21 - La poesía más romántica

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"Hasta el fin de mis días te querré, porque me has logrado enamorar. Y tu recuerdo quedará, en cada parte de mi piel. Siempre te amaré, y sé que tú también lo harás. Es la regla del destino, volverte a encontrar, una y otra vez, para recordar, que soy testigo de la maravilla de poderte acariciar, y sentirme embelesar por tu aroma de clavel bajo mi mar".
—Jean Pierre, R.


Festejar un cumpleaños no es algo sencillo. Se deben tener muchas cosas en cuenta, como, por ejemplo, el lugar de la reunión. Mi departamento no era pequeño, pero si comienza a llenarse de gente, el espacio claramente se reduce.

El primero en llegar fue Pierre. En realidad, ya estaba conmigo desde la noche. Fue la persona número uno en felicitarme. Luego, dormimos como dos garrapatas abrazadas y lo obligué a levantarse temprano conmigo para hacer las compras.

Se quejó y como protesta, tardó mucho tiempo en vestirse y arreglarse.

Si, muy maduro de su parte.

Mamá llegó por la tarde, me ayudó a preparar algunas cosas también, y, cuando el morocho salió para comprar más comida porque, según Claudia, no era suficiente, ella no tardó en hacerme una escena.

—¿Y cuándo pensabas decírmelo? —interrogó ofendida.

—Cuando se diera la oportunidad…

—¿No creíste que seria mejor decírmelo un día antes de tu cumpleaños, al menos?

—Se me pasó.

—¡Levana Trey! —exclamó, llevó sus manos a su cabeza, pensativa—. Debí registrarte con mi apellido también para sonar más molesta.

Oculté mi sonrisa y ella me miró con disgusto. No dejó de cortar los panes, que, quedaban prolijos y cuadraban, yo la imité, pero mis habilidades gastronómicas no llegaban a mucho.

—Lo siento.

—Lo importante es que puedo decir que te lo dije. —Levantó sus brazos simulando una victoria.

—¡Mamá!

—Es la verdad. Una madre siempre sabe sobre ese tipo de cosas.

—Ni me lo digas…

—¿Seremos los mismos de siempre? —preguntó, curiosa.

Reí por lo bajo. Claro que no, antes solo éramos mi familia y Amanda, pero todo cambió.

Para bien.

El tiempo pasó rápidamente mientras yo me preparaba. Pierre no dejaba de devorar los bocadillos y mamá lo regañaba cuando se daba cuenta.

El timbre sonó, y Kissy comenzó a ladrar como loca. Se veía adorable con su vestido celeste.

—¡Vana! ¡Feliz cumpleaños!

Papá me envolvió en un gran abrazo. Me dio un obsequio, de parte de Alma y Connor también,  quienes me saludaron alegres, aunque el pequeño ni bien se separó de mi, corrió hasta el sofá para robar un lugar cerca de la mesa con comida.

Mamá se acercó para saludar también, ella y la mujer de mi padre se llevaban muy bien, incluso, si tuvieran más tiempo libre, yo creería que serían amigas.

Siempre me sentí afortunada se saber que, a pesar de la ruptura entre mis progenitores, ellos nunca tuvieron un conflicto.

—Hola, Pierre.

El morocho alzó la cabeza, estaba limpiándose la chaqueta llena de migas. Sonrió ampliamente y se levantó.

—Hola, Damián.

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