6

521 34 5
                                    

Había cámaras en la sala de estar, en la cocina y en los dos dormitorios. Ya sabían lo de la línea telefónica. Según los hombres de Christopher, el coche estaba limpio.
Pero, ¡maldita sea!, alguien la había estado espiando mientras se vestía o mientras dormía. Dulce le contó a Ucker la conversación que había tenido con Anny, las únicas palabras que habían salido de su boca que podrían esconder una pista sobre la falsedad de su matrimonio. Seguramente los tipos que se hacían pasar por técnicos de telefonía habían sido los responsables de instalar las cámaras. O quizá alguien se había colado mientras ella salía a correr.
Después de eso, todas las conversaciones habían sido por teléfono y normalmente fuera de casa. Tampoco es que importara mucho. Solo habían hablado de la recepción y de la gente que conocería allí. Lo cierto es que hablaban como lo haría una pareja de ancianos, lo cual era sorprendente teniendo en cuenta que apenas se conocían.
Ucker condujo su coche mientras Dul, sentada a su lado, le indicaba el camino hacia su casa.
A medida que se iban acercando, la realidad de lo que estaban haciendo se extendió por todo el cuerpo de Dulce.
-No paras de mover las manos -le dijo Ucker-. ¿Hay algo que no te parezca bien?
-¿Sinceramente? -preguntó ella, a pesar de que conocía la respuesta.
-Siempre.
-Besarte.
Él la miró un instante a través de los cristales de las gafas y rápidamente fijó los ojos de nuevo en la carretera.
-¿No te parece bien besarme?
-No -respondió Dul sin pensar-. Es decir, sí.
A Ucker se le escapó la risa.
-¿En qué quedamos?
-Ejem. ¿Y si me quedo atascada? ¿Y si no parezco convincente? -¿Y si metía la pata y le daba a la cámara exactamente lo que aquella gente buscaba y Ucker perdía la herencia?
Christopher levantó una mano del volante y cubrió con ella las de Dulce, que estaban heladas.
-¿Dul?
-Sí.
-Relájate. Deja que me ocupe de todo.
Ella sacudió la cabeza.
-No estoy acostumbrada a que los hombres tomen el mando de mi vida.
-Lo sé. Pero puedes confiar en mí.
Y Dulce quería hacerlo, pero cuando se detuvieron frente a su casa le temblaban las manos. Ucker sacó la llave del contacto y se volvió hacia ella.
-Entremos y empecemos a recoger tus cosas.
-¿Vas a besarme en cuanto entremos? -Dios, tenía que saberlo para estar preparada.
Ucker se inclinó hacia ella y se quitó las gafas de sol.
-Ven aquí -le susurró, sin apartar la mirada de sus labios.
Ella se acercó, creyendo que querría susurrarle algo importante.
En vez de eso, Christopher se inclinó hacia su asiento y posó suavemente sus labios en los de ella. El calor fue instantáneo, una corriente que se extendió por su cuerpo hasta los dedos de los pies. Cerró los ojos y se dejó llevar hasta que de repente él se retiró.
-Besarnos será la parte más sencilla -le dijo Ucker a escasos centímetros de sus labios-. Separarnos será lo difícil.
Christopher deslizó el pulgar por el labio inferior de ella antes de darse la vuelta y abrir la puerta.
Dulce bajó del coche. Le temblaban las piernas y tuvo que apoyarse en el brazo de Christopher para mantenerse erguida. Él observó el edificio durante unos segundos con una profunda mirada de desaprobación.
-El barrio no parece seguro. ¿Cuánto tiempo llevas viviendo aquí?
-Dos años -respondió ella mientras introducía la llave en la cerradura y abría la puerta.
Entraron en el recibidor y Dulce dejó el bolso sobre la mesa.
-Tengo algunas cajas en una caseta, en la parte de atrás.
-Yo traeré las del coche.
Mientras se alejaban en direcciones opuestas, Dulce no pudo evitar que sus ojos se detuvieran durante un segundo en la cámara que sabía que se escondía entre los libros de una estantería.
Pasó frente a ella, se dirigió hacia la caseta por la puerta trasera de la cocina y regresó con un puñado de cajas polvorientas de distintos tamaños. Las dejó sobre la mesita de la sala de estar y miró a su alrededor.
Christopher volvió del coche con media docena de cajas más sin montar y un rollo de cinta de embalar.
-¿Por qué no usamos esas que están limpias para la ropa? -sugirió Dulce.
-Me parece bien -respondió él, mirando hacia lo alto de la escalera.
Dul se dirigió al dormitorio e indicó a Ucker que dejara las cajas sobre la cama para luego montarlas una a una. Con un poco de cinta de embalar, pronto estuvieron listas para ser utilizadas.
-¿Por dónde quieres que empiece? -preguntó Ucker.
-Por el armario.
Tras unos primeros minutos guardando cosas en las cajas, Dulce se olvidó de las cámaras y se puso manos a la obra con la ropa de la cómoda. Buscó una goma de pelo sencilla y se recogió la melena para que no le molestara.
-¿Debería preocuparme por todos estos zapatos que hay aquí? -preguntó Christopher desde el armario.
-Fuiste tú el que me animó a ir de compras -respondió Dulce entre risas.
-Parece que no tendré más remedio que contratar a alguien para que te construya un vestidor para ti sola -se quejó Christopher, aunque en su voz se escondía una sonrisa.
-A las mujeres nos encanta la ropa.
-Y parece que los zapatos también. Dios, no creía que se pudieran necesitar tantos.
Dulce guardó las braguitas que tenía en la mano en una caja y cogió más del cajón.
-Soy bajita, por si no te has dado cuenta. Necesito tacones para ver cómo vivís el resto de la humanidad.
Esta vez la voz de Ucker sonó más cerca.
-No eres bajita -le dijo.
Dulce se dio la vuelta y vio que Ucker tenía unos tacones de diez centímetros en la mano.
-Pues verticalmente impedida, si te gusta más. -Se puso en pie para demostrarlo-. ¿Lo ves? -De pie junto a él, su cabeza apenas le rozaba la barbilla-. ¡Bajita!
Los ojos de Ucker parecían atraerla hacia su cuerpo.
-No cambiaría absolutamente nada en ti.
Levantó una mano, le quitó la goma del pelo y le acarició las puntas. De pronto, fue como si Dulce se olvidara de respirar. Cuanto más se acercaba él a su espacio personal, menos aire entraba en sus pulmones. Christopher se inclinó sobre ella; Dul inclinó la cabeza y permitió que su boca se moviera sobre la suya. Él dejó caer una mano y le rodeó la cintura, sujetándola con fuerza contra su cuerpo.
Cuando Ucker ladeó la cabeza para besarla con más fuerza, los pechos de ella se aplastaron contra su torso firme. Sus lenguas se encontraron y de pronto Dulce recordó que las cámaras lo estaban grabando todo. Se puso tensa al instante, pero Ucker se negó a soltarla. Entonces deslizó una mano por la espalda de Dul y cubrió con ella una de sus nalgas.
El cuerpo de Dul se cargó de energía. La lengua de Ucker inició una lenta danza con la de ella. El olor a pino que desprendía y la calidez de su aliento la distraían de todo lo que la rodeaba, excepto de la sensación de saberse entre sus brazos, del tacto de sus manos.
Un líquido espeso empezó a acumularse en su vientre, mientras el deseo se encaramaba desbocado por su espalda. Hacía tanto tiempo que nadie la besaba que ya no recordaba lo increíble que era. ¿Y alguna vez lo había sido tanto? Seguramente no.
Christopher gimió, o quizá fue ella, cuando los labios de él se apartaron de los suyos y recorrieron la línea de su mandíbula, la curva del cuello. Quizá solo estaba actuando para la cámara, pero estaba claro que su cuerpo no conocía las normas. El calor que desprendía la erección entre sus piernas le acariciaba el vientre, avivando el deseo que ya sentía.
-Te he echado de menos -le susurró Ucker, con la cara hundida en el pelo de Dulce.
Ella pasó los brazos alrededor de sus hombros y se agarró con fuerza a su camisa.
-Yo también te he echado de menos.
Sus ojos se encontraron y la chispa de picardía que vio en ellos le arrancó una sonrisa. Cuando su mano encontró la piel desnuda de la espalda de Ucker, la mirada de él se oscureció. La besó de nuevo, esta vez con más desesperación. Dulce sintió que una mano le cubría el pecho por encima de la tela de la camisa. Quería sentirlo más cerca, quería que probara la dulzura de su piel donde ahora solo sus manos se aventuraban.
-Oh, Dios -susurró. «Esto es peligroso.» El deseo que sentían era real, o al menos así se lo parecía a ella.
-¿Sabes qué quiero? -le preguntó Ucker cuando sus labios se separaron.
-¿Qué? -dijo ella, mientras le besaba la mandíbula y empezaba a desabrocharle los botones de la camisa.
Christopher se agachó y la levantó en brazos.
Dulce gritó y se sujetó de sus hombros para no caerse.
-Quiero hacerte el amor en la bañera.
Dulce sonrió y cruzó los tobillos mientras Ucker la sacaba de la habitación, lejos de miradas ajenas.
Cuando llegaron al lavabo, él la dejó de nuevo en el suelo y volvió a besarla. El espacio era reducido y las piernas de Dulce chocaron con el mueble de formica barata. Ucker la aupó hasta sentarla sobre el lavabo, sin que sus labios dejaran de bailar con los de ella ni un solo instante. Se colocó entre sus muslos y la empujó con la cadera para que el contacto fuera total.
En un rincón de su cerebro, Dul oyó el sonido de la puerta al cerrarse, pero sus labios seguían irremediablemente pegados a los de Ucker.
Estaban a solas. Sin cámaras, sin ojos que los observaran.
El dulce consuelo de su boca abandonó los labios de Dulce para posarse en su sien. Ella gimió al darse cuenta de que el momento se había esfumado. Christopher mantuvo los brazos alrededor de ella, firme en el abrazo. La realidad fue colándose gota a gota en el presente, mientras ambos luchaban por encontrar el valor necesario para controlarse.
No debería sentirse tan a gusto entre sus brazos, se dijo Dulce. ¿Cómo iba a mantenerse alejada de su cama si insistían en jugar a la ruleta rusa? Intentó apartarse pero Ucker no la soltaba.
-Dame un minuto -le susurró al oído, con la voz grave de puro deseo.
Dulce se apoyó en él y apartó los brazos de sus hombros. Permanecieron inmóviles durante varios minutos, en silencio. Ucker le acarició la espalda con movimientos lentos y acompasados.
-¿No deberíamos abrir el agua de la ducha? -preguntó finalmente Dulce, que no estaba muy segura de que Ucker llegara a soltarla.
Él la miró a los ojos y arqueó las cejas.
-¿Eso es una invitación?
-Para la cámara -respondió ella apresuradamente.
¿Era decepción eso que acababa de ver brillando en sus ojos?
-Cierto. -Ucker sacudió la cabeza y se liberó de los brazos de Dul. La temperatura de la habitación descendió rápidamente.
Apenas había espacio para los dos en aquel minúsculo lavabo, así que Dulce decidió no moverse de donde estaba y observó a Christopher mientras este abría el grifo de la ducha. Una vez abierto, se dio la vuelta, apoyó la espalda contra la puerta e intentó sonreír, pero sus ojos no sonreían.
-Esto es una locura, ¿no crees? -le preguntó ella, desesperada por saber cuáles eran sus pensamientos.
Él se pasó una mano por el pelo, un gesto que Dul empezaba a reconocer como un signo de estrés.
-Lo que es una locura es cuánto te deseo y cuánto esfuerzo invertimos en convencer a la gente de que nos acostamos cuando no lo hacemos.
Dulce intentó sonreír para quitarle hierro al asunto.
-Si lo dices así, parece hasta que estemos un poco locos.
El vapor de la ducha empezaba a llenar el lavabo. Por primera vez desde el día en que se habían conocido, un silencio tan ancho como el Gran Cañón se interponía entre ellos.
-¿Cuánto tiempo deberíamos quedarnos aquí dentro?
Ucker miró hacia el teléfono de la ducha como si allí pudiera encontrar la respuesta.
-Bueno, si estuviera ahí dentro haciéndote el amor, dedicaría un buen rato a aprender cada centímetro de tu cuerpo.
Dulce se mordió el labio e imaginó los de Ucker dibujando senderos húmedos en su piel, presionándola.
-Si sigues hablando así, acabaremos teniendo problemas.
-Recuérdame por qué estamos aquí sentados, dejando que el agua caliente se pierda por el sumidero.
Ojalá lo supiera. Ah, sí. Estaban casados, pero la intimidad no entraba en sus planes.
-Porque los dos somos mercenarios y dormir juntos no forma parte del plan general. Si actuamos impulsivamente podríamos arruinarlo todo. -Las palabras tenían sentido, pero su corazón se negaba a escuchar. La estancia estaba llena de vapor y la ropa empezaba a pegársele al cuerpo.
-Podemos cambiar los planes -sugirió Ucker.
Su cuerpo reaccionó ante aquella posibilidad.
-¿Estás sugiriendo una aventura de un año? -¿Sería capaz de algo así?
Esta vez la sonrisa se extendió por su cara y le iluminó la mirada.
-Somos adultos con una atracción más que evidente.
Lo cual todavía la tenía alucinada. ¿Qué veía Ucker en ella? Comparada con Vanessa o con Jackie -«perdón, Jacqueline»-, Dulce era un patito negro en un lago lleno de cisnes blancos. Quizá Ucker se había dado cuenta de que estar casado durante un año entero iba a suponer un serio inconveniente para su vida sexual.
-Nunca me he embarcado en una aventura con una fecha de caducidad en mente.
-Yo tampoco. -Mientras hablaba, se acercó a ella y puso las manos sobre el lavabo, una a cada lado de Dulce.
-¡Cierto! Entonces ¿por qué tus relaciones nunca duran más de entre seis y nueve meses?
-Casualidad.
-Mentiroso.
Ucker abrió bien los ojos, fingiéndose horrorizado.
-Me ofendes.
-Algo me dice que se necesita más que eso para ofenderte.
Él deslizó un dedo desde la barbilla de Dul hasta su labio inferior.
-Me conoces tan bien. Somos muy parecidos, Dulce. ¿Qué tendría de malo una relación física satisfactoria con un principio y un final predeterminados?
Se acercó todavía más a ella y sus ojos se detuvieron en los labios. La atracción innegable que sentía por él le impedía pensar claramente. Y eso era un problema. El sexo le nublaba la mente como el vapor que llenaba el lavabo. Se había casado con él por dinero, de acuerdo, pero ¿sería capaz de mantener el corazón al margen si empezaban a acostarse juntos?
-¿Siempre eres tan convincente cuando haces negocios?
-¿Te estoy convenciendo? -Sus manos encontraron la cintura de Dulce y sus dedos se hundieron en la carne.
-Preguntarme en este estado no es justo. Lo sabes, ¿verdad?
La otra mano de Ucker se posó sobre su muslo e inició una lenta ascensión.
-No suelo jugar limpio. Y tampoco juego si no estoy seguro de ganar.
Era una advertencia, un aviso que ella haría bien en escuchar.
De mala gana, Dulce detuvo la mano que subía por su muslo.
-Pensaré en ello -le dijo, porque decir no le habría resultado imposible y decir sí habría sido una temeridad.
Una sonrisa de agradecimiento iluminó el rostro de Ucker.
-Tomo nota.
Dulce lo apartó con las manos, saltó al suelo de un brinco y empezó a quitarse la camisa por la cabeza.
-¿Ya te lo has pensado?
Ella puso los ojos en blanco y tiró la prenda al suelo. Debajo llevaba un sujetador de encaje rosa.
-Dame tu camisa -le ordenó.
-¿Qué? -Ucker no apartaba los ojos de sus pechos. «Los hombres son tan simples.» Bastaba con un par de tetas para dejarlos sin habla.
-Tu camisa.
Él parpadeó una, dos, tres veces, y luego desabrochó los botones de la camisa blanca que llevaba, dejando al descubierto un pecho puramente masculino.
Dulce apartó la mirada, rodeó a Ucker y corrió la cortina de la ducha. El agua se había enfriado mientras hablaban, lo cual le vino bien. Manteniendo el resto del cuerpo fuera del agua, metió la cabeza bajo el chorro para mojarse el pelo, temblando al sentir el contacto con el agua fría.
-¿Qué estás haciendo?
El pobre Christopher no entendía nada. La certeza de haberlo sumido en un estado de semiconfusión le produjo un placer que solo una mujer podía comprender.
-Es una lástima que te lo hayas perdido, pero por si no lo recuerdas acabamos de hacer el amor en la ducha. Nos descubriríamos si saliésemos de aquí totalmente secos. -Sus ojos se pasearon por el cuerpo de Ucker hasta detenerse en la evidente erección que se escondía bajo sus pantalones-. Eso y... algún que otro detalle.
Ucker miró hacia abajo y gruñó.
Dulce se puso la camisa de Ucker. Tras abrochar los botones, se quitó el sujetador con cuidado y luego se agachó para quitarse también los vaqueros. Acto seguido, se incorporó, y la mirada
de deseo que vio en los ojos de Ucker le pareció tan intensa que se sintió mal por él. El agua fría que le goteaba del pelo y se deslizaba por la espalda era la ayuda perfecta para mantener a raya la libido.
-Eres mala. -Las palabras de Christopher le arrancaron una carcajada.
Él intentó cogerla, pero Dulce esquivó el envite y consiguió apartarse. Ucker dejó caer las manos a ambos lados de su cuerpo.
-Date una ducha fría, Christopher. Ya te he dicho que me lo pensaría.
-Podría desnudarme y pensar en ello los dos juntos.
Ella se rió.
-Aunque accediera a tu propuesta, por absurda que sea, no sería ahora... No con una cámara en la habitación de al lado.
Ucker se frotó las mejillas con las manos.
-Pero la idea es convencer a quien esté vigilándote de que lo hemos hecho. ¿Por qué no...?
-No va a pasar -lo interrumpió Dulce-. Date una ducha fría.
Vestida únicamente con unas braguitas y la camisa de Christopher, Dulce salió del lavabo y sonrió mientras seguía empaquetando sus cosas.
Empaquetaron lo básico, sobre todo ropa y objetos personales que Dulce necesitaría todos los días. Luego Ucker sugirió la posibilidad de contratar un servicio de mudanzas para que se ocupara del resto. Lo hizo frente a la cámara de la sala de estar. Con un poco de suerte, quienquiera que hubiese instalado las cámaras intentaría llevárselas antes de que los de las mudanzas pudieran encontrarlas.
Neil ya había contratado a unos amigos suyos para que vigilaran la casa y grabaran a todo el que entrara o saliera de ella con el fin de encontrar al culpable y zanjar de una vez todo aquello.
De vuelta en la casa de Malibú, Ucker informó a sus empleados de que todo lo que necesitara Dulce debía ser convenientemente atendido cuanto antes. Tenía el mismo poder sobre su casa que él mismo y esperaba que la trataran como la duquesa que era. Para ella sería una forma de acostumbrarse a lo que vendría más adelante.
-Hace mucho tiempo que no tengo servicio -le dijo Dul cuando se quedaron a solas.
-No puedo permitir que mi mujer se ocupe de las tareas de la casa. -Estaba preparado para encontrar oposición, pero Dulce se limitó a sonreír y no le llevó la contraria.
-Nunca me ha gustado fregar suelos, así que no esperes oír una sola queja de mi boca.
A Ucker le agradó aquella sinceridad tan descarada incluso sobre las cosas más sencillas.
-De todas formas, no tendrás tiempo para eso -le dijo. Se sentaron en la terraza de la casa para disfrutar de la puesta de sol sobre el Pacífico.
-¿Por qué lo dices?
-Necesito que te ocupes de tratar con los decoradores y con la gente del catering para la recepción en Albany Hall.
-¿Quieres que organice una fiesta en un sitio en el que nunca he estado, para gente que ni siquiera conozco?
Ucker le dedicó una mirada de comprensión.
-Necesito que apruebes lo que ellos te propongan. Confío plenamente en mi gente de allí, pero quiero que, cuando lleguemos, estén preparados para preguntarte sobre este tipo de cosas. Es mejor que establezcamos esa relación cuanto antes.
Dulce estiró las piernas sobre la hamaca y las cubrió con una manta.
-¿Es la primera fiesta que organizas en tu casa?
-No.
-Entonces, hasta ahora ¿quién las organizaba? No te veo ocupándote tú mismo.
Ucker no podía negar que su mujer tenía una mente brillante.
-Casi siempre se ocupaba mi madre. -Y querría seguir ocupándose de organizarlo todo en el hogar ancestral de la familia, pero Ucker quería que Dulce tuviese voz y voto desde el primer momento.
La curiosidad de Dul no tardó en volver a manifestarse en forma de más preguntas.
-¿Dónde vive tu madre?
-En Albany Hall.
-¿Vive en tu casa? -preguntó Dulce, sinceramente sorprendida.
Ucker se preguntó cuánto debería explicar, cuántas verdades podía confiarle a su esposa. Empezó con las cosas que Dulce podía averiguar fácilmente por sí misma si se molestaba en investigar.
-Mi madre fue duquesa de Albany mientras estuvo casada con mi padre. Tras su muerte, ella conservó el título hasta que me casé contigo.
-Vaya, eso es lo que yo llamo una brecha entre una madre y su nuera. Es imposible que salga algo bueno de esto.
Ucker se volvió para mirar a su esposa.
-Es lo normal. Ella sabía que tarde o temprano llegaría este día. Estoy seguro de que, tras la lectura del testamento de mi padre, fue consciente de que yo haría lo que estuviera en mi mano para asegurarme la herencia que me corresponde.
-¿Están muy unidos?
-Nos llevamos bien.
-Eso no suena muy prometedor.
De pronto, el aire a su alrededor parecía más frío. Hubo una época en que su madre y él estaban más unidos. Cuando su objetivo común era odiar a su padre.
-No tienes por qué preocuparte por ella.
Dulce escuchó con atención antes de procesar la información.
-Pero hay alguien de quien sí debo preocuparme, ¿verdad?
Ucker hubiese querido mentir, pero no podía. Con Dul, las mentiras piadosas no lo parecían tanto y amenazaban con acabar interponiéndose entre ellos.
-Mi primo. Está en la breve lista de personas que podrían haber instalado las cámaras en tu casa.
-¿Me tomas el pelo?
-Ojalá. Howard heredaría una suma considerable si nuestro matrimonio fracasara.
-Imagino que no son muy amigos.
-Decir que casi no toleramos la presencia del otro se acerca más a la realidad. Se queda en Albany siempre que puede. Mi madre es demasiado educada para pedirle que se vaya.
-¿Por qué no lo haces tú?
-No paso allí el tiempo suficiente como para que me importe. A partir de ahora, eso cambiará.
-¿Cómo? -preguntó Dulce.
-Mi madre tiene derecho a vivir en la casa hasta que la propiedad pase a mi nombre el año que viene. Se supone que cuando me case, mi esposa asumirá las obligaciones como duquesa y mi madre se mudará a una casa más pequeña dentro de la misma propiedad. -No esperaba que Dul recibiera toda aquella información y la comprendiera inmediatamente, pero quería que estuviera familiarizada con lo más importante antes de partir hacia Europa.
-Creo que no me he informado lo suficiente sobre el hogar de tu familia. Di por sentado que Albany Hall era el nombre de una mansión. Los británicos utilizáis esa clase de expresiones para que las cosas suenen más grandilocuentes de lo que realmente son. -Dulce jugueteaba con un mechón de su pelo mientras hablaba, y sus ojos se escapaban una y otra vez hacia el mar.
-Cuando veas Albany Hall, comprenderás mi reticencia a la hora de escoger esposa.
-Mmm, ¿sabes? Hay algo que no he dejado de preguntarme desde que nos conocimos.
-¿De qué se trata?
-¿Por qué no tienes acento británico? Creciste allí, ¿verdad?
Su cabeza se llenó de recuerdos de su padre regañándole por no hablar correctamente. Ucker había hecho todo lo que estaba en su mano para llevarle la contraria, hasta el punto de adoptar el acento americano en lugar de la flema de su majestad la reina de Inglaterra.
-Cuando iba al internado, pasaba los veranos en Albany. Mi madre nos traía a mi hermana y a mí a Estados Unidos siempre que tenía ocasión. Me empapé de la cultura americana. -Ucker divisó un banco de niebla que se acercaba lentamente y dejó que sus pensamientos flotaran con ella-. Me rebelé contra mi padre a muchos niveles.
-¿Crees que ese enfrentamiento entre los dos le llevó a ponerte trabas a la hora de recibir tu herencia?
Ucker asintió con la cabeza.
-Mi padre siempre tenía que decir la última palabra. Incluso muerto.
-¿Tan horrible era como persona?
-Mi padre era el típico noble británico. Tenía los bolsillos llenos de dinero con solera, lo cual le confería el derecho a comportarse como un imbécil arrogante. Se casó con mi madre sabiendo que le sería infiel. -Aún recordaba la primera vez que había visto llorar a su madre por una de sus infidelidades. Una revista británica había publicado en portada una serie de imágenes de su padre con una mujer diez años más joven que él cogida del brazo. Fue entonces cuando los viajes a Estados Unidos empezaron a moldear la vida de Christopher-. Se creía con el derecho a pisotear a la gente.
-¿Por qué no lo abandonó tu madre?
La dulzura que transmitía la voz de Dul distrajo la atención de Ucker, hasta entonces concentrada en el mar. Lo miraba con aquellos hermosos ojos , como una intrusa intentando evitar ser detectada.
-No lo sé. Seguramente por dinero. Nunca hablaron de divorcio. Casi siempre vivían vidas separadas. Tras el nacimiento de mi hermana, dejaron de dormir en la misma habitación.
-Entonces, ¿fue el odio por ver cómo trataba a tu madre lo que los distanció?
¿Realmente odiaba a su padre? Ucker nunca había utilizado una palabra tan dura para describir sus emociones. No le gustaba cómo era, de eso no cabía duda.
-Mi padre quería que fuera como él. «Ve a la universidad, fórjate una educación, pero no creas que vas a trabajar más de un día a la semana» -respondió Ucker, imitando el acento de su padre.
Los labios de Dulce dibujaron una sonrisa triste.
-Así que te rebelaste para amasar tu propia fortuna.
Ucker se incorporó en su silla.
-Invertí mi asignación en acciones de la empresa de transportes de la que ahora soy propietario. Cuando llevaba media carrera, gané mi primer millón. Mi padre se puso furioso.
-Quería controlarte -intervino Dulce-. Y no podría hacerlo si te convertías en un hombre hecho a sí mismo.
Ucker miró a su esposa y experimentó una sensación de orgullo desmedido hacia ella. No recordaba a nadie zambulléndose de aquella manera en su pasado y llegando a las conclusiones correctas. Dulce prestaba atención y además escuchaba todo lo que él decía.
-Exacto.
-Entonces, ¿por qué trabajar tan duro para luego quedarte con su dinero? Tampoco es que lo necesites.
-Consideré la posibilidad de alejarme. Pero mi hermana, que solo conoce el estilo de vida en el que fuimos criados, y mi madre no merecen ver cómo sus vidas se hacen trizas. Por no decir, claro está, que estamos hablando de una cantidad ingente de dinero. -Christopher se rió con la intención de dejar atrás la oscura senda de la memoria.
Dulce permaneció en silencio unos minutos mientras procesaba la información. Los últimos rayos de sol arrancaban destellos de la superficie del mar.
-¿Sabes qué, Ucker? -le preguntó, apartando la mirada de él para admirar la puesta de sol.
-¿Qué?
-Empiezo a creer que eres más mártir que mercenario.
Ucker soltó una carcajada, se inclinó hacia delante y la cogió de la mano.
-Lo dice la mujer que se casó conmigo para asegurar los cuidados de su hermana.
Dulce despertó de su ensimismamiento y le apretó los dedos.
-Oh, no. ¡Claudia! -exclamó, incorporándose de la cómoda posición en la que estaba.
-¿Qué pasa?
-Es sábado. Me he olvidado de la visita semanal de mi hermana -respondió, apartando la mano de la de él-. Tengo que irme.
-¿No es muy tarde ya?
Dulce le quitó importancia a la pregunta con un gesto de la mano.
-Claro que no -respondió, y de pronto le miró con una expresión extraña en los ojos-. ¿Quieres venir conmigo? ¿Quieres ver adónde va a parar todo tu dinero?
Ucker tenía una docena de cosas pendientes, cosas que debería estar haciendo en aquel preciso instante en lugar de perder la tarde hablando del pasado con su esposa, pero no le apetecía ocuparse de ellas.
-Me encantaría conocer a tu hermana.

El ContratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora