Capítulo 10

56 15 11
                                    

CESAR

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

CESAR

Esperaba en los asientos de espera fuera de la oficina del director. No podía evitar sentirme orgulloso del golpe que le había dado a Francisco, se lo merecía.

De la otra sala salió Jason, el chico de otro grupo, tenía muchas hojas de papel en una mano, parecían unas pruebas de alguna materia.

— ¿Estuvieron buenos los putazos?— pregunto sonriendo mientras chocábamos los puños. Me reí como respuesta.

— Solo fue uno, no aguanto nada...— le iba diciendo siguiéndolo con la mirada mientras se iba.

— ¡Coma Tapia!— me grito una de las secretarias asustándome, hasta di un brinco del susto. — El director te llama— dijo apuntando con su pulgar la oficina que estaba detrás de ella. Asentí y me levante.

Camine hasta la puerta del director, la puerta de cristal me daba libertad de ver a través de ella. Toque tres veces y el señor Huerta levanto la mirada y con su mano me dio permiso para pasar. Fingió desinterés muestras yo me acomodaba en la silla frente a su escritorio.

— Tuvimos que llevar a Francisco al hospital— dijo sin verme. — La doctora dijo que necesitaría dos puntos de sutura— siguió.

Balanceé mi cabeza, iban a expulsarme, lo sabía... sonreí de los nervios.

— ¿Va a expulsarme?— le pregunte tratando de que mis piernas dejaran de temblar.

— Es lo que debo de hacer— me contesta dejando sus papeles de lado.

— Debería expulsarnos a los dos, ¿no cree?— le dije enderezándome. La mirada del director me dio permiso de seguir hablando. — ¿no sabe quién golpeo a Arquímedes en la cara? Le provocó una crisis, casi se infarta.

Estaba comenzando a enojarme, con tan solo recordarlo.

— Esa no es excusa, debió de contactar conmigo antes de hacer semejante barbaridad.

— Me enoje y estoy arrepentido— Mentí, no estaba nada arrepentido. Estuve suficiente tiempo haya afuera para rectificar mis acciones y de lo último de lo que me arrepentía en esta vida era golpear en la cara a Francisco. — Además, no puede expulsarme, le faltan alumnos.

— Suspensión entonces— dijo tomando el papel que estaba en su escritorio para dándomelo. — No quiero verte aquí esta semana.

No estaba sorprendido por mi castigo. Tome el papel. Era un citatorio para mi abuela, aunque a estas alturas ya está bien avisada.

Después de una charla de "no a los golpes" por parte del director, pude ir por mis cosas al casillero e irme a casa. Ya eran casi las 5 de la tarde. En lo personal no estoy muy contento de volver a casa, y tampoco de molestar a Yeya de nuevo.

Fui caminando a la parada de autobuses, era escolar pero no dejaban de pasar por si acaso algún pobre estudiante con extrariculares se había quedado hasta tarde en la escuela, el cual es el caso de Gissel. Cuando ella volteo me saludo y me dio una sonrisa con sus dientes de conejo, yo igual la saludo con mis dos manos.

Ella traía consigo una maqueta de la escuela sin acabar de pintar.

— Bonita maqueta— le dije apuntando a su proyecto.

— Gracias, la llevo a casa para terminar de pintarla— explico poniendo de pie un árbol de la maqueta que se había caído. Gissel no ponía cerrar bien los labios por sus dientes saltones, pero eso la hacía algo tierna. — No te vi en la clase, ¿Qué paso?

— ¿No sabes lo que paso saliendo del laboratorio?— le pregunte y esta sonríe. Claro que no sabía. — Le di un golpe a Francisco.

— ¿Qué Francisco? En mi clase también tenemos a un Francisco— pregunto desviando la mirada. El sonido del autobús nos distrajo.

— El golpe se lo llevo el Francisco de mi clase, no conozco el Francisco del 101— le dije mientras le hacíamos la parada al autobús.

—Tiene sentido— soltó Gissel. Cuando el autobús se detuvo le di el paso para que entrara primero ella.

Entro y yo detrás de ella. Nos sentamos en los primeros asientos y comenzamos a platicar sobre el día, en realidad ella hablo más que yo. Comenzó en cómo fue que su profesor la regaño por llevar a la escuela una tarántula viva y termino en como se le olvido decirle al chef que era alérgica a la pimienta y eso ocasionó que vomitara su almuerzo en la maqueta de su compañero Isaac. Sus historias son muy raras pero entretenidas.

Ella se bajó del autobús antes que yo. Gissel vivía en la 20 de noviembre, por suerte el camión llega hasta el centro. Me quede solo la mitad del camino escuchando música por mis audífonos. Mientras que en mis oídos sonaba Why'd You Only Call Me When You're High? De Arctic Monkeys me puse a revisar una carpeta de mi mochila. Arquímedes estaba en lo cierto, fotocopie su expediente, sé que estuvo mal pero fue con la mejor... bueno no, no tenía ninguna buena intención más que hablarle.

Encontré su dirección, vive en La cacho, lo que explicaba muchas cosas, pero no explicaba porque no tenía celular. Sentí el autobús detenerse, después de quitarme los audífonos me prepare para irme. Le di las gracias al chofer y me dirigí a la otra parada de camiones.

Se moverme por la ciudad a pie, mi abuela dice que todavía no tengo edad para tener un coche y dice que tengo que enfrentarme a la vida como una persona normal, así que no tenemos choferes personales a diferencia de algunos de mis compañeros; Yeya tiene uno, el maldito de Francisco también tiene uno, su madre no lo dejaría andar de pie ni siquiera a la esquina de su casa. Aitana, Marta e Isaias tienen uno.

Espero tener algún día un coche para librarme de las caminatas largas.

Llegue al departamento casi de puntillas, eran casi las 7 de la tarde y sabía que mi abuela ya estaba ahí, me quite los zapatos antes de entrar, camine lento por las escaleras ya que el departamento es de dos niveles, mi cuerpo se detuvo cuando escuche pisadas de la cocina.

—Sé que eres tu Cesar, baja ahora— escuche a mi abuela con su voz ronca y rasposa.

Era una mujer un poco cascarrabias y de muy mal humor. Baje los tres escalones que había subido y le sonreí volteando a verla.

— Abuelita hermosa, ¿Cómo está?— le pregunte, sabía que cuando apretaba así los labios era porque iba a comenzar a gritarme.

— ¡Sin trabas, Cesar! Me llamaron del colegio, golpeaste a tu compañero, te suspendieron por tres días y tendrás que hacer servicio comunitario el fin de semana— dijo mientras caminaba al comedor para sentarse en una silla que quedaba justo en frente de mí. — ¿Cómo crees que voy a estar después de eso? Tienes suerte de que no te hayan expulsado, porque si eso hubiese pasado, te desheredo por completo...

— Abuelita, pero si fue por una buena causa...

— ¿Cuándo fue que cambio la definición de buena causa?— me pregunto manoteando con su mano llena de anillos dorados. Me trague mis palabras y puse mis manos detrás de mi espalda. — Debería romperte el labio a ti, ¿Sería justo? ¿Crees que eso me hará sentir mejor?

Negué con la cabeza. — No lo sé...

— Claro que lo sabes, los golpes nunca arreglan nada, siempre empeoran las cosas— dijo viendo al suelo. — Hoy solo le diste un golpe, agradécele a cualquier divinidad a la que creas que sigue vivo, pero pregúntate, hijo, ¿En qué te convertirá eso mañana?— volvió a poner sus ojos en mí, era azules brillante con su mirada imponía respeto.

— Lo lamento, en serio— pronuncie mis palabras como pude mientras me tragaba mi orgullo. Sabia porque mi abuela me estaba diciendo esas palabras, respire y la escuche suspirar. — No tienes de que preocuparte, lo juro.

— Espero que así sea.

CLEAN BOYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora