre su axila y camiseta. Murmuró algo que no logre entender y rápidamente fui a la cocina para tomar un trapo y mojarlo.

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