Los mareos matutinos, en lugar de mejorar, fueron a peor. Todos los días Christopher le repetía, con la disciplina de un soldado, que sí, que los vómitos eran horribles, pero que él la ayudaría a llevarlos lo mejor posible hasta que desaparecieran. Decidieron guardar en secreto el embarazo hasta el segundo trimestre básicamente por el riesgo de complicaciones y abortos espontáneos. El ginecólogo les aseguró que después del segundo mes no tendrían de qué preocuparse, pero aun así ellos prefirieron esperar antes de decírselo a nadie.
Dulce ni siquiera se lo contó a Anny, lo cual fue cualquier cosa menos fácil, pero creía que era mejor que su amiga no lo supiera aún para evitar que se le escapara sin querer mientras hablaba con alguien.
Ucker estuvo a su lado, tal y como había prometido. De vez en cuando no tenía más remedio que volar a Europa, pero los viajes siempre eran cortos, de tres días como mucho. Du lo pasaba mal cuando se iba, pero tenerle de nuevo en casa siempre era maravilloso.
Las semanas se sucedían a una velocidad vertiginosa. Las noches eran una experiencia memorable en los brazos de Christopher. Hasta que un día, tal y como el ginecólogo había pronosticado, el hada de los mareos matutinos interrumpió sus visitas diarias.
Un día, Christopher regresó a casa tras pasar el día en la oficina. Dulce había dedicado la jornada a retirar cuadros y a mover los muebles de la habitación que había frente al dormitorio. Estaba levantando una mesita de noche cuando oyó la voz alarmada de Ucker gritando desde la puerta.
—¿Se puede saber qué demonios estás haciendo?
Dulce soltó la mesita y a punto estuvo de aplastarse un dedo del pie.
—Me has asustado —le dijo.
Ucker se dirigió hacia ella con las manos en la cadera.
—No deberías estar levantando muebles. —Sus ojos recorrieron la estancia—. ¿Has sacado tú todo lo que había aquí?
Solo quedaba el armario, la cama y las mesitas.
—Sí, ¿por qué? Dijimos que este sería el dormitorio del bebé —respondió Dulce con un hilo de voz para que Louise, que estaba limpiando el dormitorio principal, no oyera nada.
—Esto no está bien —susurró Christopher, y dándose la vuelta gritó—: ¿Louise? ¿Mary?
—¿Qué estás haciendo?
Louise apareció en la habitación casi a la carrera, visiblemente alarmada.
—¿Va todo bien?
—Ve a buscar a Neil —le dijo Christopher.
Dulce tomó el brazo de su marido, debatiéndose entre la confusión y la alarma. Por mucho que insistió, no consiguió que le contara qué estaba pasando. Christopher esperó a tener a sus tres empleados delante antes de decir una sola palabra.
Y cuando finalmente lo hizo, Dulce se quedó muda de la sorpresa.
—Dulce está embarazada.
No daba crédito a lo que estaba pasando. Ambos habían acordado no decir nada a nadie hasta la próxima visita con el ginecólogo, aunque en cuestión de segundos comprendió sus motivaciones.
—Lo sabía —dijo Louise, mirando a Mary de soslayo.
Mary se encogió de hombros y recibió la noticia con una sonrisa maternal.
—Por supuesto que sí.
—¿Lo sabían? —preguntó Dulce.
—Querida, vivimos aquí. Pues claro que lo sabíamos.
Christopher miró a Neil.
—A mí no me mire. No tenía ni idea.
—Si saben que Dulce está embarazada, ¿por qué permiten que se dedique a mover muebles por toda la casa?
Neil miró a su alrededor.
—No quería que la ayudáramos.
—No necesito que me ayuden —se defendió Dul, a ella misma y a sus empleados—. ¿Dónde está el problema?
Neil dio un paso al frente.
—Las embarazadas no pueden cargar peso.
Christopher sonrió y le dio una palmadita en la espalda.
—Al fin alguien que me entiende.
—¿Por eso tanto revuelo? ¿No me crees capaz de vaciar un dormitorio? —Dulce empezaba a enfadarse por momentos, ella que aborrecía el machismo...
—A partir de ahora, no quiero que Dulce levante nada que pueda pesar más que un plato de comida o una bolsa llena de ropa. Y si la bolsa pesa mucho, ni siquiera eso. —Christopher habló mirándola a ella, pero en realidad se dirigía al personal.
—Espera un momento...
