11 - ¿Alguna vez te has enamorado?

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"Solo mírame una vez más, solo una, para saber si doy pena. Si siento no me condenes, que el preso no sabe vivir sin cadenas".
—Pierre, R.

Al encontrarme con el avellana de sus ojos supe que no había aparecido para hacer las pases o marcharse.

La chispa en su mirada denotaba molestia y a su vez, ansias. Era como si quisiera desatar un caos. Y bastó con sólo eso para que yo comenzara a sentirme nerviosa.

—Vaya… Ya veo por qué no quieres saber nada de Amelie. Vas bien acompañado —dijo, intercambiando la mirada entre nosotros.

—Ahora no —advirtió de modo autoritario.

—¿Y cuándo entonces? Desde tu discurso no te apetece hablar.

Pierre se tensó ante su tono de voz. Sabia que no quería estar allí, y traté de alejarlo mediante un tirón, pero no se movió.

—Y te di mis motivos —aclaró, cubriéndome con su espalda—. Te lo dije, personas como tú no aportan nada a mi vida. Y tardé en notarlo.

—El problema es que eres muy sensible, ¿no es así, Pierre? —Lo miró con cierta burla, luego desvió su mirada a mi.

El morocho suspiró, rascando su nariz.

—Estás terminando con mi paciencia, James.

—Es lo que intento. Te devuelvo lo que me das.

Sabia que detrás de sus palabras había una historia. A mi mente llegó aquella discusión, en la que James parecía estar bastante nervioso. Aunque no me enteré de aquello, era evidente que algo se traían, no era ninguna tontería.

—¿Sigues con ese tema? ¿De verdad?

El castaño sonrió sin gracia y soltó una corta carcajada.

—Claro que sí. ¿Le restas importancia? ¿Tú, el chico con perfecta moral?

Mi corazón comenzó a latir con más velocidad. Sentí en mi espalda el sudor provocado por la misma tensión.

—Mira, no quiero discutir contigo.

—Creo que ya es tarde para eso.

James se había acercado. Estaban a pocos pasos de distancia. Yo seguía firme ante la situación, sujetando la mano del morocho.

—¿Qué? ¿Te da pena que ella escuche todo? —insistió, señalándome con su dedo índice.

No interferí, Pierre tampoco respondió, solo cerró sus ojos con fuerza y me observó preocupado.

Le sonreí vagamente y asentí, dándole a entender que todo estaba bien. Solo teníamos que ignorar al idiota y alejarnos de allí.

Pero no todo era tan sencillo.

Y no todos los idiotas son idiotas que cierran la boca.

—¿Sabes lo que hizo tu novio? —me habló, ladeando la cabeza para verme mejor.

—No es mi…

—Me quitó a mi chica —ladró.

Fruncí el ceño extrañada. No, eso no iba con Pierre.

Nos miramos y me bastó con ver sus ojos para creerle.

James estaba tan rojo que parecía a punto de explotar, sus puños estaban formados pero los relajo llevándolos a sus caderas.

—No era tu chica —intervino mi acompañante—. Y no, no te la quité como si fuera una moneda de cambio.

A eso le llamo yo un buen nocaut.

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