20 - Verde y carmesí

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“Mis labios gritan tu nombre. Mi pecho no se defiende. Ríes y todo lo enciendes.
Solo déjame apreciarte, eres arte. Y ya lo he dicho, pero caigo en el capricho, de siempre querer besarte y amarte”.
—Jean Pierre, R.

Desperté gracias a mi alarma de las nueve. Debía ir a un encuentro con Ivo, según él, tenía un reunión para su nuevo trabajo, dijo que era un buen puesto para no tener experiencia en el rubro.

Me pidió que lo acompañara, aunque sea hasta la recepción. Era importante para él, pero yo aún no podía confiar del todo. ¿Estaba bien juzgarlo? ¿Tener al menos una pizca de esperanza? Estaba dividido, por el lado de hermano menor, con ansias por ver a Ivo salir adelante. Y por esa oscuridad pesimista que retumba recordándome a mi padre y su fin, teniendo en cuenta la inevitable posibilidad de que todo caiga otra vez.

Busqué en mi armario qué ponerme. No me preocupaba mucho por mi estilo, era simple en ese sentido. Camisas, sudaderas no muy coloridas, pantalones lisos, algunos con cortes que yo mismo hacia cuando estaba aburrido, y pocos accesorios; cadenas, cinturones, y a veces, alguna cadena en mi cuello.

Pero solo cuando me acordaba.

Observé el hilo rojo rodeando mi muñeca, siempre lo llevaba conmigo. Ya me había pasado que se cortaba o desgastaba, y como si fuera un amuleto de la suerte, no tardaba en reemplazarlo con una réplica.

Me sorprendió el hecho de que Levana no preguntara por qué llevaba eso como pulsera. A ella le daba curiosidad todo, y si podía adquirir cualquier respuesta a sus interrogatorios, se quedaba satisfecha.

Era una chismosa adorable.

Había una razón, un poco cursi, ¿para qué negarlo?

Cuando empecé con mis estudios y me volví un adulto, mi madre me vio una noche estresado. No tenía tiempo para escribir y ella lo sabía. Encontraba mi espacio de relajación y creación, pero esas semanas no lo logré. No podía abrir mi imaginación, estaba totalmente bloqueado.

Ella lo notó y apareció en mi habitación una noche, yo estaba a punto de dormirme, y se sentó conmigo.

“Ten, Jean. Esto te mantendrá enfocado. Sólo pienso en todo lo que tienes para dar cuando lo veas, así, el color que se asemeja al de todo tu cuerpo, actuará como una línea que divide tu bienestar con los problemas del exterior. Sólo crea ese refugio y no vuelvas a lanzar esa libreta que tanto arte porta”.

Sí, anoté eso, está en mi libreta.

Desde ese día no volví a quitármela. Pero además de seguir su consejo, me permito pensar en ella también.

—¿En qué momento empezó a hacer tanto frío? —me pregunté mientras tomaba una campera.

Salí de casa sin hacer ruido, Virginia estaba durmiendo aún, ese día lo tenía libre y no quería molestarla con mis quejas por ser un amante del invierno pero odiando congelarme.

Conduje hasta el parque que Ivo me indicó, estaba frente a una cafetería. Mi mente gritaba por un café, y eso iba a darle en cuanto me encontrara a solas.

—¡Jean! —exclamó, acercándose casi corriendo.

—Hola, Ivo. —Sonreí al sentir cómo temblaba, y seguro era por los nervios.

—¿Cómo me ves? —interrogó dándose la vuelta para que pudiera apreciar su traje negro junto a una corbata azulada—. Mi cita es en quince minutos, ¿qué se supone que haga? ¿Sonrió mucho o muestro un perfil bajo? ¡No soy profesional, soy un desempleado sin…!

—¡Ivo! —lo reñí, tomándolo por los hombros—. Respira, que vas a desmayarte antes de entrar ahí.

Juntó aire profundamente y luego lo expulsó. Un vaho se dibujó en el aire y asentí para darle confianza.

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