Capítulo 13

82 22 2
                                    

Demian

—¿Algo más, Demian? —preguntó la señora de la verdulería.

Negué con la cabeza.

—Mamá me pidió que lo anotara a su cuenta... —dije con un poco de vergüenza. Sabía que mamá pedía y pedía sin ninguna intención de pagar, y eso en parte me avergonzaba.

—Claro —aceptó la mujer.

—Muchas gracias —agradecí—. Buenas noches.

Tomé la bolsa de tela que mamá me había entregado para hacer las compras y la colgué en mi lastimado hombro, con claras intenciones de regresar a casa antes que la lluvia aumentara y mojara mi ropa. Estoy seguro de que mamá no se preocuparía en tenerme un cambio de ropa si eso sucedía.

—¡Espera, Demian! —me detuvo la mujer—. Necesito preguntarte algo...

—Dígame... —susurré. Eran muy pocas las veces que alguien quería cruzar más de cinco palabras conmigo.

—Sé que no debería meterme, Demian —comenzó—. Pero...

Hubo una pequeña pausa en sus palabras. Tragué saliva un poco más nervioso, ¿A qué venía tanta inseguridad?

—¿Estás bien, Demian? —formuló finalmente la pregunta.

—¿Qué?

—Estás herido, mi niño —aclaró—. Tienes el ojo morado.

—Ah... —sentí mi corazón detenerse por un segundo—. Eso es...

Mis palabras se amontonaron en mi garganta, sin poder decir nada con claridad. A su misma vez, temblé en mi lugar al imaginar los golpes que mamá me daría si le contaba a alguien sobre la situación que vivía.

—So... —tartamudeé—. Solo me caí.

—Demian, ese golpe no se hace con una caída —insistió.

Apreté con fuerza el tirante de la bolsa de tela. Esta situación me estaba dificultando respirar, si seguía así, perfectamente podría sufrir alguna crisis.

—¿Demian?

—¡Estoy bien! —alcé la voz, inconscientemente—. Fui descuidado con la puerta de mi habitación, eso es todo.

—Mi niño...

—Debo regresar a casa —le interrumpí—. Buenas noches.

—Pero, Demian...

Antes de seguir escuchando lo que tenía que decir, giré sobre mis talones y me alejé del puesto comercial.

No vi hacia donde me dirigía, ni tampoco si estaba en la dirección correcta para llegar a casa o no. Hasta que detuve mis pasos en el mismo lugar que tuve mi primer intento de suicidio.

La noche se había hecho presente una vez más, de igual manera que aquel día, la lluvia caía con fuerza, enfriando y nublando el entorno.

Clavé mi vista en el barandal, el mismo en el que me había subido, convencido de que con ello acabaría mi sufrimiento. El mismo sufrimiento al que regrese a causa del chico que, sin pedirle ayuda, me la brindo.

Mire a mi alrededor, dándome cuenta de la soledad que me rodeaba. Si en este preciso momento, intentara por segunda vez mi objetivo, no habría nadie que me detuviera.

No estaría aquel chico.

Apoyé una de mis manos en el frío barandal, mirando desde la altura la corriente del río que había a mis pies. Las luces de los focos del puente se reflejaban de una manera muy bonita sobre el agua, dándole una agradable viveza.

—Él no estaría... —repetí en voz alta.

Sabía perfectamente que esa persona había sido un entrometido. Meterse en mis asuntos sin siquiera pedir permiso o algo, lo sabía, pero aun así...

Se sentía un poco solitario.

Solté un pesado suspiro y retiré la mano del barandal, encaminándome de regreso por el iluminado puente.

—Será mejor regresar a casa —murmuré para mi mismo—. Antes de que mamá se vuelva a molestar.

Vivir con el constante miedo de hacer enojar a mamá era horrible, pero en este preciso momento, la sensación de querer saltar y no tener a nadie que me detuviera, era más horrible.

Lazos | BLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora