Capítulo 23

120 23 3
                                    

Abiel

Cerré la puerta a mi espalda con un golpe seco, estaba molesto y dolido. La actitud de mamá me había dejado mal parado ante mi nuevo a amigo.

—¿Por qué hizo todo eso? —le pregunté a mi almohada, cuando me dejé caer a mi cama y la abracé.

No pasaron ni cinco minutos y mi puerta fue golpeada por tres suaves golpes. Supe enseguida que se trataba de mi hermana mayor, ella era la única que golpeaba tres veces seguidas.

—Pasa —dije.

La puerta de mi habitación se abrió con lentitud y por ella ingreso Lithy, lucia una apenada sonrisa en su rostro y se notaba a leguas que no estaba a favor de nuestra madre.

Se acercó con pasos cautelosos, para, finalmente, sentarse en el borde de mi cama.

—Creo recordar que dijimos que tu amiguito sería un secreto —fue lo primero que dijo.

—Solo quería regalarle un abrigo —aclaré, formando un pequeño puchero.

—¿Un abrigo?

Asentí.

—Demian siempre luce ropa muy desabrigada para el clima en el que vivimos —expliqué—. Quería regalarle el abrigo que ya no uso.

—Ya veo... así que se llama Demian.

Volví a asentir.

—En realidad... —continué—. Recién hoy nos hicimos amigos.

La sorpresa en el rostro de mi hermana no se dejó espera. Era obvio que le impactaba la idea de que le ofreciera un abrigo a alguien que apenas empezaba a conocer. Pero Demian era especial.

—¿Crees que voy muy rápido?

Lithy negó con la cabeza, de manera suave.

—Eres joven, Abiel —dijo, con una sonrisa en su rostro—. No te limites, ni te detengas a pensar si haces algo muy deprisa. Simplemente, vive tu vida al máximo.

—¿De verdad? —esta vez, fui yo quien se sorprendió.

—Solo se vive una vez, Abiel —continuó—. ¿Qué importa apresurar las cosas? Si eso te hace feliz, ¿Cuál es el problema?

—Mamá se molestará aún más.

—Mamá está preocupada por tu salud —explicó, haciendo una pequeña pausa—. Pero ella misma no se da cuenta de que con su preocupación y exigencia, no te deja disfrutar de la vida.

Me incorporé de la cama, dejando la almohada a un lado y tomando asiento al lado de mi hermana, quien no dudo en apoyar su mano sobre la mía y acariciar mis nudillos.

—¿Entonces que debería hacer, Lithy?

—Ser feliz, pequeño —respondió—. Ese chico se ve buena persona, aunque su mirada refleja dolor...

—También lo noté —admití.

—Se ve que es un chico que sufre, bebé.

—¿Tú crees?

Lithy asintió, convencida de sus palabras.

Bajé mi mirada, recordando nuevamente la actitud de mamá.

—¿Mamá está enojada?

—Se le pasará —respondió—. Sabes que ella se preocupa demasiado por ti, cielo.

—¿Es por mi cáncer?

Lithy asintió una vez más.

—¿Crees que, si no estuviera enfermo, mamá seria así?

—Sobre eso... —comenzó, dudando de sus propias palabras—. Mamá siempre ha sido y será estricta en el tema académico, eso no la haremos cambiar jamás. Pero quizás no te limitaría tanto la alimentación y los horarios de regreso a casa.

—Podría ser más libre —murmuré para mí mismo.

—Abiel.

Concentré mi mirada en la de mi hermana mayor, prestándole toda la atención posible.

—¿Demian te hace feliz?

—Si —respondí de manera automática—. Aunque apenas estamos comunicándonos, pero yo...

—¿Lo sientes como alguien especial?

Asentí.

—¿Entonces que esperas, pequeño?

—¿Eh?

—Aprovecha de estar con él. Conversar, reír, divertirse, disfrutar de la vida y formar recuerdos juntos, Abiel.

—Pero mamá...

—Mamá no tiene por qué saberlo —me interrumpió.

—Lithy, mamá, controla mis horarios de llegada, lo acabas de mencionar.

—Eres inteligente, pequeño —dijo, Lithy, desordenando mis cabellos—. Pero aún te falta un poco más de imaginación.

—No te entiendo —admití. Frunciendo ligeramente el ceño.

—Cada día llegas diez minutos después de tu horario de salida de clases.

Asentí.

—Y una vez que llegas, comes algo liviano, o veces no, y luego te encierras en tu habitación a repasar la materia del día, hasta la hora de cenar.

Volví a asentir.

—¿Qué te parece si esas horas que ocupas estudiando, las dedicas a estar con tu amigo?

—Pero mamá lo sabría.

—Ella no entra a tu habitación mientras estudias. Literalmente tienes cuatro horas para divertirte, sales por el ventanal de tu habitación y te saltas la reja del patio, nadie se dará cuenta.

—¿Y si bajo mis calificaciones? —insistí—. Sabes que ella quiere que tenga las mejores notas de la escuela.

El ceño de mi hermana se frunció, seguido de una mueca en su rostro.

—¿Qué prefieres, Abiel? ¿Mantener tu promedio perfecto y hacer feliz a mamá o ser feliz tú?

—Oh...

Sus palabras se repitieron en mi cabeza en forma de eco. Aunque me cueste admitirlo, Lithy tenía razón. Mamá estaba tan concentrada en tener hijos prodigios, que no le importaba quitarle los últimos años de vida a su hijo, con tal de conseguir un cuadro de honor en la oficina del director.

—Quiero... —tartamudeé, aun dudando de mi respuesta—. Ser feliz...

—Esa es la respuesta que quería escuchar.

Los brazos de mi hermana no tardaron en rodear mi cuerpo, acercándome a su pecho y brindándome un reconfortante abrazo.

—Sabes que siempre estaré para ti, pequeño —susurraba, Lithy, mientras acariciaba de arriba hacia abajo mi espalda—. Sin importar nada, siempre te apoyaré y tomaré tu mano hasta el último momento.

—Gracias, hermana... —susurré, sintiendo una pequeña nostalgia, subir por mi pecho.

—Sé feliz, bebé. Tu hermana está aquí para ti.

Fue lo último que escuché antes de sumergirme en su totalidad en el profundo abrazo de Lithy, cerrando mis ojos y dejándome llevar por el momento que ambos compartíamos.

Lazos | BLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora