"La ignorancia abruma, no deja aclarar.
La curiosidad nos vuelve tontos, pero nos anima a despertar"
—Pierre, R.A veces me preguntaba si era totalmente necesario que pasara mi tiempo libre —libertad mental—, en un trabajo que no podría calificarse como el más divertido; pero al acordarme que el salario estaba bien y era de ayuda para pagar el alquiler de mi departamento, además de dejarme propina para invertir en caprichos o cosas necesarias, lógicamente, se me pasaba.
Solía pensar mucho las cosas.
La canción en la radio no era para nada tranquila; pude distinguir la guitarra eléctrica y el bajo por sobre la batería.Sí, muy observador de mi parte.
Las luces de la florería eran más blancas que las de la calle, y el ambiente cálido me protegía de la brisa otoñal.
Era un lugar bonito. Yo me mantenía detrás del mostrador, rodeada de flores artificiales y algunas naturales como las que yacían dentro de los altos jarrones sofisticados que, por cierto, no me atrevía a tocar por miedo a tirar uno y que se rompiera en mil pedazos.
Ser cuidadosa nunca fue una habilidad para mi. Cuando tenía ocho años hice caer una pequeña estatuilla de porcelana en la casa de mi abuela, la pobre cabeza de esa sirena grisácea rodó por el suelo hasta detenerse con el pie de la mujer que casi me sujeta por las orejas y me echa del lugar. Suerte para mi que era lo suficientemente vieja y ya tenía algunos daños. Por lo que no importó demasiado.
Ese sector era sagrado, y no me acercaba a él de no ser necesario.
Detrás de mi, había una cámara de refrigeración, en donde, como lo indica el nombre, se refrigeraban los productos. Y, en la misma sala pero en una esquina guardaba las macetas y productos de limpieza.
Tenía en mi poder las llaves del lugar entero. La dueña me las otorgó en total confianza cuando cumplí unas semanas de llevar a cabo mi labor de manera eficiente, según ella, era la empleada perfecta que tanto buscaba.
El local era nuevo, y a pesar de no ser el más económico atraía clientes por su estética y ubicación. En el centro de la ciudad, con un decorado minimalista y embriagador.
Si yo tuviera que comprar flores iría a ese lugar.
Estaba terminando de envolver un ramo de rosas rojas que pidieron para un casamiento, por la mañana pasarían a buscar el encargo y debía dejar todo listo para que la empleada del turno mañanero pudiera efectuar la entrega sin inconvenientes.
La música terminó y detrás de ella mi móvil comenzó a vibrar. Dejé todo a un lado cuando ví el nombre en la pantalla, era una de mis vecinas; Ada. Una mujer de unos veinticinco años, soltera y muy amigable.
—¿Hola?
—Hola Levana, ¿cómo estás? Mira, te llamo para decirte que tu mascota no deja de llorar.
—¿Cómo? ¿Estás segura de que es Kissy?
—Es el único animal en el edificio, ¿no? —Rió nerviosa.
Mordí mi lengua al oírla. Tenia razón. Pero, ¿por qué estaba llorando? ¿Le dolerá algo? Ella no era de molestar.
—Está bien. —Miré la hora a través del reloj en la pared—. En diez minutos tengo que cerrar y salgo para allá.
—De acuerdo, adiós.
Colgué apresurada y comencé a guardar todo.
«Lo siento, compañera, pero vas a tener que terminar ese último ramo». Pensé al apagar las luces y, darle un último vistazo al cartel de close en la puerta.
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La poesía más romántica
Roman d'amourTodos buscan el amor, y ella lo encontró por mera casualidad. Sin saber sobre conquistas, terminó cautivándolo. Sin el corazón roto, quiso querer bien. Y él le dedicó cada poesía que tuvo en sus manos. El chico escritor, la chica casi, una lectora.