Capítulo 20

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La tía de Adriana, se llamaba María y tenía 65 años recién cumplidos. Era la hermana mayor de su madre, la única que había tenido. Residía sola en un piso céntrico y antiguo en la capital de Suiza. Por su edad, se conservaba muy bien y no aparentaba la edad que tenía. La soltería le sentaba bien y se permitía vivir saciando sus pocos caprichos.

La Tía María las estaba esperando con los brazos abiertos, en la estación de tren y un taxi las condujo hacia su mini palacio. Adriana había estado educada por ella, aunque no le mostró ningún gesto de afecto. Alba, luciendo su dulzura y afable carácter, se interesó por la familiar de su pareja, de hecho, las dos congeniaron muy bien desde el principio.

MA: ¿Así que habéis estado en Kaikas?- preguntó tras la corta explicación de su sobrina de su vida. Su rostro era ambiguo, estaba entre la incredulidad y la admiración.

A: Sí. ¡Vaya tragedia!- narrándole algunas de las miserias de allí. Evitando, tocar temas personales, para no contradecir a Adriana. Su amnesia ya era un fantasma, como si jamás hubiera existido este problema entre las dos.

AD: Sí, hemos estado ayudando a la gente de Kaikas.- dice con altivez, con un claro tono de reproche- Mientras algunos prefieren vivir como si nada hubiera ocurrido, rodeado de lujos, comodidades.- lanzándolo al aire con una facilidad aplastante. Lo que consiguió fue, que el aire se contaminara de una tensión insana.

MA: ¡Ya! Yo contribuí con una suma bastante generosa de dinero. No puedo hacer más -inquirió la anciana muy seria. Las palabras, de su única sobrina le dolieron.- No me puedo permitir quedarme sin nada a mis 65 años y estando jubilada.

Adriana, se mordió la lengua quisiera echarle tantas cosas en cara. Aún así, se contuvo, no le convenía enfrentarse a su tía. Había de ser hábil para conseguir sus retorcidos objetivos.

A: No tiene porqué justificarse- interviniendo, finalmente, a su favor. Lo hace, porqué únicamente lo creía justo, sin importarle llevar la contraria a su pareja.- Cada cual hace lo que puede.

Aquella discusión quedó allí, no obstante tía y sobrina parecían perro y gato. Alba intentó reconciliarlas en varias ocasiones, era triste que dos seres solitarios y que no tenían otro familiar directo con vida se llevasen tan mal. Aunque, la enfermera tenía sus propios dolores de cabeza.

Los días iban transcurriendo sin pena ni gloria. Hacían de turistas y viviendo a cuesta de su anfitriona, no debía ser tan mala, al fin y al cabo les permitió permanecer todo el tiempo que quisieran en su hogar. incluso les dio dinero sin pedir explicaciones. Se notaba que, por su parte, quería hacer las paces con su pasado, por el contrario, Adriana deseaba más de ella. Quería llevar su plan de venganza hasta las últimas consecuencias. Por supuesto, Alba ignoraba sus verdaderas intenciones.

La enfermera, estaba muy harta. Había transcurrido una semana y ya se conocían toda la ciudad. Adriana, como siempre continuaba dejándola en segundo plano en sus planes. Por otro lado, los sueños eran variables y no siempre se le aparecía su N. Lo único de claro que tenía de ellos, era que le seguía esperando en Madrid y que la amaba. No obstante, ninguna otra pista para iluminar su camino medio oscuro.

Adriana, intuía como se sentía su Paula, y el profundo de su alma tenía mucho, mucho miedo. Cada vez la veía más y más distante, a pesar de que a veces parecía más cercana que en Kaikas. Lo que realmente le intrigaba era lo que soñaba. Desde qué le había despertado en el viaje de tren, que se despertaba a media noche y observaba su tranquilo sueño. Algunas noches tenía su rostro lleno de placer, tranquilidad. ¿Cuánto daría por introducirse en su inconsciente?

¿Estaría recordando algo?. La sola idea le mareaba, le aterraba. ¿Qué podía hacer, si fuera el caso? Se arrancaba sus preguntas con rabia y volvía a estar muy protectora, vigilante. Se pegaba a ella, no le dejaba ni respirar, incluso, su tía percibió su acoso, no era ninguna exageración. Si, Alba quería ir a la panadería para comprar el pan diario, que estaba al lado del apartamento, Adriana insistía a acompañarla.

No Me Digas AdiósDonde viven las historias. Descúbrelo ahora