Maratón 1/?
—Este sitio es alucinante. —Anny dio una vuelta completa sobre sí misma desde el centro del salón principal de la casa de Ucker—. No me puedo creer que no te mudaras en cuanto llegaste de Las Vegas.
—No me parecía lo correcto.
—¿Y ahora sí? ¿Qué ha cambiado? —Anny se dejó caer en uno de los mullidos sofás de la estancia y cruzó las piernas.
Dulce bajó la voz a pesar de que la cocinera estaba ocupada preparándoles la comida y la sirvienta estaba en el piso de arriba haciendo Dios sabe qué. Ucker tenía que pasar el día en la oficina, lo cual dejaba a Dul con poco o nada que hacer.
—Supongo que cada vez estamos más cómodos juntos. Además, no contaría con la seguridad que hay aquí si me hubiera quedado en Tarzana.
—Estás en tu derecho. Si quieres saber mi opinión, ese tal Neil da un poco de miedo. —Anny había esquivado al corpulento guardaespaldas de Ucker cuando este había salido a recibirla a su llegada.
—No habla mucho.
—A mí no me ha dicho ni una sola palabra. Me ha mirado fijamente.
—Christopher insiste en que es inofensivo con quienes no se meten con él. —Dulce estaba sentada frente a su amiga en una de las sillas estilo Reina Ana de la casa. Llevaba un traje de seda informal tan suave que era como si no llevara nada. Ahora que por fin tenía tiempo libre, tardaba más en vestirse por las mañanas y le dedicaba más atención a su aspecto.
Ucker la había acompañado al centro Moonlight y allí Dulce había descubierto lo que significaba estar casada con un hombre tan rico y atractivo como su esposo. Se ganó al personal y le arrancó más de una sonrisa a su hermana. Desde el día en que sufrió el derrame, Claudia tenía dificultades para expresar sus necesidades. «Afasia expresiva», así era como lo llamaban los médicos. Para que su hermana no se pusiera nerviosa ni se sintiera frustrada, Dul a menudo terminaba las frases por ella. Ucker comprendió la situación enseguida y se esforzó para hacer preguntas que pudieran responderse con un sí o un no, y evitó temas que pudieran provocarle estrés.
Cuando ya se iban, Christopher encontró a unos de los administradores del centro y, como si alguien hubiese pulsado un interruptor, su encanto se desvaneció y en su lugar apareció el hombre de negocios. Quería saber qué tipo de seguridad tenía el centro, cómo evitaban que un desconocido se colara en la habitación de Claudia y quién estaba con ella fuera de los horarios de las comidas. Disparó una rápida sucesión de preguntas que podría haberle hecho a ella y que fueron contestadas por el administrador del centro antes de que ella pudiera interrumpirlos. Parecía tan sincero, tan preocupado por el cuidado de su hermana, que Dul no pudo enfadarse con él por ignorarla. Sin embargo, cuando se montaron en el coche y él empezó a poner en duda la capacidad del centro para cuidar adecuadamente de Claudia, Dulce se puso a la defensiva.
—Es el mejor centro para gente como ella. La mayoría de los sitios están pensados para ancianos o para enfermos de alzheimer. Moonlight se especializa en pacientes más jóvenes con problemas de desarrollo.
—¿Y por qué no cuidar de ella en casa?
Obviamente eso sería lo ideal, pero Dulce no podía permitirse ese tipo de atención las veinticuatro horas del día.
—No puedo.
Ya lo había intentado antes ella sola y había fracasado. Finalmente Ucker se dio cuenta de cuánto le afectaba aquella conversación y tuvo la sensatez suficiente para dejar el tema.
—Me alegro de que Neil esté de tu parte. No me gustaría tenerlo como enemigo —dijo Anny, despertando a Dulce de sus pensamientos—. ¿Y qué vamos a hacer con Alliance?
Dul le había dedicado mucho tiempo a pensar qué podía hacer con su empresa. A partir de entonces, hacer de esposa de Christopher Uckermann ocuparía la mayor parte de su tiempo, y además tendría que viajar constantemente por todo el planeta. De hecho, su pasaporte había llegado a primera hora del lunes y Ucker y ella ya estaban organizando los preparativos para salir el miércoles por la mañana.
—Tengo una proposición que hacerte. —Dul esperó a que Anny la mirara antes de continuar—. He trabajado muy duro para ahora echar a perder el tiempo y el esfuerzo invertidos en Alliance, pero lo que está claro es que los próximos meses no estaré disponible.
—Pensaba que iban a vivir en continentes distintos.
Dul negó con la cabeza.
—El plan original no va a funcionar como esperábamos. Después de lo de los micrófonos y las cámaras, creemos que lo mejor es permanecer juntos.
Dulce recordó la propuesta de Ucker. No había insistido en que se acostara con él desde el día del lavabo, pero a veces la desnudaba con la mirada o le hacía comentarios subidos de tono para que no se olvidara de que todavía la quería en su cama. De hecho, Dulce dormía en la habitación contigua a la de su marido. La explicación que le habían dado al servicio era que no se encontraba bien. La excusa era ridícula, pero nadie dijo nada al respecto.
—¿Y en qué situación deja eso a Alliance?
—¿Qué te parecería convertirte en mi socia?
Anny abrió los ojos como platos y en sus labios se dibujó una sonrisa.
—¿Cómo sería?
—Tendrías que hacer parte del trabajo de campo.
Ambas sabían lo que eso significaba: Anny tendría que frecuentar reuniones y fiestas a las que las mujeres acudían en busca de un marido rico, eventos de alto nivel en los que se movía la gente con dinero. Socializar era la mejor manera de captar nuevos clientes. El boca oreja funcionaba mejor que cualquier anuncio en el periódico.
—Karen está de acuerdo —añadió Dul—. Te presentará a viejos amigos para que puedas empezar.
—Karen es la dueña de Moonlight, ¿verdad?
La rubia impresionante en la que Christopher ni siquiera había reparado. Dul asintió.
—Cuando consigas un nuevo contacto, envíame la información por fax y yo me ocuparé de comprobar su pasado. Eso es algo que puedo hacer desde cualquier lugar del mundo. Lo que no puedo hacer es reunirme con nadie, no hasta que recupere el control sobre mi tiempo.
—¿Y cuándo esperas que ocurra eso?
—Dentro de unos meses. Quizá antes.
Anny parecía estar dándole vueltas a la proposición.
—Supongo que no sería buena idea hablar de matrimonios temporales después de tu boda con Christopher en Las Vegas. La gente podría hacer preguntas.
—No, no lo sería. Lo pondré todo a tu nombre para que yo parezca tu empleada. —Porque de todas formas cualquier abogado mínimamente capaz acabaría descubriéndolo todo.
—¿Harías eso?
—Confío en ti. Y cuando te he ofrecido que seas mi socia, lo he dicho en serio. Si las cosas se te complican mientras yo estoy fuera, buscaremos a una secretaria a tiempo parcial. Si el negocio empieza a funcionar, la contrataremos a tiempo completo. Nos repartiremos los beneficios al cincuenta por ciento, y mientras yo esté jugando a las duquesas me haré cargo de los gastos.
A Anny se le iluminó la mirada.
—¿Te refieres a vestidos bonitos y cenas con clientes?
A Dulce se le escapó la risa.
—Estoy convencida de que podemos establecer un presupuesto razonable.
—No sé qué decir.
—Di que sí.
—Pero esta empresa es obra tuya. Has trabajado muy duro para levantarla y yo solo soy una recién llegada.
Dulce descruzó las piernas, se inclinó hacia Anny y cubrió una de sus manos con la suya.
—Me has ayudado en los momentos más difíciles y nunca te has quejado cuando escaseaba el dinero.
—Me ofreciste una habitación en tu casa. ¿Cómo iba a quejarme cuando me dejaste vivir contigo a cambio de nada?
Dul le quitó importancia a las palabras de su amiga.
—Quizá yo pusiera la primera piedra del negocio, pero entre las dos lo hemos llevado hasta donde está hoy día. No confío en nadie más, Anny.
El lento movimiento de la cabeza de Anny acabó convirtiéndose en un gesto afirmativo y una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Cómo decir no a algo así?
—Bien.
—¿Señora Uckermann? —preguntó la cocinera desde la entrada de la sala de estar.
—¿Sí, Mary?
—La comida está lista. ¿Quiere que la traiga aquí o prefiere que la sirva en el comedor?
Por la sonrisa pícara de Anny, era evidente que estaba impresionada.
—Iremos al comedor. Y espero que se una a nosotros.
Mary abrió los ojos como platos, alarmada.
—Oh, no, no puedo hacer eso.
Dulce y Anny se levantaron de sus asientos y fueron hacia Mary.
—Por supuesto que puede —le dijo Dul entre risas—. Cómo voy a esperar que prepare usted la comida y luego coma sola.
—Pero...
—Además, el cumpleaños de Christopher es en menos de una semana y, si le soy sincera, no tengo ni la menor idea de qué comprarle. Quizá usted pueda ayudarme.
Los labios de Mary dibujaron una «O» perfecta. Dejó de discutir y siguió a Dul y a su nueva socia hasta el comedor de la casa.
Durante la comida, Dulce se dio cuenta de la rapidez con la que había vuelto a adoptar el papel de mujer con dinero. Se entretuvo con cada bocado, recordando la velocidad con la que todo podía desvanecerse. En su caso, sería así. El trato entre Ucker y ella era temporal, con fecha de inicio y de caducidad. Tendría que hacer desaparecer esos pensamientos durante el siguiente año si no quería arriesgarse a que alguien descubriera lo efímero de su matrimonio con solo mirarla.
Y para hacerlos desaparecer, tenía que empezar a actuar como una mujer casada, se dijo.
Una mujer felizmente casada.
Ucker atravesó la verja de su casa de Malibú dos horas más tarde de lo que le había prometido a Dulce. Con la tensión en Oriente Medio, algunas de las rutas de transporte tenían que ser modificadas para evitar la inestabilidad internacional. Le hubiera sido mucho más fácil solucionar la crisis por la que pasaba su empresa desde Europa, pero Christopher se había acostumbrado a manejar sus asuntos a caballo entre los dos continentes. Ahora que Dulce formaba parte de su vida, tenía una razón aún más poderosa para decantar la balanza del trabajo hacia Estados Unidos.
Había llamado a las cinco y media para avisar de que llegaría tarde. Dulce parecía decepcionada. Precisamente esa misma decepción lo había animado a él a moverse más rápido para disponer de un rato libre que pasar con ella antes de retirarse a dormir. Sentía el deseo sincero de conocer mejor a Dul.
No se trataba de ningún juego extraño. La sinceridad de su mujer, clara y directa hasta el punto de haber afirmado que quería acostarse con él, era algo nuevo para Ucker.
Cada vez que recordaba a Dulce poniéndose su camisa y quitándose los vaqueros, no podía evitar tener una erección. Sentía una necesidad irresistible de compartir la cama con su esposa. Le había prometido tiempo para pensar en su oferta, cierto, pero eso no significaba que no intentara seducirla para conseguir lo que quería. Maldita sea, si ella también lo deseaba tanto como él. Lo sabía por cómo lo miraba de soslayo cuando creía que él no la veía, y por su forma de humedecerse los labios sin apartar los ojos de los de él.
Ucker había evitado besarla desde el día de la mudanza. Sin embargo, cada vez que se tocaban, cada vez que la ayudaba a bajar del coche o apoyaba una mano en la curva de su espalda para guiarla a través de una puerta, su vida se convertía en una dulce agonía.
Se moría de ganas de explorar aquella atracción volátil que sentían ambos y ver hasta dónde podía llegar la onda expansiva.
Al entrar en casa, tuvo que reprimir el impulso de gritar «Hola, cariño, ya he llegado». Sonrió al imaginar la escena y atravesó las estancias vacías hasta que la suave luz de unas velas en el comedor llamó su atención.
Dulce estaba sentada a la mesa, vestida únicamente con un delicado vestido de seda color rubí y una sonrisa en los labios. Su hermosa melena le caía como una cascada sobre los hombros. Al verlo entrar en la estancia, sus ojos se iluminaron de pronto.
Fue entonces cuando el delicioso olor de la ternera inundó sus sentidos y le recordó que llevaba todo el día sin comer.
Dulce alzó una copa de vino tinto y se levantó de la silla para dirigirse hacia él.
—¿Qué es todo esto? —preguntó Ucker , mientras sus ojos recorrían las suaves líneas de su cuerpo.
Los pechos de Dul asomaban por encima del escote, dejando al descubierto una hermosa piel blanquecina. Podía verle las piernas a través de una abertura en el vestido, las mismas piernas de las que ella siempre se quejaba por ser demasiado cortas y que, montadas sobre unos tacones de diez centímetros, mostraban unas pantorrillas espectaculares. Ucker decidió que le gustaban los zapatos de mujer. Un segundo armario era un precio pequeño a pagar a cambio de disfrutar de semejantes vistas.
—He pensado que estaría bien cenar los dos solos mientras podamos. Tu casa en Europa parece muy... llena de gente.
Christopher cogió la copa que Dulce le ofrecía y escuchó atentamente en busca de algún ruido que le confirmara que Mary estaba en la cocina o Louise en el recibidor, pero solo se oía el lejano
sonido del mar a través de una ventana abierta.
—¿Estamos solos?
—Les he dado la noche libre.
Le gustaba cómo sonaba aquello. La sensual mirada de Dulce, resguardada bajo una espesa capa de pestañas, despertó un montón de preguntas, que se quedaron en la punta de la lengua. Decidió posponerlas y seguir sus instrucciones. Si Dulce había decidido aceptar la proposición y convertirse, además de esposa, en amante, seguro que lo descubriría en breve.
—Seguro que no se han resistido.
Dulce apartó una silla de la mesa y lo invitó a sentarse en ella.
—Solo me han preguntado a qué hora deben estar aquí mañana por la mañana.
—¿Por la mañana? Si viven aquí.
Dulce levantó la tapa que cubría el primer plato y una nube de vapor ascendió hacia el techo: asado con guarnición de patatas en forma de concha y puntas de espárrago.
—Louise tiene un novio que está encantado de acogerla por esta noche.
—No sabía que tenía novio.
—Y Mary ha aprovechado para ir a visitar a su hija y a su nieto.
Dulce terminó de servir los platos, se sentó junto a él y cogió el tenedor. Ucker no podía concentrarse en la comida por culpa del aroma a lavanda que desprendía la piel de su esposa.
—¿Y Neil?
—Está en la caseta. Le he pedido que nos dejara un poco de intimidad.
Christopher sintió que le rugía el estómago y al mismo tiempo le subía la temperatura.
—¿Para qué necesitamos privacidad, Dulce María ? —Le dedicó una mirada pícara de soslayo y cogió su tenedor de encima de la mesa.
—He pensado que estaría bien para variar.
Pinchó la verdura con el tenedor y se la llevó a la lengua para probar su sabor. Cuando los espárragos desaparecieron en la caverna que era su boca y sus ojos se encontraron con los de él, cualquier duda acerca de dónde acabaría la velada se desvaneció en cuestión de segundos.
La cuestión era: ¿comerían antes... o después?