Capítulo 18

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Alba estaba distraída observando el hermoso y variado paisaje que el tren iba dejando a su espalda. Adriana estaba a su lado, silenciosa, leyendo un libro de Ágata Cristie de bolsillo. Se lo había comprado ya presupuesto que su pareja no le haría el viaje ameno. Ya hacía casi un año que la había rescatado de las garras de la muerte y nada había cambiado entre ellas. Por mucho que hubieran compartido, cuidado y mimado, seguía distante. ¿Qué podía hacer por cambiar aquello?

A los ojos de un desconocido parecía como dos hermanas, que compartían compartimiento en aquel tren, en destino a Suiza. Otros podrían pensar, que era una pareja en vías de extinción. Una absorta, pensando en el más allá, la otra no dejaba de pecho a aquel caso de asesinato inédito, de la famosa escritora de suspense. De hecho, había escogido el titulo concordante con el viaje: Asesinato en el Oriente express.

A: Vaya tú, mira que coger este libro precisamente- le comenta, abandonado su rol de observadora pasiva y prestándole, finalmente, más atención.

AD: Me gusta la escritora... Ya me lo había leído. Es impresionante, e ingenioso. - se calla, cuenta, a ojo de cubero, las hojas que le faltan para terminar de devorarlo.- ¿Tú te lo has leído?

A: Si no recuerdo detalles significantes, importantes de mi vida... ¿recordare un libro?- contesta sin pensárselo. La sobra de su voz, no se le escapa a la mujer rubia no obstante, prefiere hacerse, para variar, la sorda.

Adriana se vuelve concentrar en la lectura y Alba vuelve prestar atención al exterior. El dilema del movimiento... A veces, te olvidas de qué se mueve el tren y crees que es el paisaje se desplaza ante ti, se aleja, empequeñece. Pareciendo que se funde en la raya invisible del horizonte... hasta desaparecer. Era como si dijera adiós a las vivencias de Austria y otra vez nuevos horizontes para descubrir y abandonarlos sin pena ni gloria.

Probablemente, ya no regresaría a Viena. A aquellos edificios majestuosos, a escuchar las maravillosas operas, orquestas que Adriana estaba tan adicta. Los días se consumían como cerillas, sin que su memoria saliera del pantano donde se escondía.

Las marcas de los sueños vividos restaba en sus circuitos cerebrales y los descargaba con asiduidad. Era auténticas obras, que la emocionaban mucho más que una ópera celebre. De hecho, en la mayoría de recitales, operas que habían presenciado terminaba medio durmiéndose, evocando todos los sentimientos que N le creaba con tan solo una mirada, gesto, palabra...

Aquellos sueños no parecían renovarse, como si se los hubiera descuidado en "Kaikas". Si no fuese por la noche anterior de embarcarse al tren, se habría convencido de que eran, en realidad, producto de su inconsciente. No obstante, N se le había aparecido para recordarle algo que empezaba ya a colgar de polvo.

Aquella noche, para variar, no salieron. El cansancio estaba, otra vez, reflectado en sus rostros, se agitaron sin rechistar y a pesar de ello, le costo una barbaridad caer rendida en los brazos de Morfeo. Estaba nerviosa, triste aparte, que dormir ya no la reunía con N. El día siguiente habían de reiniciar otro viaje. Quizás sería más tranquilo que el anterior, pero tampoco le conducía a Madrid.

Un soplo de esperanza, le hizo ser constante para intentar dormirse. Empezó a contar ovejas una, dos, tres... Oscuridad, dejarte caer, ir al más allá. Los ojos se cierran y parece estar ya desconectada de su entorno. Las horas transcurren, sin que la durmiente se dé cuenta. Hasta que, en un momento determinado, volvió a soñar.

Se hallaba en una habitación grande, lujosa. Se entretuvo curioseando. Esperaba encontrar a N allí. Un rayó de luz, le condujo hasta la habitación principal. La cual era muy grande, de decoración barroca, con varios muebles antiguos. En cierta forma, rompía la armonía del resto de la suite.

No Me Digas AdiósDonde viven las historias. Descúbrelo ahora