Dulce se marchó. Maldita sea, y todo por culpa de una simple omisión por su parte.
«Las mujeres son criaturas emocionales.» Sobre todo si estaban embarazadas. Dulce necesitaba tiempo para calmarse y él lo comprendía, pero sabía que acabaría volviendo.
Sin embargo, a medida que los minutos se convirtieron en una hora y luego en dos, Christopher se dio cuenta de que lo que había evitado contarle pesaba mucho más en la vida de su esposa de lo que imaginaba.
Cuando una hora más tarde sonó el teléfono, se apresuró a contestar.
—¿Dulce?
—Soy Jeff. Perdona, te llamo más tarde si estás esperando una llamada.
La última persona con la que quería hablar era con su abogado. Cogió el vaso de whisky que se acababa de servir e hizo girar en su interior el líquido ambarino, un triple malta, antes de bebérselo de un solo trago.
—¿De qué se trata?
—¿Estás bien? Por tu voz diría que estás hecho una mierda.
—Gracias.
—Vale, no estás de humor para hablar. Solo quería que supieras que el detective ha visto a Vanessa hoy acorralando a Dulce en unos grandes almacenes. Según él, Vanessa estaba un poco agresiva, pero ha sido Dulce la que se ha marchado de allí bastante afectada.
«¿Vanessa?»
—¿Ha escuchado la conversación?
—No. No se ha acercado tanto. ¿Va todo bien?
Blake podía oír el engranaje de su cerebro funcionando. Entonces así era como Dul había descubierto lo del testamento, a través de Vanessa. Pero ¿cómo lo sabía ella?
De pronto recordó quién era la mujer de la fotografía.
—¡Mierda! La mujer...
—¿Qué?
—La de la fotografía, con Vanessa. Leona. No. Neo... Naomi.
Naomi no sé qué. Trabaja como secretaria en Parker y Parker. —Blake se llevó una mano a la frente—. Vanessa conoce a la secretaria de Parker, Jeff.
—¿Tu ex conoce a la mano derecha del abogado de tu padre?
—Lo que significa que Vanessa sabe lo del testamento de mi padre desde el principio. —No era de extrañar que estuviera deseando ser duquesa.
—¿Crees que también está detrás de lo de las cámaras?
—Me apuesto lo que quieras.
—¿Y qué le ha dicho a tu mujer?
—Lo suficiente como para que Dulce se vaya. —No tenía sentido intentar disimular con Jeff. Al fin y al cabo, sería el primero en enterarse si hubiera algún tipo de problema legal.
—¿Que se ha ido? ¿Qué quieres decir?
—No importa. Te llamaré en unos días. Mientras tanto, redacta una carta para Parker recordándole que un incumplimiento del compromiso de confidencialidad podría provocar la nulidad de cualquier cosa que salga de su despacho.
Maldita sea, no podía negar que era un tirano, y no mucho mejor que su padre. Incluso en un momento tan crucial para él, a punto de perder a su esposa y a su hijo, no podía dejar de pensar en el final de sus problemas.
—Mejor dicho, no hagas nada de momento. No, espera... Necesito que hagas otra cosa.
Ucker dio las órdenes, sin que quedara duda alguna acerca de cómo debían llevarse a cabo.
Una hora más tarde, estaba sentado delante de un ordenador, comprobando el navegador para saber si Dulce había estado buscando vuelos de regreso a California, pero al abrir el historial y encontrar páginas sobre preservativos y tasas de embarazo relacionadas, Christopher se quedó mirando fijamente la pantalla.
Si Vanessa conocía el testamento, sabía que su padre le exigía un heredero... Estaría dispuesta a hacer lo que fuera con tal de quedarse embarazada de él y que pareciera un accidente, eso si le hubiera dado tiempo. Gracias a Dios, Christopher había conocido a Dulce, lo que había desencadenado el fin de su relación con Vanessa. Lo único que quedaba de ella eran las cajas de preservativos que había dejado tras ella.
—¡Maldita zorra!
Christopher se puso en pie de un salto y corrió hacia el dormitorio. En la caja de preservativos que había en el cajón solo quedaban dos. Levantó uno de los envoltorios en alto y no encontró nada raro, de modo que lo sujetó frente a la luz.
Cuando vio el pequeño agujero en el centro del envoltorio, sintió que una llamarada le abrasaba el pecho por dentro. Dios mío.
—Dulce.
Su mujer debía de haber descubierto la manipulación y pensado mal de él. ¿Y por qué no? Él tampoco se había molestado en explicarle que los condones eran de una ex.
Maldición, ¿qué pensaría de él? Seguramente que era peor que Dan, otro hombre más que la decepcionaba, que le mentía para conseguir sus objetivos. Quería llamarla cuanto antes, obligarla a escuchar lo que tenía que contarle, pero ¿cómo podía probarlo?
Visualizó la imagen de Vanessa y sintió una ira tan intensa como jamás había experimentado. El odio que sentía por su padre era un paseo por el campo comparado con la sed de venganza hacia su ex amante que sentía en aquel preciso instante.
Christopher cogió el teléfono para pedir unos cuantos favores. Poncho tenía bastantes amigos en el cuerpo de policía de Nueva York.
—Poncho, necesito que hagas algo por mí.
Veinticuatro horas más tarde, Christopher esperaba frente a un complejo residencial de alto standing, retorciéndose las manos con tanta fuerza que Dulce habría estado orgullosa de él. No correr detrás de ella había sido lo peor, pero no quería enfrentarse a ella hasta que Vanessa hubiera pagado por lo que había hecho.
Olió el dulce perfume floral que siempre precedía a Vanessa, tan intenso que casi resultaba desagradable, antes incluso de verla. Se le aceleró el pulso, pero no porque todavía sintiera algo por ella, sino porque la odiaba profundamente. Si acababa con sus posibilidades de construir un futuro junto a su mujer, encontraría la manera de arruinarla como fuera, y así se lo prometió a sí mismo mientras se alejaba del edificio y la cogía del brazo.
Vanessa se sorprendió, pero al darse la vuelta y ver que se trataba de Ucker, se relajó al momento.
—¿Christopher? Querido, ¿cómo estás?
Por el rabillo del ojo, Ucker vio como Poncho y un agente de paisano entraban en el enorme edificio sin que Vanessa se percatara de ello.
—¿Tienes un minuto? —le preguntó, sintiendo que se le ponía el vello de punta al pensar que tendría que ser agradable con ella al menos el tiempo que durase el registro de su piso.
La expresión del rostro de Vanessa cambió, como si no estuviera segura de sus intenciones. No en vano, su último encuentro había sido de todo menos agradable, pero Ucker no quería arriesgarse a que se marchara.
—Creía que no teníamos nada más que decirnos.
—Quería darte las gracias por avisarme. —La mentira había salido por su boca con tanta naturalidad que incluso él mismo se la creyó.
—¿Avisarte? ¿De qué?
—De que Dulce no sería feliz hasta que se apoderara incluso de mi alma. Pensé que podríamos acordar un matrimonio agradable y tranquilo, desprovisto de emociones o de lealtades... —Dejó que las palabras flotaran entre ellos para ver si Vanessa mordía el anzuelo.
—Oh, Ucker. —Se quitó las gafas de sol y le dedicó una mirada cargada de significado mientras todo su rostro componía una expresión de fingida compasión—. ¿Qué ha pasado?
—No estoy seguro. Todo esto del embarazo... No me lo esperaba. No sé, siempre hemos tenido mucho cuidado. —Miró a su alrededor, la llevó hasta una zona más apartada lejos de miradas ajenas, y bajó la voz para darle más efecto a sus palabras—. ¿Cómo puede una mujer quedarse embarazada utilizando preservativos? No es que dude de la paternidad, pero...
Vanessa agachó la cabeza.
—Vaya por Dios. Una vez oí hablar de una mujer que agujereaba los preservativos para quedarse embarazada. ¿Crees que ella sería capaz de hacer algo tan grave?
Christopher cerró los ojos y se alegró de que las gafas de sol ocultaran casi todas sus expresiones. Podía sentir el sabor amargo de la bilis en la garganta. Menuda zorra malvada y vengativa. Envió una señal mental a los hombres que estaban registrando el apartamento de Vanessa para que salieran de allí cuanto antes. Cada segundo que pasaba en presencia de aquella mujer era tiempo que no le dedicaba a su esposa.
—No puedo ni imaginármelo... —dijo él.
—Debería estar enfadada contigo. Después de todo, te casaste con ella en cuanto nosotros dos...
Christopher suspiró.
—Yo... —De pronto el móvil que llevaba en el pantalón vibró y al sacarlo pudo leer en la pantalla un mensaje de Poncho: «¡La tenemos!»
La mentira que había estado a punto de soltar murió en su lengua. En su lugar, la verdad salió a la luz.
—Yo la quiero.
—¿Qué?
—Amor. Confianza. Cosas que nunca sentí cuando estaba contigo.
Vanessa, que se había acercado a él más de lo que a Ucker le hubiera gustado, retrocedió. Estaba pálida como una aparición.
—Acabas de decir que...
Christopher se quitó las gafas de sol y sus ojos se convirtieron en dos afiladas dagas. A juzgar por la expresión de Vanessa, había sentido cómo se le clavaban en lo más profundo de su ser.
—Entre nosotros nos referimos a ti como «la víbora». ¿Lo sabías, Vanessa?
—¿Qué?
—Tu veneno ya ha envenenado a demasiada gente. ¿Realmente creías que te saldrías con la tuya? Mientras hablamos, la policía ha registrado tu piso y resulta que han encontrado todo lo que necesitan.
Vanessa empezó a retroceder de espaldas. Uno de sus tacones se hundió entre dos adoquines y a punto estuvo de caerse al suelo. Mientras intentaba recomponerse, sus ojos transmitían un profundo odio.
—No sé de qué me estás hablando.
—Claro que sí.
Christopher vio que uno de los coches blancos y negros de la policía se detenía junto a la acera. Vanessa miró hacia la patrulla y luego de nuevo a él.
—No he hecho nada ilegal.
Había contratado a gente para que se encargara del trabajo sucio, como el hombre que se había hecho pasar por técnico de la compañía de teléfonos para instalar cámaras en casa de Dulce, y había tomado fotografías ilegales de la pareja, un delito que iba contra la ley. De una forma u otra, encontraría la manera de hacérselo pagar ante un juez.
—Dejemos que sean los tribunales los que tomen la decisión.
Seguramente Vanessa no pasaría ni un solo día entre barrotes, pero Ucker se conformaba con que cada hombre que se cruzara en el camino de la víbora supiera la clase de serpiente que era.