Capítulo 11

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Abiel

Después del calmado viaje en bus que tardo aproximadamente 45 minutos, llegamos al gran hospital principal de la ciudad vecina. Las paredes llenas de vegetación contrastaban de una manera muy linda con la lluvia que había vuelto aquella madrugada y que prometía quedarse por algunos días.

—Vamos, Abiel —habló mamá, entrando de primera al hospital.

Lithy tomó nuevamente mi mano y sin soltarme, me acompaño hasta el interior del lugar. Los tres dejamos los paraguas en un bote que habían colocado en la entrada principal e ingresamos al gran recinto.

Vi como mamá se acercaba al mesón de la recepción, mientras con mi hermana tomábamos asiento a unos metros de distancia del mesón. El lugar no estaba tan lleno como otras ocasiones en que la sesión era más de tarde y eso lo agradecí en silencio.

—Buenos días —escuché a mamá desde la distancia—. Tengo una cita con el doctor Bulnies.

—¡Buenos días! —saludo la recepcionista—. Necesito el nombre del paciente, por favor.

—Abiel Chézy —respondió, mamá—. Viene a su sesión de quimioterapia.

Vi a la lejanía como la recepcionista anotaba unas cosas en el computador, antes de sonreír y dirigirse nuevamente a mamá.

—El doctor los está esperando, acompáñeme por aquí, por favor.

Lithy y yo nos pusimos de pie y acompañamos a mamá, mientras éramos guiados por la recepcionista, caminando por aquellos familiares pasillos anchos que en otras ocasiones se me habían hecho eternos.

Llegamos a la oficina de siempre, de puerta blanca y una linda placa dorada que marcaba la numeración 306 junto al nombre y apellido del doctor. La recepcionista nos permitió el paso y se retiró de inmediato del lugar.

—Buenos días —saludó el doctor desde su escritorio al vernos entrar.

—Buenos días —dijimos los tres al unísono.

—Toma asiento en la camilla, pequeño.

Obedecí en silencio al doctor, soltando la mano de Lithy. Me acerqué a la camilla y con un pequeño brinquito, me subí y senté en ella. Mi madre y mi hermana tomaron asiento en las sillas al lado del escritorio del doctor, mirando todo con notoria concentración como era habitual.

—¿Cómo te has sentido últimamente? —preguntó el doctor, acercándose a mí—. ¿Has tenido dolor más fuerte o náuseas?

Negué con la cabeza.

—¿Pérdida de apetito?

Volví a negar.

—¿Estás siguiendo la rutina alimenticia?

—Al pie de la letra, doctor —interrumpió, mamá.

—¿Dolor abdominal?

—Solo un poco... —respondí.

—Permíteme.

El doctor apoyó sus grandes manos en mi abdomen, por debajo de la ropa, apretando ligeramente el agarre, palpando la zona con suavidad la zona donde había sentido un poco de dolor hace unos días atrás.

—Te noto un poco más delgado desde la última vez —comentó—. Has bajado de peso al parecer.

Me encogí en mi sitio cuando el doctor retiro sus manos. Sus manos cálidas habían dejado un vacío en mi piel que me ocasionó escalofríos por el frío clima.

—La última vez pesabas 42 kilos —dijo el doctor, revisando unos papeles de su escritorio—. Le pediré a la enfermera que después de la sesión te haga unos exámenes y tome tu peso actual.

Vi como el doctor anotaba unas cosas en su computador y luego hacia lo mismo en una hoja que estaban sobre el escritorio.

—La anterior vez, la sesión se vio interrumpida por tus náuseas. Ahora mismos no las tienes, así que posiblemente terminemos bien la sesión —comentaba el doctor mientras escribía—. Sin embargo, aún es muy delicado tu estado de salud.

Vi como a mamá y a Lithy se le cristalizaban ligeramente los ojos. Sabía perfectamente que ellas eran las que más sufrían con mi estado de salud.

—Con los exámenes podremos descartar cualquier anomalía y ver si es conveniente o no continuar con la quimioterapia.

—¿Hay algo mal, doctor? —interrumpió mamá.

—Tengo una leve sospecha de algo, pero... —hizo una pausa—. Mejor eso lo hablamos cuando Abiel vaya a su sesión.

—¿Ya puedo ir? —pregunté.

El doctor asintió.

—Si, pequeño. La enfermera Laura te llevará a tu camilla y ella se encargará de todo.

Asentí y me bajé de la camilla. Lithy se levantó del asiento y se acercó a mí para tomar mi mano nuevamente.

—Yo lo acompañaré —anunció.

El doctor asintió nuevamente y junto a Lithy, abandonamos la oficina. Afuera estaba la enfermera que el doctor había mencionado, quien, con una amigable sonrisa, nos guio hacia la gran sala de quimioterapia, donde había seis camillas vacías. Al parecer era el primero el día de hoy.

Solté la mano de mi hermana y me acerqué a la camilla junto a la ventana, desde ahí se podía ver el jardín del hospital y a la misma vez, ver la lluvia caer sobre el verdoso césped.

La enfermera llegó a mi lado con todos los implementos necesarios.

—Eres un chico valiente, ¿Verdad? —preguntó la enfermera, mientras tomaba la aguja.

Sentí mi brazo ser apretado por el guante que la enfermera ató alrededor para que mi vena se marque. Sin embargo, el pinchazo no fue tan doloroso como en otras ocasiones.

—Gracias —agradecí una vez que la enfermera terminó su labor.

—Cualquier cosa me llaman.

Ambos asentimos y la enfermera se retiró.

Lithy me cubrió con una manta que había sobre la camilla, el ambiente estaba frío, por lo que, con mi mano libre, cubrí las piernas de Lithy con la manta. Ambos podíamos estar cubiertos con la misma manta sin necesidad de ninguno pasar frío.

—Descansa, pequeño —dijo, Lithy, sacando su libro del bolso.

—No quiero dormir...

—¿No quieres dormir? —preguntó mi hermana, extrañada—. ¿Entonces que quieres hacer?

—Quiero que hablemos.

Mi hermana sonrió. Eran pocos los momentos en que en verdad nos dedicábamos a hablar con fluidez sin ser interrumpidos por mamá. Lithy era mi hermana mayor y era, a su vez, mi mejor amiga, en ella confiaba con los ojos cerrados.

—Muy bien, bebé —habló, Lithy, dejando su libro a un lado—. ¿De qué quieres hablar?

Y estaba seguro de que Lithy era la indicada para contarle en lo que he estado pensando estos días.

Lazos | BLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora