12: Propiedad prohibida

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CAPÍTULO DOCE

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CAPÍTULO DOCE

Ubicación: Londres, Inglaterra

En la oscuridad, Sydney renuncia a los lentes. Las armas descansan en una cómoda y reciben una caricia reverente de su dueña. "Gracias", quiere susurrar. Por salvarla. Por hacerla menos indefensa ante la crueldad.

Se sienta un momento en la orilla de la cama. Su pierna rebota. Un rostro familiar insiste en aparecer detrás de sus párpados. Ella odia que esté ahí. No lo puede permitir. Se levanta de golpe. Necesita escapar.

Caminando hacia la ventana, desata la elástica de su cabeza y su cabello azul cae sobre su espalda en una cascada de mechones ondulados. No se molesta en prender las luces. Está cansada de la luz, de todos modos. Casi pierde un ojo por eso.

El canto de la sociedad es un sonido extraño en sus oídos, aunque no sea la primera vez que lo escucha en esta nueva vida. Es más que todo la costumbre. Hace mucho olvidó el ruido de los autos, el ruido del mundo siguiendo su curso.

Sydney ignora su propio reflejo en el cristal de la ventana y observa, con melancolía, el mundo correr.

Sus dedos acarician el cristal, así como la incertidumbre acaricia su alma. ¿Libre? ¿Leon realmente cree que ella puede ser libre? ¿O solo está intentando ser compasivo?

Las respuestas a estas preguntas se desvanecen en el fondo de su mente cuando sus ojos se sumergen en la vista de una silueta en la ventana del edificio contiguo.

La suave luz naranja dibuja el contorno de una figura masculina, grande y artísticamente acentuada. Quienquiera que sea este extraño, es musculoso, es alto. Es imposible precisar cuán alto es realmente, pero puede tener una idea.

Aquel hombre flexiona los brazos, pasa las manos por su cabello —nota que es corto— y se coloca en un mejor ángulo a contraluz. Sydney no se da cuenta de lo mucho que se está acercando a la ventana, atraída por la curiosidad, motivada por un poco de fascinación.

Se da cuenta, solo cuando no existe ningún espacio físicamente posible. Se detiene contra el cristal y se rinde ante este pulso eléctrico, sin salida ni solución.

La silueta enmarcada del misterioso hombre sin rostro se detiene igual que ella, de frente a la ventana abierta. Si dejase volar su fantasía, Sydney podría pensar que la está mirando...

De ninguna manera. ¿Cómo sería eso posible? Es una mera coincidencia, que ese cuerpo grande y artístico se haya girado en su dirección, y se detuviera por completo con el mismo deseo. Sydney quiere burlarse de la posibilidad. Está alucinando.

Sin embargo, durante un segundo, Sydney se deja llevar por la ilusión e imagina que los ojos de aquel extraño están fijos en ella, solamente en ella. Sin prejuicio. Sin odio.

Sino algo más.

Un cosquilleo excitante en su vientre la hace suspirar y tocar el cristal con la punta de los dedos.

GENESIS ² Exterminio ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora