Abiel
Las gotas de la lluvia de esa tarde, golpearon con fuerza el ventanal de mi balcón. El cielo poco a poco se estaba oscureciendo, dando la bienvenida a la fría noche.
Bebí un nuevo sorbo de mi chocolate caliente, sintiendo la agradable sensación abrigar mi interior. Ver la lluvia desde el ventanal de mi balcón, arropado entre mantas y cojines, era un panorama increíble.
Era mediados de invierno y las lluvias eran cada vez más seguidas, incluso algunos días caía nieve o aguanieve, por lo que no era muy habitual que personas salieran de casa, excepto para ir al trabajo o a clases.
—Abiel —en cuanto escuché mi nombre, giré enseguida mi cabeza. Mi madre entraba a mi habitación, luciendo su típico delantal rojo de puntos blancos—. Cariño, ¿Puedes ir a comprar naranjas? Tu hermana quiere un jugo de naranjas.
—¿Aún tiene fiebre? —pregunté, dejando la taza a un lado e incorporándome del suelo.
Mi madre asintió.
Hice una mueca y pasé por su lado.
—Iré a verla antes de ir, mamá.
Mi madre tan solo hizo un sonido de aprobación a mis espaldas. Camine los pocos pasos por el pasillo que me llevaba a su habitación, encontrando la puerta abierta.
—Lithy —le saludé, ingresando al cuarto.
Sus castaños ojos me miraron fijamente, mientras me acercaba y sentaba en el borde de su cama, tomando su sudorosa mano por la temperatura de su cuerpo.
—¿Cómo estás? —pregunté, finalmente—. Mamá me pidió ir a comprar naranjas para tu fiebre.
—Lo siento, pequeño... —la suave voz de mi hermana se dejó escuchar entre el fuerte ruido de la lluvia—. Salir con este clima es...
—No te preocupes —le interrumpí. Depositando un pequeño beso con sus nudillos—. Prometo no tardar mucho.
Mi hermana asintió con una pequeña sonrisa y cerro sus ojos para descansar un poco.
Deposite nuevamente su mano sobre el cobertor y me incorpore, dándole un último vistazo antes de abandonar su habitación.
Lithy había cogido un resfriado el viernes, y hoy domingo había despertado con una fuerte fiebre que la dejo en cama. A pesar de que el doctor le prohibió los cítricos por lo delicada de su garganta, ella insistía en que solo el jugo de naranjas le quitaba la sed. Lo cual obviamente produjo que todas las naranjas de la casa se acabaran en menos de 1 día.
Me acerque al ropero al lado de la puerta principal y saque mi abrigo caqui, junto a una bufanda blanca y gorro negro.
—No olvides las botas de lluvia, cariño —llego mi madre a mis espaldas mientras me abrochaba el abrigo.
Asentí, mientras me colocaba el gorro, cubriendo mis orejas.
—Recuerda no agitarte demasiado —me recordaba mi madre mientras ella misma envolvía la bufanda en mi cuello y la ataba en mi nuca—. También no olvides mirar para ambos lados al cruzar la calle.
—Si, mamá —respondí de manera monótona a mi madre.
—Aquí tienes el dinero —me extendió un viejo bolsito mediano donde mi abuela anteriormente guardaba pañuelos. Lo tome y guarde en el bolsillo derecho del abrigo—. No olvides tus guantes, bebé. Con este frío te dolerán los dedos si no los abrigas.
Obedecí a mi madre y enseguida cubrí mis manos con los guantes grises que mi abuela había tejido el año pasado.
Una vez listo, y con las botas de lluvia puestas y el paraguas transparente en mano, me despedí de mi madre.
—Ten mucho cuidado, cariño —beso mi mejilla—. Recuerda no cargar demasiado peso.
Volví a asentir y tras un nuevo beso por parte de mi madre en la mejilla, abrí la puerta principal y abandoné el lugar.
Abrí enseguida el paraguas, escuchando de inmediato las gotas chocar con el plástico.
Las calles estaban en completo silencio, dejando escuchar con mayor precisión la lluvia chocar contra el pavimento. La luz del día ya se había escondido casi en su totalidad, dando la bienvenida a la oscuridad de la noche, junto a los faroles que alumbraban tenuemente las calles del lugar.
Camine a paso lento hacia el puente que dividía el pueblo. En un extremo estaban la mayoría de las viviendas y en el otro, el colegio, junto a hospitales y locales de venta. Era bastante curiosos como el lugar se dividía por un moderno puente que cruzaba uno de los ríos más grandes de la zona.
Apoye mi mano derecha en el barandal del cruce, humedeciendo la tela de mis guantes. Era agradable poder sentir este tipo de cosas, para algunos algo tan básico, y para otros algo tan especial.
Acelere el paso al notar como se estaba oscureciendo más el entorno, mamá se preocuparía demasiado si ve que tardo más de lo debido.
Por suerte llegué al puesto de la señora Lara justo cuando estaba guardando las últimas frutas antes de cerrar.
—¡Hola, Abiel! —me saludó de manera enérgica—. ¿Qué haces tan tarde afuera? Te puedes enfermar.
—Lo lamento —me apresuré a disculparme por la hora—. Lithy está enferma y mamá me pidió comprar naranjas.
La señora Lara asintió con un gesto de preocupación y me lleno una bolsa de tela con naranjas.
—¿Cuánto es? —pregunté al ver que no pesaba la bolsa.
—Hoy invita la casa —sonrió—. Ya después hablaré con tu madre, Abiel. Ahora regresa rápido a casa antes de que la lluvia empeore.
Asentí y tomé la bolsa de naranjas, estaba ligeramente pesada, pero colgándomela del hombro el peso aminoraba.
—Muchas gracias, señora Lara —agradecí—. Buenas noches.
—Buenas noches, pequeño —la mujer hizo un gesto con su mano y continúo guardando la fruta.
Gire sobre mis talones, retomando el camino de regreso.
La lluvia había incrementado ligueramente, así que acelere aún más el paso.
—Cuando llegue a casa, le pediré a mamá que me haga galletas —hablaba solo, aprovechando la soledad del lugar.
Vi un pequeño charco de agua y salte sobre el, salpicando agua hacia mis pantalones. Si mamá me viera hacer esto, ya me habría regañado...
—También le pediré otra taza de chocolatada —seguí soñando despierto—. Y también...
Paré en seco mis palabras al ver una silueta mirando hacia el lago a unos metros delante de mí. Mi cuerpo se frenó también al notar que no estaba tan solo como creía.
Desde mi distancia no podía ver bien el rostro del chico. Pero si note enseguida su ropa.
Llevaba unos pantalones grises anchos y una polera negra manga corta, no logre divisar si llevaba zapatos o solamente andaba en calcetines. Pero era claro que el chico no tenía ninguna protección contra el frío.
—¿Cómo puede su madre dejarlo salir así? —fruncí el ceño—. Se enfermará si continúa tan desabrigado...
Apreté ligeramente el tirante de la bolsa, y retome el camino, dispuesto a decirle al chico que no salga con tan poca ropa en un día de lluvia porque podría coger un resfriado.
—¡Oye! —alce la voz, cuando estaba a menos de 3 metros de distancia—. Deberías abrigarte más o vas a...
Mis palabras se cortaron de golpe en cuanto vi como el chico se subía al resbaladizo barandal, pasando hacia el pequeño muro de cemento que protegía a las mascotas pequeñas de caer al río.
—¿Qué...?
¿Él está intentando...?
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Lazos | BL
RomanceLa vida en un ciclo que tarde o temprano llega a su fin. Pero en algunos casos este ciclo era interrumpido abruptamente. Abiel, quiere vivir. Demian, quiere morir. [Especial San Valentin 2022]