Mary retrocedió y le hizo una seña a Louise.
—Creo que deberíamos dejarlos a solas.
—Christopher tiene razón —intervino la voz de Neil—. Permítame que la ayude con todo esto. Podría hacerse daño usted o al bebé.
Dulce levantó un brazo en alto cuando vio que Neil pasaba junto a ella y se disponía a levantar la mesita de noche.
—Quieto ahí. Estoy embarazada, no enferma. El ginecólogo no dijo nada de restricciones.
—Neil —intervino Mary—, creo que deberíamos dejar solos a los señores para que lo solucionen sin nuestra ayuda.
Los tres se dirigieron hacia la puerta en silencio, mientras Dulce se mordía la lengua e intentaba controlar su ira y Ucker erguía la cabeza, decidido a no dar el brazo a torcer.
—Creí que habíamos decidido entre los dos no contarle a nadie lo del bebé.
Christopher miró a su alrededor.
—Pues ese punto no lo hemos cumplido. Maldita sea, Dulce María, podrías haberte hecho daño arrastrando cosas de un lado para otro.
—No son más que cosas.
—Cosas pesadas que tú no deberías levantar.
—Venga, por favor...
Ucker puso una mano en alto para silenciar las protestas.
—¿Y si levantaras esta mesita —preguntó, dándole una patada a la madera— y notaras un dolor en el vientre?
Dulce sintió un escalofrío que la cogió desprevenida.
—Eso no tiene por qué pasar.
—Pero ¿y si pasara?
Miró a su alrededor y de repente fue consciente por primera vez del tamaño de la cama, de la masa imponente del armario que estaba decidida a sacar de la habitación antes de que Christopher la interrumpiera.
Quizá tenía razón.
—Puedo cargar las bolsas después de una tarde de compras —respondió finalmente con un hilo de voz.
Christopher se acercó a su mujer y la abrazó. Podía notar la frialdad de sus manos acariciándole la espalda y el rápido latido de su corazón dentro del pecho. Estaba preocupado, genuinamente sorprendido por sus acciones. La parte más emocional de Dulce suspiró aliviada al constatar cuánto se preocupaba por ella; la más independiente agitó el puño en alto.
—Por favor, prométeme que otra vez pedirás ayuda.
Dulce nunca prometía nada que no pensara cumplir, así que no se apresuró a responder lo que Ucker necesitaba oír.
—Prométemelo —insistió él, dando un paso atrás y sujetándole la cabeza entre las manos.
—Esta mañana, cuando me he levantado, me sentía genial. Creo que se han acabado los mareos.
—Prométemelo. —Christopher no pensaba rendirse.
—Vale, está bien. No levantaré peso. ¿Satisfecho? —La respuesta sonó más áspera de lo que Dulce pretendía, pero, a juzgar por su sonrisa, a Ucker no parecía importarle.
—¿Me lo prometes?
—¡Te lo prometo! —exclamó ella, dándole un empujón en el pecho—. Santo Dios, ¿es que siempre te sales con la tuya?
Christopher asintió.
—Prometo abalanzarme sobre cualquier cosa que necesites levantar. Cuando quieras que haga algo, no tendrás que repetírmelo dos veces.
—Vale, machote, más acción y menos palabrería. Quiero que me vacíes la habitación para empezar a preparar las paredes para pintarlas.
Christopher abrió los ojos como platos y frunció los labios.
—¿Con el olor que desprende la pintura? —preguntó.
Dulce supo al instante que tendría que hacer unas cuantas promesas más antes de que se hiciera de noche.
Al final, prometió dejarle el trabajo duro a Christopher y a quien quiera que él contratase para ello. A cambio, ella tenía rienda suelta para señalar, gastar y ordenar tantos cambios como creyera necesarios.
En lugar de comunicar por carta a los abogados de su padre la futura llegada de su heredero, Christopher optó por una presentación mucho más espectacular. En cuanto Dulce se sintió lo suficientemente bien como para viajar, organizaron un viaje al hogar de sus ancestros para compartir la noticia con el resto de la familia.
La pequeña cena festiva bullía de excitación hasta que Christopher pidió silencio y cogió a Dulce de la mano.
—Supongo que muchos de ustedes se deben de estar preguntando por qué los hemos reunido aquí esta noche.
—Ya sabes que me encantan las suposiciones —dijo su madre desde el otro extremo de la mesa. Todos a su alrededor rompieron a reír y esperaron a que Christopher continuara.
—Dulce y yo esperamos nuestro primer hijo para finales de enero.
—Lo sabía. —May se puso en pie de un salto y rodeó la mesa para abrazar a Dulce y luego a su hermano.
Los presentes se deshicieron en felicitaciones y buenas intenciones. Si alguien tenía dudas sobre cuándo se había quedado embarazada, no dijo ni una sola palabra al respecto.
Howard captó la mirada de Ucker desde el otro extremo de la mesa, y sus labios dibujaron una fina línea recta. Ucker siempre había culpado a su padre por la mala relación que existía entre los dos primos. Si no le hubiera nombrado su segundo heredero, tal vez Ucker y Howard estarían más unidos. Tristemente la realidad era bien distinta. Paul se acercó a su hijo y le susurró algo, y Ucker centró la atención en su mujer.
Dulce irradiaba orgullo y ese brillo especial que tanta gente atribuía a las embarazadas. Llevaba un vestido de verano con las mangas cortas y un cinturón alrededor de su —por momento— minúscula cintura. Christopher se había dado cuenta de que empezaba a tener los pechos ligeramente más grandes y también más sensibles cuando hacían el amor. Cada mañana descubría una nueva maravilla. En la última visita al ginecólogo antes de volar a Gran Bretaña, habían escuchado el latido acelerado del corazón de su hijo. A Dulce se le habían llenado los ojos de lágrimas y a él se le había hecho un nudo en la garganta. De repente sintió un amor incondicional hacia su hijo, una emoción más sólida que cualquier otra que hubiese experimentado en toda su vida. Bueno, casi, musitó.
Buscó con la mirada a su mujer, engullida por una marea de personas que esperaban para poder abrazarla. Descubrir el amor que sentía por su hijo le había llevado a darse de bruces con otra realidad.
El amor que sentía por Dulce.
En lugar de huir de tantas emociones potencialmente devastadoras, Christopher las sujetó contra su pecho como si fueran una buena mano en una partida de póker. Tendría tiempo suficiente para descifrar los sentimientos de Dulce antes de confiarle los suyos.
Al fin y al cabo, estaba acostumbrado a jugar sus cartas hasta asegurarse de ganar la partida.
Al final de la noche, Parker se acercó a hablar con él justo antes de abandonar la fiesta.
—Veo que se ha asegurado todos los puntos del testamento de su padre.
Dicho así, Ucker no pudo evitar sentir que una fina capa de suciedad le nublaba la conciencia. No había hecho nada malo para conseguir su objetivo, pero tampoco le había contado a Dulce la necesidad de asegurarse un heredero si quería cobrar la herencia.
—Eso parece —respondió Christopher.
Parker le ofreció la mano.
—Nos reuniremos tras el nacimiento y firmaremos los papeles del testamento. Felicidades de nuevo.
—Gracias.
Mientras seguía a Parker con la mirada mientras este salía de su casa, Ucker notó que alguien le observaba. Cuando se dio la vuelta, se encontró a Dulce en medio del recibidor.
—El abogado de tu padre, ¿verdad?
Ucker asintió levemente con la cabeza.
—Eran amigos íntimos.
Dulce se acercó a Ucker y colocó una mano en su cintura antes de apoyarse en él.
—Supongo que ahora ya no podrá dudar de tus intenciones —dijo, desviando la mirada hacia la puerta.
—Me temo que seguirá dudando hasta que nazca el niño.
Dulce apoyó la cabeza en el hombro de su marido y disimuló un bostezo con la mano.
—Estás cansada. Deberíamos irnos a la cama.
—Pero aún queda mucha gente que ha venido a verte.
—Pues tendrán que arreglárselas sin nosotros.
Dulce no se resistió. Era evidente que estaba muy cansada, así que Ucker la cogió de la mano y desaparecieron escaleras arriba.
Christopher y Dulce se quedaron un par de días en Nueva York de regreso a California. Mientras Ucker se reunía con su abogado, Dul se enfrentó al calor sofocante de Manhattan y aprovechó para hacer un montón de compras totalmente innecesarias.
Por mucho que intentara concentrarse en la ropa premamá que le hacía falta, no podía evitar sentir una atracción irresistible hacía la sección infantil de los centros comerciales. Quizá fuera porque todos los que tenían que saber que estaba embarazada ya lo sabían, pero Dul sentía la extraña necesidad de comprar de todo.
No saber el sexo del niño dificultaba las cosas, pero nada que no se pudiera salvar comprando un conjunto verde por aquí y otro amarillo por allá. Encontró un arrullo blanco tejido a mano para envolver al niño cuando salieran del hospital camino de casa. Con los brazos cargados de bolsas, Dulce estaba rebuscando entre minúsculos calcetines y peluches varios cuando sintió una mano en el hombro.
Allí estaba la víbora con su melena rubia al viento.
—¿Por qué no me sorprende encontrarte aquí? —preguntó Vanessa con su lengua viperina asomando entre los labios pintados de rosa.
A Dulce poco le importaba lo que pensara aquella mujer y no tenía la menor intención de entablar una conversación con ella. De todas formas, ¿qué probabilidades tenía de encontrarse accidentalmente con ella en una ciudad del tamaño de Nueva York? Dul sabía que vivía allí, pero ¿qué posibilidades había?
—Vanessa.
Vanessa señaló el sonajero con forma de elefante que Dulce sostenía en la mano.
—Qué monada. ¿Para cuándo esperas tu retoño?
—No es asunto tuyo. —Dulce dejó el sonajero donde lo había encontrado y se dio la vuelta, dispuesta a alejarse.
—Déjame que haga mis cálculos. —Vanessa le bloqueó la salida, acorralándola entre una estantería llena de parafernalia para bebés y una serpiente venenosa—. ¿Antes del cumpleaños de Christopher?
No era muy difícil de imaginar y tampoco tenía importancia.
—¿Tienes envidia, Vanessa? ¿Tanto te ha afectado que Ucker no te escogiera a ti?
Vanessa echó la cabeza hacia atrás y soltó una sonora carcajada.
—Por favor. Ese cerdo manipulador. Es más fácil ver su verdadera naturaleza cuando no se está cerca de él. Lástima que tú no te hayas dado cuenta a tiempo... —Vanessa dejó las palabras en el aire y bajó la mirada hasta el vientre de Dulce.
Dul se cubrió la barriga con la mano como para proteger a su hijo de la mirada de aquella horrible mujer.
—Christopher es una de las personas más entregadas que he conocido.
—Christopher solo se preocupa por sí mismo. Me pregunto si te pidió que tuvieras un hijo suyo o si una noche se olvidó de utilizar protección «por accidente» —dijo Vanessa, imitando la forma de unas comillas con los dedos.
La conversación había coronado la cima de lo extraño y ahora se precipitaba ladera abajo hacia lo estrambótico.
—No tengo tiempo para estas cosas, Vanessa. Si me disculpas...
Dulce se apartó pero Vanessa la cogió del brazo.
—Dios mío, no lo sabes, ¿verdad?
Dul tiró del brazo pero la otra mujer se negaba a soltarla. De repente sintió un ataque de pánico inexplicable, parecido a la sensación que un perro debe de tener cuando hay un terremoto, que la dejó sin habla.
—Sabes que Christopher necesita un heredero para recibir la herencia, ¿no?
«¿Qué?»
Vanessa sonrió abiertamente y apartó la mano del brazo de Dulce.
—Pobrecita. Me pregunto cómo lo ha hecho. ¿Te ha escondido las píldoras? ¿O habrá agujereado los preservativos?
A Dulce empezaba a dolerle la mandíbula y tenía los músculos del cuello tan tensos que en cualquier momento empezarían a partirse. ¿De qué demonios hablaba Vanessa?
De pronto recordó las palabras de Parker. «Veo que se ha asegurado todos los puntos del testamento de su padre.»
No estaba dispuesta a ser el hazme reír de Vanessa durante más tiempo, de modo que dio media vuelta y salió de la tienda tan deprisa como pudo. Quería poner tierra de por medio a toda costa y el calor era tan intenso que enseguida empezó a sudar.
«Christopher necesita un heredero para poder cobrar la herencia.» Las palabras se repetían como un eco infinito dentro de su cabeza. ¿Sería verdad? Si lo era, tenía sentido que Ucker hubiera recibido la noticia con tanta calma. Dulce creía que eso era precisamente lo único que él no quería de su matrimonio temporal con ella. No era de extrañar que no hubiera perdido la cabeza al saber que iba a ser padre. Ni siquiera se había encogido de hombros. Es más, ¿le había sorprendido?
No, ahora que pensaba en ello, Dulce comprendió que no.
Ya no tenía por qué hacerle más promesas por el bien del bebé. Ni una más.
De todas formas, Christopher se había comprometido a ser un buen padre y a estar disponible siempre que su hijo lo necesitara.
Dul se negaba a permitir que los sentimientos tomaran el control sobre su cerebro. Paró un taxi y se dirigió hacia el condominio que Ucker tenía en la costa este de Manhattan.
Ya había estado allí dos veces, siempre en viajes hacia o desde Europa. Cuando por fin entró en el edificio y sintió el frío aire climatizado del lugar, empezaba a caer la tarde sobre la ciudad.
Sin quitarse las gafas de sol, Dulce saludó al portero y se dirigió hacia los ascensores evitando cualquier tipo de conversación.
A diferencia de la casa de Malibú, allí no había sirvientas ni cocineros con los que cruzarse.
Tiró las bolsas sobre el sofá y encendió el portátil de la habitación extra que Christopher utilizaba como despacho. Necesitaba hacer unas comprobaciones antes de enfrentarse a Ucker y pedirle explicaciones de lo que le había contado Vanessa.
El porcentaje de error de los preservativos era algo que le había parecido extraño desde el principio. Los hombres responsables como él utilizaban condones toda su vida y se las arreglaban para que nunca nadie tuviera que llamarlos «papá». Entonces, ¿qué había cambiado? ¿Por qué con ella no había funcionado?
Sus dedos volaron sobre el teclado. En apenas unos minutos, había encontrado varias páginas de salud en las que se hablaba de los condones, de su uso y de su efectividad. Por un momento creyó que no encontraría nada útil, hasta que dio con una web que se titulaba «¿Por qué fallan los preservativos?».
La página estaba llena de información general y en ella se hablaba de condones y de por qué se rompían. Pero a ellos nunca les había pasado, al menos que Dulce supiera. También incluía algunas entrevistas a mujeres que habían acabado formando parte de esa estadística del dos por ciento. Muchas de ellas confesaban malos hábitos, roturas e incluso que el látex estaba caducado.
Aun así, Ucker y ella solo habían mantenido relaciones durante un mes antes de que ella descubriera que estaba embarazada. Era como si no hubieran utilizado protección desde el principio.
¿Cómo podía un hombre asegurarse de dejar embarazada a una mujer?
Incluso en sus momentos más tórridos, sus relaciones siempre habían sido seguras.
Dulce se levantó de la mesa y se dirigió hacia el lavabo. Habían utilizado el dormitorio de camino a la recepción, así que parecía razonable que el condón de aquella noche hubiera salido de la caja que había en el cajón de la mesita.
La misma caja que aún seguía allí.
Dulce comprobó que faltaban meses para que caducaran. Apenas quedaban unos cuantos. Se llevó la caja al lavabo y sacó uno de los envoltorios. Con cuidado de no dañarlo, lo abrió y sacó el contenido. Todo parecía normal.
Por puro instinto, puso la boca del preservativo bajo el grifo y lo abrió. Al principio no pasó nada.
Pero cuando cerró el grifo y observó de cerca la punta del condón, vio que empezaba a formarse una minúscula gota de agua.
Primero fue una, luego otra, hasta que al final el goteo fue constante. Dulce sintió que el corazón le daba un vuelco.
Le temblaban las manos, las rodillas, hasta el labio inferior. Dejó el preservativo dentro del lavamanos y cogió otro. El proceso fue exactamente el mismo.
Incapaz de creer lo que le decían sus ojos, o lo que le gritaba su cerebro, Dulce sacó un tercer condón de la caja y volvió al dormitorio. Apagó las luces del techo, puso el paquete sobre la bombilla de una lámpara y la encendió.
Un minúsculo rayó de luz atravesó el plástico como si fuese un faro.
A pesar de la sinceridad, a pesar de la intención de abrirse el uno al otro, Christopher había ejecutado su plan para conseguir un heredero manipulándola a su antojo para que creyera que no había sido más que un accidente.
¿Cómo había podido ser tan inocente? ¿Tan crédula? Recogió los condones y los escondió en el fondo de la papelera para que nadie los encontrara, mientras las lágrimas le caían por las mejillas.
Guardó uno en el bolso y dejó dos más junto a la cama.
Si había algo que Dulce odiaba era que alguien la utilizara como un peón en su propio beneficio.
¿Cómo había podido hacerle algo así el hombre del que se había enamorado?
¿Cómo iba a sobrevivir a partir de entonces sin él?