Los días pasan y soy la encargada, lógicamente, de hacer la reserva de una mesa para almorzar en Puerto Madero. Como si fuera Moisés, la agenda del restaurante que escogemos se abre en dos apenas menciono que seremos cinco los comensales del estudio de Alcorta, Grinberg, Polsky y Salvatierra.
Falta una semana para navidad y no hay mesas libres, ni siquiera una silla disponible en estos lugares caros; todas las empresas y estudios reconocidos de Capital guardan sus lugares con seis meses de anticipación.
Para nosotros, solo con un par de días, resulta suficiente.
Oficialmente estoy de vacaciones universitarias y pienso tomarme lo que resta del mes para descasar y rascarme a cinco manos.
Mi próximo examen es en febrero y debo prepararme con todo.
Las cosas con Leandro han estado raras últimamente, nos saludamos como es habitual, somos coquetos el uno con el otro, pero sin pasarnos de la raya. Lo más sorprendente es que ni siquiera se queda para la hora de nuestro té.
Trato de no ser paranoica; él sabe cuál es mi meta y creo saber cuál es la suya.
Sin embargo, esa meta parece estar cada vez más lejos para mí.
Ahora mismo la prometida de mi hermano está en la cocina del departamento de Esteban, preparando café y tostando unas rebanadas de pan para untarlas con mermelada de frutilla. Se sienta frente a mí y debo destacar que no es gran conversadora.
―¿Todo bien? ―pregunto a Guadalupe.
―Sí, bien, gracias.
¿Lo ven? Una pared de ladrillos dialoga más que ella.
Termino de vestirme y saludo a los tortolitos, ya con el horario calculado en que pasa el subte que debo tomar para llegar a horario.
Cuando entro a la oficina, las risas en el despacho de Leandro me resultan más que conocidas: él está con Romina Vidal y mi estómago hace una doble mortal.
¿Estuvo jugando a dos puntas?¿No se acostó conmigo porque está haciéndolo con ella? Tengo bronca y durante varios minutos la engrampadora es la víctima de mi mal genio cada vez que la aprieto para abrochar una hoja y me quejo cuando el maldito gancho no se cierra y me pincho con las puntas.
―Hola, Beatrix Kiddo ―Cuando Sebastián se queda mirando mi agresiva interacción con la herramienta escolar le sonrío, dándole crédito por la broma ―. ¿Ya está el Gringo en la oficina? Preparémonos para el segundo diluvio universal.―Lo dice porque sabe que no es madrugador. Sin embargo, pone los ojos en blanco cuando escucha voces provenientes del despacho de su primo.
―Parece que tiene compañía. ―Le respondo. Saca la lengua y simula un vómito con sus dedos. Me hace reír y es extraño, ya que no se caracteriza por su humor espontáneo y absurdo.
―Esa mina es una piedra en el zapato y él no se la puede sacar de encima.
―No lo veo con ganas de sacársela de encima... ―Siseo con las cejas en alto mientras continúo luchando con la abrochadora.
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"En lo profundo de mi corazón" - Completa
ChickLit¿Creés en el amor a primera vista? Marisol pensó que no era posible hasta que lo vio. A él. Al que sería uno de sus jefes. La atracción fue inmediata; Leandro era un jugador, un tipo cerca de los cuarenta con mucha experiencia en lo que a mujeres r...