Maratón 2/?
Las ventajas de tener un avión privado eran aún más agradables con una mujer al lado. Hicieron el amor y luego durmieron unas horas, lo cual debería haber sido suficiente para relajarse y llegar a Gran Bretaña descansados. Sin embargo, mientras el avión descendía, Ucker percibió el nerviosismo de Dulce e hizo todo lo que estaba en su mano para distraerla.
Había reservado habitación en un hotel cercano al aeropuerto. Allí pasarían la noche, y se reunirían con su familia al día siguiente en Albany. Sin embargo, su familia tenía otro plan en mente.
Tomaron tierra a primera hora de la mañana, aunque para ellos seguía siendo última hora de la tarde. Por la forma en que Dul movía las manos, Ucker sabía que su esposa tenía los nervios a flor de piel.
Bajaron del avión, él rodeándola con un brazo. Siguiendo su consejo, Dulce se había cambiado de ropa y llevaba unos vaqueros gastados y una camiseta de manga larga. «No hace falta que te pongas guapa para el chófer», le había dicho, asegurándole que tendrían tiempo para dormir, darse una ducha y vestirse adecuadamente antes de acometer algo importante.
Sin embargo, cuando la limusina que había pedido se detuvo junto al avión y se abrió la puerta trasera, Christopher y Dulce se quedaron petrificados al ver uno de los tacones de la madre de él apoyándose en el suelo.
—Me dijiste que no veríamos a nadie en el aeropuerto —murmuró Dulce entre dientes.
—Y así es.
Era evidente que la mujer que acababa de bajarse del asiento trasero de la limusina era su madre. El chófer sostenía un paraguas en alto encima de ella para evitar que las gotas de lluvia que caían sobre la pista le arruinaran el peinado que sin duda un peluquero había tardado horas en crear.
A pesar del horrible matrimonio por el que había pasado, Linda Uckermann aparentaba diez años menos de los que tenía en realidad. Tenía el pelo de color ocre y lo llevaba recogido bajo un elegante sombrero. Vestía un abrigo largo y gris sobre, y de eso Ucker estaba seguro, una falda estrecha y una blusa. Su madre siempre iba vestida al detalle. A pesar de que el sol se había escondido tras una gruesa
capa de nubes, la madre de Christopher llevaba unas enormes gafas de sol, bajo las que ocultaba sus ojos y los sentimientos que estos pudieran revelar.
—Entonces, ¿quién es esa?
Ucker tragó saliva. Si algo había aprendido de su mujer era su tendencia a la inseguridad. Tras la actitud guerrera de Dulce se escondía un poderoso deseo de ser aceptada.
Estaba seguro de que la idea de sugerirle que se quitara el traje de seda y se pusiera cómoda acabaría explotándole irremediablemente en la cara.
—Es mi madre.
Dul vaciló, pero Ucker la ayudó a seguir adelante poniendo una mano sobre su espalda y empujándola con firmeza.
—Pero...
—¿Mamá? —Christopher retiró la mano de la espalda de Dulce el tiempo justo para darle dos besos a su madre—. No te esperábamos. —Parecía despreocupado, pero confiaba en que su voz transmitiera el descontento que sentía en aquel momento.
—No podía permitir que tu esposa y tú aterrizarais sin una bienvenida.
Ucker volvió al lado de Dul y la empujó para que diera un paso al frente.
—Dulce María, mi madre, Linda. Mamá, esta es mi esposa, Dulce María.
La madre permitió que sus labios esbozaran una sonrisa.
—Un placer —dijo, ofreciéndole la mano a su nuera.
—He oído hablar mucho de usted.
—¿Es eso cierto? Yo prácticamente no sé nada de ti.
Dulce se puso tensa y Ucker tuvo que interponerse entre las dos mujeres.
—Estamos aquí para remediarlo —le dijo a su madre—. No deberías haber venido. Ya sabes lo largos que son los viajes desde Estados Unidos.
Linda palmeó el hombro de su hijo.
—Estoy segura de que habéis tenido tiempo suficiente para descansar durante el vuelo.
—Llevamos unos días muy ocupados, como puedes imaginarte. Nos apetecería dormir unas horas.
La madre miró al chófer que sostenía el paraguas sobre su cabeza y luego el coche.
—En ese caso, será mejor que partamos cuanto antes.
Christopher sintió que empezaba a perder el control. Lo peor fue que Dulce no dijo absolutamente nada. Se limitó a mirarlos, primero a uno, luego al otro, con los labios sellados.
—He reservado habitación en el Plaza.
—Eso es una estupid...
—¡Madre! —Ucker ya había tenido más que suficiente.
—Linda. No te importa que te tutee, ¿verdad? —preguntó Dulce, que por fin había recuperado la voz.
—Por supuesto que no, querida.
—Bien. Como puedes ver, necesito darme una ducha desesperadamente y recuperar unas horas de sueño. Espero que seas tan amable de aguardar en Albany hasta nuestra llegada, hasta que Blake y yo nos hayamos quitado de encima al menos parte de este horrible jet lag. —Dul escogió un tono y unas palabras muy formales, tanto que Ucker no la había oído hablar así hasta entonces.
—Supongo que tienes razón.
Dulce tomó el brazo de Christopher y se apoyó en él.
—Te agradezco que hayas venido hasta aquí solo para recibirme. No sabes cuánto significa para mí.
Ucker se había quedado nuevamente sin palabras. Ayudó a su esposa y a su madre a montarse en la parte trasera del coche y luego se unió a ellas. En cuanto la puerta se hubo cerrado, Dulce se acurrucó contra su marido.
—Llevas un abrigo precioso —le dijo Dul a su suegra.
—Gra... gracias.
—Espero que me digas dónde te lo has comprado. Me temo que no tengo nada parecido y, por el aspecto del cielo, creo que voy a necesitar uno mientras dure mi estancia.
—Por supuesto, querida. Tendremos tiempo de sobra para ir de compras.
La preocupación de Ucker por la inesperada aparición de su madre empezó a desvanecerse.
—Mi mujer y mi madre de compras. ¿Debería preocuparme? —se burló.
—Depende —respondió Dulce María.
—¿De?
—De si tu hermana se nos une. Tres mujeres y una tarjeta de crédito sin límite son un auténtico peligro.
Todos rieron. Y a pesar de las diferencias más que evidentes
entre su madre y su esposa, a Ucker no le preocupaba la posibilidad de que no se llevaran bien. Dulce había prestado atención a la descripción de los hábitos de su madre en cuanto al dinero, y la estaba utilizando para ganarse su afecto. Para cuando llegaron al Plaza, Ucker estaba seguro de que su madre ni siquiera se había percatado de los vaqueros de centro comercial y de los zapatos sin marca que llevaba Dulce, del mismo modo que sabía que en cuanto pudiera su esposa le prendería fuego a todo el atuendo.
Afortunadamente, su madre se despidió de ellos en la puerta y no los siguió al interior del hotel. Todavía estaba amaneciendo y la recepción estaba vacía. El botones los acompañó rápidamente hasta la habitación. Ucker le dio una propina y cerró la puerta tras él.
Por fin estaban solos. Dul se quitó los zapatos y se dejó caer en el sofá.
—Puede que acabe gustándome tu madre, aunque antes tendré que superar el hecho de que nos tendiera una emboscada en el aeropuerto.
—Le pedí que nos esperara en Albany.
—Es tu madre. Tiene curiosidad.
—Aun así, debería haber esperado. —Y así se lo haría saber en cuanto tuviera una oportunidad.
—Necesitaba comprobar con sus propios ojos que no estoy embarazada de cinco meses.
Christopher acababa de colocar su maleta sobre la cama cuando comprendió las palabras de Dulce .—¿Embarazada?
—Por favor, ¿no te has dado cuenta de que no dejaba de mirarme la barriga?
No, ni siquiera se le había ocurrido.
—No lo dices en serio.
—Muy en serio. Era una misión de reconocimiento. Primero para saber si tiene un nieto de camino y segundo para asegurarse de que no soy un desastre sin clase.
Ucker se apoyó en la estructura de la cama y se preguntó si Dulce tendría razón.
—¿Cómo puedes estar tan segura?
—Las mujeres son criaturas emocionales. Todo está en sus ojos. Cuando tu madre se ha quitado las gafas, he podido leer cada mirada, cada movimiento.
Ucker se encogió de hombros.
—Creo que te llevaré conmigo al próximo consejo de administración. Parece que se te da bien el espionaje.
—Cursé psicología como segunda especialidad.
—Podrías haber hecho carrera en la justicia.
—No lo creo. Por los cargos de mi padre y todo eso.
Dulce se levantó del sofá y puso punto final a la conversación. Había dolor en su mirada. Sacó algunas cosas de la maleta y se dirigió al lavabo. Su padre la había marcado de por vida. Desgraciadamente, Christopher no sabía cuán profundas eran las heridas. Tendría que descubrirlo.
Dulce apenas había tenido tiempo de apoyar la cabeza en la almohada cuando Ucker la despertó. Se dio una ducha larga con agua muy caliente y tomó un pequeño refrigerio —la comida le provocaba náuseas— antes de partir hacia Albany. La idea de que la familia de Ucker observara cada uno de sus movimientos le ponía la piel de gallina. Era consciente de que se había librado del primer interrogatorio de la madre de Ucker, pero no sabía si sería capaz de repetirlo ahora que Linda estaría en su terreno.
Estaba preparada para conocer a la familia al completo. Había escogido para la ocasión un traje de chaqueta con falda color óxido. Christopher no se había molestado en preguntarle por qué se había dejado los vaqueros y la camiseta en el hotel, dentro de la papelera de la habitación para ser más concretos. Simplemente se había reído al verlos. ¿Qué otra cosa podía hacer? Nunca debería haber llevado esa ropa consigo y mucho menos habérsela puesto el día en el que Linda había decidido hacer su aparición. Si volvían a sorprenderla, sería vestida con sus mejores galas. Para ello se aseguró de que toda la ropa que llevaba consigo fuera acorde con el gusto de la anterior duquesa de Albany, quizá unas décadas más joven en cuanto al estilo pero siempre digna de la mujer que caminase del brazo de Christopher.
De camino a Albany Hall dejó de llover. Londres se desvaneció lentamente y el paisaje se llenó de verdes colinas. Dulce intentó relajarse en el asiento junto a su marido mientras este hablaba de su hermana, que tenía aproximadamente la misma edad que ella.
—Mai siempre ha querido que yo sentara la cabeza.
Dul sintió que se le revolvía el estómago al escuchar aquellas palabras.
—¿No te preocupa...? —Dejó que la pregunta quedara suspendida en el aire y sus ojos se posaron en el chófer. Quería preguntarle si le preocupaba que su hermana le cogiera cariño a su nueva cuñada en el poco tiempo que duraría su matrimonio.
Ucker permaneció en silencio unos segundos y su rostro se cubrió de incertidumbre.
-Mai y tú se llevarán muy bien. Es muy agradable. Tal vez un poco consentida, pero no tiene mala intención.
Dulce aparcó aquella conversación para otro momento más apropiado, cuando ambos pudieran hablar a solas. Empezaba a preocuparle la posibilidad de decepcionar a toda la gente que estaba a punto de conocer. De pronto se acordó de su padre, de los días previos a que le pusieran las esposas.
Como licenciada en empresariales, Dulce pasaba muchas horas fuera de clase discutiendo con los profesores sobre el éxito de su padre. Incluso Dan, su novio de entonces, quería saberlo todo de Fernando Espinosa y su pequeño imperio económico e inmobiliario.
Dan era encantador, carismático y más astuto que un zorro esperando junto a una madriguera a que el conejo asomara su pequeña y peluda cabeza.
Dul era el conejo que no sabía que estaban jugando con ella.
Y pensar que se había acostado con el hombre que acabó metiendo a su padre entre rejas... Qué estúpida era. Habían estado saliendo, quedando para estudiar, o eso creía ella, y deshaciendo un buen número de camas. Mientras tanto, Dan grababa todas las conversaciones, en las que le hacía preguntas en apariencia inocentes pero que habían resultado cruciales para construir las acusaciones contra su padre.
Incluso ahora, años más tarde y sentada junto al que iba a ser su marido durante un breve espacio de tiempo, Dulce se ponía enferma al recordarlo. Entonces no había sido consciente de estar revelando pruebas cruciales contra su padre, pero los pecados del viejo eran una bola de nieve cada vez más grande que acabó por matar a su madre y arruinar la vida de Claudia.
Dulce recordaba el día en que Dan le había contado la verdad sobre su identidad, cómo había permanecido impasible mientras un agente federal la amenazaba con la encarcelación de su madre si no colaboraba en la investigación. Le hablaron sobre los agujeros en las prácticas empresariales de su padre y le revelaron que habían instalado micrófonos por toda la casa.
—Tenemos razones para creer que su madre sabe más de lo que aparenta sobre los delitos de su padre. Si usted no nos demuestra lo contrario, ambos acabarán entre rejas.
Dulce sabía que su madre no estaba enterada de los negocios de su padre, pero estaba demasiado desconcertada para preguntar por qué un federal querría obligar a una hija a probar la inocencia de su madre. Al final, Dan y sus amigos solo la utilizaron para cargarse a su padre. Sabían que su madre, Blanca, no tenía nada que ver con los planes de su padre.
Dulce reflexionó sobre muchas de las cosas que su padre había hecho a lo largo de los años. Tenía socios, o eso decía él, pero Dulce nunca los había conocido. No fue hasta su primer año de universidad, cuando uno de sus profesores le preguntó por la profesión de su padre, que empezó a sospechar. No pudo darle una respuesta concreta sobre qué hacía para ganar dinero, solo que lo ganaba, y mucho.
En cuanto a su madre, era la esposa de un hombre rico. Comía con la élite del barrio, nunca fregaba los platos y miraba hacia otro lado cuando su padre tenía una aventura. Siempre iba perfectamente vestida y no permitía que Claudia o ella salieran de casa con ropa que pudiera parecer gastada o barata.
El primer año de universidad le abrió los ojos sobre cómo funcionaba el mundo. Sus compañeras de la hermandad, que desaparecieron como cucarachas cuando su padre ingresó en la cárcel, le enseñaron a administrar el dinero. Dos de ellas provenían de matrimonios rotos y tenían una habilidad especial para separar el dinero de papá de los gastos de cada día y así poder irse de vacaciones en primavera con el resto de las chicas de la hermandad. La llevaron a centros comerciales y grandes superficies donde no tenía por qué dejarse una pequeña fortuna en las compras habituales. Dulce le había contado a su madre con orgullo cómo estaba administrando el dinero para reducir a la mitad el presupuesto que le había asignado su padre.
Blanca echó un vistazo a los vaqueros de Dul y se negó a seguir escuchando.
—Ninguna hija mía va por ahí vestida así.
Ofendida pero decidida a que la estrechez de miras de su madre no le impidiera seguir aprendiendo sobre las finanzas del mundo real, Dulce continuó ingresando cada mes casi la mitad de la asignación de su padre en una cuenta aparte. Esa cuenta le salvó el pellejo cuando los federales confiscaron todo el dinero de la familia.
Ahora que Dulce había recuperado el estilo de vida de antaño, le preocupaba enormemente decepcionar a Linda, a Mai y a toda la familia cuando, en menos de un año, les llegara la noticia de su separación.
Christopher cubrió las manos de Dulce con una de las suyas, llamando su atención sobre el incesante modo de retorcerlas sobre su regazo. Dul buscó sus hermosos ojos y en ellos encontró compasión. «Probablemente cree que estoy nerviosa por conocer a su familia.»
No tenía la menor idea de que sus preocupaciones eran mucho más profundas.
Por primera vez desde que llevaba alianza, Dulce empezaba a cuestionarse sus decisiones.
¿Y si decía o hacía algo que lo estropeara todo y la madre y la hermana de Christopher se quedaban sin nada? ¿Sería Linda capaz de soportarlo?
Un escalofrío le recorrió el cuerpo.
¿Y si Linda seguía los pasos de su madre?
Dul sacudió la cabeza y desterró los recuerdos del entierro de su madre.
—Todo va a salir bien.
De repente, Dulce ya no estaba tan segura de ello. Albany Hall se materializó ante sus ojos mientras la limusina recorría el camino que llevaba a la casa.
—Oh, Dios mío —masculló entre dientes.
El hogar en el que Ucker había pasado su infancia tenía el tamaño de un castillo pequeño. Dos alas sobresalían de una estructura central. Dulce contó tres plantas pero no descartó la posibilidad de que hubiese un sótano enorme bajo tierra. Según Christopher, la casa tenía treinta y cinco dormitorios, sin contar los del servicio. También había un salón de baile y un conservatorio, una biblioteca con más libros de los que nadie pudiera leer en su vida y varios salones, bautizados según el color de la decoración.
—El salón azul está junto a la entrada y el rojo al lado.
Al bajarse de la limusina y entrar en el mundo de su marido, Dulce se sintió un poco como Cenicienta la noche del baile, solo que en su versión del cuento el reloj no marcaría las doce de la noche hasta al cabo de un año. Eso debería ser suficiente para que se sintiera más segura, al menos durante un tiempo, pero no dejaba de imaginarse calabazas, ratones corriendo entre sus pies, zapatos de cristal y reproches.
—¿Lista? —preguntó Ucker antes de guiarla hacia el interior de la casa.
Si Mai Uckermann albergaba alguna duda sobre la presencia de Dulce junto a su hermano, lo disimulaba increíblemente bien. En cuanto Dul hizo su aparición en la enorme mansión de la familia, Mai se cogió del brazo de su recién estrenada cuñada y no la volvió a soltar. Era joven, guapa, llena de vida y sin duda alguna muy consentida. Linda la recibió con una sonrisa y le presentó a una tía por parte materna, al tío de Christopher y a dos primos que la observaron detenidamente.
El personal de la casa esperaba a un lado, listo para recoger las maletas, servir el té y fundirse con el entorno.
—No sabes la ilusión que me hace tener a alguien de mi edad por aquí —le dijo Mai a Dulce. Su hermano disimulaba el acento británico, pero en su hermana era especialmente marcado.
—Nunca te ha faltado compañía —le recordó Linda a su hija.
—Compañía sí, pero con la familia siempre es diferente. ¿No crees, Dulce? Nunca he tenido una hermana en quien poder confiar.
Mai sonrió, mostrando unos dientes blancos y perfectos, y por un instante Dul se sintió culpable. A pesar de que ella sí tenía una hermana, Claudia no estaba en condiciones de relacionarse con ella de la forma a la que se refería Mai.
Era como si alguien le diese una segunda oportunidad a través de Ucker para que pudiera disfrutar de una hermana, aunque el tictac de la bomba que era aquella relación no dejaba de sonar.
—Supongo que sí —dijo Dulce.
—Hay té preparado en el salón rojo, Christopher. ¿Por qué no nos sentamos cómodamente y nos lo explicas todo sobre tu inesperado noviazgo y matrimonio?
Ucker consiguió colocarse junto a Dulce y tomarla del brazo. El calor que desprendía su cuerpo era un consuelo frente a los pensamientos que la atormentaban. Se inclinó hacia ella y le susurró al oído:
—¿Cómo lo llevas?
Dulce se dio cuenta de que Howard, el primo de Ucker, los observaba con los ojos entornados y los labios prietos. Cogió una mano de Ucker y le besó los nudillos. La luz que iluminó el rostro de su esposo borró por un momento los oscuros presagios que les aguardaban en el futuro.
«Bien», respondió en silencio, formando la palabra con los labios, y Christopher le apretó la mano.
Linda los guió hasta una estancia roja con el techo abovedado y las paredes empapeladas de rojo, gris y blanco. El estampado era muy sutil a pesar de la elección de colores. Las cortinas de seda y varios cuadros de temática floral le otorgaban a la estancia un toque femenino, reforzado por el precioso centro de flores que descansaba sobre la repisa de la chimenea.
Los hombres se sirvieron pastas y sándwiches de una mesita antes de tomar el té.
—¿Habías estado alguna vez en Europa? —preguntó Linda mientras servía té oscuro en unas tazas diminutas.
—En el instituto.
—Entonces estarás familiarizada con la hora del té —intervino Mai.
—No es más que una excusa para picar a media tarde —repuso Christopher.
Mai desaprobó las palabras de su hermano con un gesto de la mano.
—No le escuches. Es alérgico a cualquier cosa que sea remotamente británica. Creo que ninguno de nosotros se sorprendió al escuchar que se había casado con una americana.
—¡Mai! —le riñó su madre.
—Es verdad.
Dulce apenas podía aguantarse la risa.
—No es culpa mía que las europeas no me llamaran la atención —se defendió Christopher como pudo.
—Entonces —intervino Howard, dejando de comer un segundo para preguntar— ¿Dulce y tú se conocen hace mucho tiempo?
Los dos habían acordado que fuera él quien respondiera a las preguntas más básicas sobre su relación. De esa manera, ninguno de los dos contradiría las palabras del otro.
—Yo no diría eso.
—¿Qué dirías entonces? —preguntó Mary, la tía de Ucker.
—Nos conocimos el mes pasado.
—¿El mes pasado? —Mai no daba crédito a lo que acababa de escuchar—. ¿Cómo puedes casarte con alguien a quien apenas conoces?
Ucker dejó la taza sobre la mesa y cogió la mano de Dulce.
—Me habría casado con Dulce el mismo día en que nos conocimos si ella me hubiera dicho que sí. Hay veces en la vida en las que simplemente sabes que estás haciendo lo correcto.
Paul, el tío de Ucker, se incorporó en su silla.
—Lo correcto, dices. ¿Nos estás ocultando algo?
La mandíbula de Ucker se tensó de repente.
—¿Qué me estás preguntando exactamente?
Las mujeres permanecieron en silencio sin apartar la mirada de Dulce.
—¿Tu mujer está embarazada?
Christopher parecía incómodo.
—Mi mujer tiene un nombre e insisto en que empieces a utilizarlo en lugar de actuar como si no estuviera presente. —La frialdad con la que se dirigió a su tío heló la sangre de Dulce. Aquella era una faceta de él que apenas había visto hasta entonces y que esperaba no sufrir en sus propias carnes.
Paul sonrió con malicia, pero antes de que pudiera decir algo, Dulce respondió por su marido.
—No estoy embarazada.
A pesar de que las mujeres presentes en el salón no dijeron nada, se oyó un suspiro de alivio tras su declaración.
—Entonces se han casado por el testamento —intervino Adam, el primo más joven, que estaba sentado junto a Howard, quien hasta entonces no había intervenido en la conversación.
Christopher se puso en pie de un salto con los puños cerrados. Dulce se apresuró a dejar su taza de té a un lado y sujetar las manos de su esposo.
—Cariño, sabíamos que pondrían en duda nuestras motivaciones. —A continuación, como si hubiera nacido para mentir, añadió—: ¿Cómo van a entender la chispa que se produjo entre nosotros el día en que nos conocimos, o entender los motivos que nos han llevado a estar juntos y casarnos sin pasar por un noviazgo largo?
Por fin Linda se decidió a hablar, serenando los ánimos de los presentes.
—Haces que parezca muy romántico, Dulce.
Dul obligó a Ucker a sentarse de nuevo y no le soltó la mano para evitar que estrangulase a la parte masculina de su familia.
—Estoy segura de que no quieres saber todos los detalles, pero tu hijo es muy romántico.
—Yo sí quiero saber los detalles —intervino Mai, mordiéndose
el labio mientras hablaba.
Ucker miró a su hermana con los ojos entornados. Los de Dulce, por su parte, no dejaron de observar a Howard, que había presenciado la escena sin pronunciar una sola palabra. Su silencio parecía indicar que no le había convencido. Su mirada, fría y calculadora, se detuvo en Christopher, y Dulce no pudo más que preguntarse hasta dónde estaba dispuesto a llegar para echarle la mano a la herencia de Ucker.
El mayor de los Parker, de Parker y Parker, estaba sentado frente a Ucker, preparado para discutir los detalles de la última voluntad y del testamento de su padre. Christopher recordaba haber escuchado las proclamas del viejo duque desde el más allá exigiéndole que se casara si quería heredar el grueso de su fortuna, pero había algunos detalles que no le habían quedado claros. De hecho, el día de la lectura del testamento, Christopher había interrumpido al abogado antes de que pudiera terminar. Al fin y al cabo, acababa de cumplir los 25; los treinta le parecían algo muy lejano.
Armado con poco más que un traje, una corbata y una expresión estoica en la cara, Mark Parker abrió su maletín y sacó un taco de papeles de al menos cinco centímetros de grueso.
—Veo que no ha tardado mucho en procurarse una esposa —dijo el abogado.
El último encuentro entre ambos había tenido lugar un par de meses atrás. Mark le recordó a Christopher la fecha máxima que Edmund había estipulado en su testamento, pero lo hizo solo porque estaba obligado. Si Ucker no se hubiera ajustado a los plazos, Parker y Parker habrían ganado el veinticinco por ciento del total, la madre y la hermana habrían recibido una pequeña suma, insuficiente para mantener su actual ritmo de vida, y el resto se habría repartido entre Howard y algunas obras benéficas.
—Dulce y yo somos muy felices —respondió Ucker, negándose a disculparse.
—¿Es eso cierto?
—Podrá comprobarlo usted mismo durante el fin de semana. Hacía tiempo que no me apetecía volver a casa después del trabajo.
Qué extraño, no sonaba a mentira. De hecho, le apetecía ver el rostro de su esposa cada noche y cada mañana desde que habían empezado a compartir la cama.
Mark apretó los labios y las marcas de expresión de su cara se volvieron más definidas.
—Convencer al bufete de que su matrimonio no es de conveniencia depende únicamente de usted y de su señora esposa.
—Soy consciente de las cláusulas que Edmund incluyó en el testamento. Estamos aquí para determinar exactamente qué necesita su bufete de mí en los próximos doce meses.
Mark se rascó la barbilla.
—Su padre estaba decidido a impedir que usted falseara la situación para superar favorablemente sus demandas.
Su padre era un imbécil, pero Christopher no necesitaba compartir con Mark sus opiniones sobre el viejo.
—Eso ya lo sabemos.
—Pasó una cantidad considerable de tiempo en nuestras oficinas redactando las contingencias legales.
Algo en la forma en que Mark estaba sentado, en el destello que desprendían sus ojos, le ponía el vello de punta.
—Ya hemos repasado esas contingencias.
Mark abrió la boca y dibujó una «O» silenciosa con los labios antes de inclinar la cabeza a un lado y continuar.
—La mayoría. Hemos hablado de casi todas.
El suelo empezó a temblar bajo los pies de Ucker. En lugar de mostrarse inseguro ante el astuto abogado, el duque se apoyó en el respaldo de la silla y esperó a que le expusiera los detalles.
—Estoy convencido de que en el momento de la lectura del testamento de Edmund, usted estaba demasiado triste para prestar atención a algunas de las cláusulas adicionales. Por citar una, la que establece que, una vez casado, se leyera y aplicara el codicilo incluido en el testamento. —Mark sonreía abiertamente, como un zorro mirando a un ratón desde las alturas.
—Estoy intrigado —respondió Christopher—. ¿Qué otra cosa podría pedirme mi padre?
—Aquí tengo una adenda sellada que debía abrirse una vez estuviera casado. —Tras apartar un montón de papeles de la pila, empezó a leer.
Bien hecho, Christopher, hijo mío, parece que al final no he educado a un completo inútil. A estas alturas, estoy seguro de que ya formo parte de tu lista de seres más abyectos que jamás hayan pisado la tierra. Te aseguro que solo me mueve la intención de demostrarte lo importante que debería ser para ti la familia. Te burlaste de mí durante toda tu vida adulta, hiciste lo posible para alterar la mía. Supongo que un hombre mejor que yo habría dejado una buena cantidad de dinero a sus hijos y a su mujer y habría muerto plácidamente con la conciencia tranquila, en lugar de obligar a su heredero a obedecer los dictados de un testamento. Los dos sabemos que nunca he sido ese hombre. Así pues, hijo mío, te dejo una última tarea antes de que la herencia pase a ser tuya. Confío en que habrás contraído matrimonio justo antes de tu trigésimo cumpleaños, lo que significa que tienes un año para tu próximo encargo.
Christopher sintió que la sangre empezaba a hervirle en las venas. Sabía perfectamente hacia dónde iba su padre y aun así fue incapaz de impedir que las palabras salieran de la boca de Mark Parker.
Si realmente has sentado la cabeza y estás listo para seguir con la saga familiar, tendrás que demostrarlo trayendo un heredero al mundo.
Mark hizo una pausa para comprobar su reacción. Christopher se concentró para no apretar los dientes y dobló las manos sobre su regazo, con la imagen de las manos de Dulce flotando en su cabeza.
¿Qué iba a hacer ahora?
Estas cosas llevan su tiempo, pero tienes un año para encarrilar tu futura paternidad.
Al igual que la vez anterior, Ucker dejó de prestar atención cuando Mark entró en detalles: el sexo del niño era indiferente, pero tenía que nacer antes de que Christopher cumpliera treinta y uno . Mark terminó de hablar y carraspeó.
—Parece que su padre pensó en todo.
—¿Y si mi esposa y yo queremos esperar para formar una familia?
Mark disimuló una sonrisa.
—Su padre le dará millones de razones para que acelere sus planes. Claro que si no pensaba formar una familia o seguir casado con...
Ucker interrumpió las palabras del abogado con un gesto.
—Acabamos de casarnos, Mark. O quizá no se ha dado cuenta de ese pequeño detalle.
—Me doy cuenta de todo lo que usted hace. Hombres más grandes que usted se han casado para conseguir sumas millonarias con la intención de divorciarse en cuanto el dinero estuviera ingresado en sus cuentas. —Mark parecía furioso, pronunciando cada palabra con su acento almidonado.
—Ese anexo estaba sellado, pero usted lo sabía desde el principio, ¿verdad?
Mark se puso cómodo en su silla y cruzó los brazos sobre el pecho, respondiendo con una leve medio sonrisa. Ucker sintió el deseo poco habitual en él de hacer que Mark, y su falta de sensibilidad, se revolviera en su asiento.
—En realidad, me gusta la idea de ser padre —dijo Christopher, dejando que el acento de su infancia tiñera sus palabras.
A Mark se le borró la sonrisa de la cara.
—Dulce será una madre maravillosa. —Lo pensaba realmente, pero aun así puso cara de póquer.
—Va a necesitar más que palabras para convencernos.
—De eso no me cabe la menor duda.
Mark recogió sus papeles y se levantó de la mesa, listo para irse.
—Estaremos en contacto.
Ucker se puso en pie y le ofreció la mano.
—Nos vemos este fin de semana en la recepción.
—Cierto.
Cuando el abogado se disponía a irse, Christopher lo detuvo.
—Ah, Mark, asegúrese de que sus abogados me hagan llegar una copia del testamento de mi padre.
Mark asintió y se dirigió hacia la puerta del despacho.
Ucker dio media vuelta y se acercó a la ventana para observar las calles bajo la espesa lluvia.
Un niño.
Maldijo a su padre y todo lo que simbolizaba. Una parte de él quería escapar de todo, decirle a Dulce que habían descubierto el engaño. Sabía perfectamente que ella se negaría a traer un hijo al mundo por dinero. Los engaños de su propia familia ya le habían causado demasiado daño. No querría engañar a un niño. Joder, si casi podía sentir cómo se le revolvía todo por dentro cada vez que Mai empezaba a hablar sobre planes de futuro.
Ucker había dado por hecho que los abogados de Parker y Parker intentarían obligarlos a permanecer juntos durante todo el año siguiente. Pensaba que Mark había acudido a su despacho para decirle algo tipo: «Christopher, usted y su esposa no pueden estar separados más de dos semanas seguidas si quieren que nos creamos que están felizmente casados».
No, los abogados de su padre habían hecho algo mucho más difícil de conseguir.
Pero ¿y si Dulce se quedaba embarazada? ¿Tan malo sería eso? Una sensación de calor empezó a ascenderle por el pecho. La idea de ver cómo sus curvas se volvían más pronunciadas, cómo sus pechos le llenaban las manos aún más, cómo sostenía entre sus brazos un hijo que también era el suyo...
Christopher apartó las imágenes, que no eran especialmente difíciles de imaginar, de su mente.
Quizá su equipo de abogados podría encontrar alguna ilegalidad en el testamento de su padre. Había asignado el caso a los mejores para ver qué podían hacer.
Por el momento, mantendría aquel último giro de los acontecimientos en secreto.