Capítulo 22

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Demian

La puerta fue abierta y de ella salió una hermosa mujer, con su cabello castaño atado en una coleta baja, mientras lucia un lindo suéter blanco con ovejitas bordadas, que combinaban de una manera muy linda con sus avellanos ojos.

—Abiel —habló la mujer con una suave voz—. Mamá estaba preocupada, ¿Dónde estabas?

—Lo siento, Lithy —respondió el chico a mi lado, sin soltar mi mano—. Estuve hablando con...

—¡Abiel! —las palabras de mi amigo se vieron interrumpidas por un grito femenino.

Por la puerta, no tardó en aparecer una mujer de contextura menuda y baja estatura, luciendo un delantal rojo de puntos y cargando un abrigo en sus manos. Se notaba molesta.

—¡¿Dónde estabas?! —alzó la voz, una vez más—. ¿Tienes idea de la hora que es?

—Lo siento, mamá —se apresuró a disculparse, Abiel—. Estaba con...

Abiel hizo ademán de querer presentarme, siendo interrumpido nuevamente por su madre.

—¡Suficiente! —le calló—. No quiero saberlo.

—Pero mamá, yo...

—¡Entra a la casa, Abiel! —volvió a interrumpirlo—. ¡¿Cómo se te ocurre retrasarte de esa manera?!

—¡Mamá, déjame explicarte!

—Mamá... —habló finalmente la hermana de Abiel—. Podrías escucharlo primero...

—Silencio, Lithy —sentenció—. No te metas en este asunto.

—Mamá, hay un amigo de Abiel presente... —susurró, Lithy.

Al escuchar las palabras de la hermana de Abiel, decidí romper el agarre de su mano, incitándolo en silencio a obedecer a su madre. Por experiencia propia, sabia como podía terminar un regaño de una madre, y lo que menos quería era que Abiel se viera envuelto en un mal momento por mi culpa.

Abiel no tardó en desviar la atención de su madre, hacia mí, dedicándome una mirada confundida. Era obvio que no esperaba esta reacción de su mamá.

—Ve, Abiel... —murmuré.

—Pero...

Abiel abrió la boca para decir algo más, pero un tirón por parte de su madre lo calló e hizo que ingresara bruscamente al domicilio.

—¡Abiel, por favor! —pidió la mujer.

La madre de Abiel no tardó en cerciorarse que su hijo esté dentro del domicilio, al igual que su hija mayor, antes de cerrar la puerta con un ruido seco. Ignorándome por completo entre la oscuridad de la noche.

Solté un suspiro y tras un pequeño silencio, decidí apoyar mi oreja en la puerta principal para escuchar de lo que hablaban en el interior. Quería asegurarme que Abiel no pase por una situación parecida a la mía.

—¿Por qué hiciste eso, mamá? —escuché la voz de Abiel.

—Lo hice por tu bien, Abiel —respondió la madre.

—Pero podrías escuchar lo que quería decir, mamá —interpuso su hermana.

—¡No, Lithy! —interrumpió su madre—. No lo malcríes por favor, sabes perfectamente que esto lo hago por su bien.

—Pero mamá...

—¡Basta, Abiel! —volvió a alzar la voz su madre—. Entiende que hago esto por tu bien, hijo.

—Era un amigo, mamá —dijo, Abiel—. Pudiste por lo menos esperar a que te lo presente.

—No necesitas más amigos, hijo. Ya tienes a tu grupo.

—¡Pero no es suficiente!

—¡Abiel, por favor! —suplicó su madre—. Estás enfermo, hijo. No necesitas formar más lazos.

Retiré mi oreja de la puerta de madera de golpe, al oír las últimas palabras de la madre de Abiel.

¿Enfermo? ¿Abiel estaba enfermo?

Retrocedí algunos pasos, alejándome lo mayor posible de la entrada a la casa de Abiel, sentía un pequeño pesar en mi pecho, acompañado de un sentimiento de culpa.

Había escuchado algo que no debía, ¿Verdad?

Con mil preguntas en mi mente, retrocedí aún más, para luego girar sobre mis talones y salir corriendo del lugar, dirigiéndome al puente que me llevaría a mi casa.

Abiel estaba enfermo y ni siquiera sabia de que... ¿Eso me hacía mal amigo? No... imposible, recién nos estamos conociendo, es normal, ¿Verdad? Con el tiempo él quizás me lo diga, ¿Cierto?

Lo mejor es no preguntar nada y esperar a que Abiel decida decir algo al respecto. Es lo que un amigo haría, ¿Verdad?

Simplemente, fingiré que no escuché detrás de la puerta, todo seguirá como siempre y... no habrá ningún problema mayor.

Abiel cumplirá su promesa de estar a mi lado y no será necesario que deba contarme sobre su vida.

Si... definitivamente eso sucederá.

¿Verdad?

—¿Verdad, Abiel? —susurré para mi mismo, deteniendo mis pasos de manera lenta.

Abiel está bien, su madre quizás se refería a algún resfriado o alguna enfermedad superficial.

—Si... eso debe ser —me autoconvencía—. No es nada grave...

Mis rodillas se doblaron, provocando que me hincara a medio camino, ahí, a medio cruce del puente, me encogí en mi lugar y abracé mis rodillas.

Abiel era mi primer amigo, mi primer lazo, la primera persona que había tomado mi mano sin malicia y me había brindado ayuda sin pedírsela.

—Abiel es... —susurré, abrazando con más fuerza mis rodillas y enterrando mi rostro entre mis rodillas—. Una persona especial para mí...

Lazos | BLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora