Capítulo 5

122 28 4
                                    

Abiel

—Oye... ¿Estás bien? —volví a preguntar al ver como cerraba sus ojos y unas lágrimas caían por sus mejillas.

Cerré mi boca al notar como el chico lloraba en silencio. En ocasiones así, a veces era mejor simplemente guardar silencio.

Me dediqué a mirar su cuerpo, estaba demacrado y lastimado. Moretones y rasguños estaban marcados en sus brazos, sus mejillas estaban un poco inflamadas y rojizas, en su cuello había una extraña marca violeta que lo rodeaba por completo y unas suaves marcas rojizas en el borde de sus ojos, posiblemente debido a la irritación después de secar innumerables veces las lágrimas.

Sentí un nudo en el pecho al notar y reconocer unos cortes casi cicatrizados en sus muñecas, ¿Qué fue lo que le sucedió para acabar así?

Continué observando sus facciones suaves y delicadas, gracias a la luz del farol que estaba sobre nosotros, pude notar con claridad sus largas pestañas junto a su desordenado cabello azabache. Aunque debido a que tenía sus ojos cerrados, no podía saber el color de estos. Sin embargo, estaba seguro de que eran de un color bonito.

Sé perfectamente que en un momento así, uno no debería fijarse en el físico ni apariencia de la víctima, pero era inevitable. El chico parecía tener mi edad y la curiosidad de un niño siempre es más grande.

Quise darle un poco de privacidad, después de estar observándolo unos cortos minutos. Clavé mi mirada en la bolsa de tela que ahora se encontraba mojada en el suelo, junto a las naranjas que rodaron por todo el lugar. Mi transparente paraguas también estaba tirado en el suelo junto a las naranjas.

Bajé mi mirada y vi mi ropa mojada por la lluvia y mis pantalones empapados por apoyarme sin miramientos en el mojado cemento.

—Mi mamá me regañará... —susurré para mí mismo—. Pero...

Volví a clavar mi vista en el indefenso y lastimado chico que tenía entre mis brazos.

—No importa...

En cuanto sus lágrimas se detuvieron un momento y sus ojos fueron abiertos una vez más, sonreí con alivio.

Mamá me podría regañar todo lo que quisiera, incluso podía castigarme sin darme mi chocolate caliente antes de dormir, pero nada de eso importaba. Una agradable sensación en mi pecho se formó al darme cuenta lo que había hecho.

Le había salvado la vida a una persona...

—¿Estás mejor? —me animé a preguntar.

El chico miró a su alrededor un poco desorientado, antes de clavar sus ojos en mí.

Negros... sus ojos eran de un intenso color negro, que contrastaban de una manera tan linda con sus ojeras.

—Eso fue muy peligroso —continué—. Si no llegaba a tiempo...

—¡No me toques!

Mis palabras se vieron interrumpidas ante su grito. Su cuerpo se alejó de un empujón de mis brazos, arrastrándose hasta tocar su espalda con el barandal. Su rostro figuraba pánico y miedo, mientras abrazaba su cuerpo y temblaba al mismo tiempo.

—Lo siento —mi disculpa fue inmediata—. Yo solo...

Hice ademán de acercarme al chico.

—¡No te acerques! —volvió a gritar.

Detuve mi acción de golpe.

—No te haré daño... —trate de explicar—. Sé que estás asustado, lamento si actúe muy confiando.

Tomé una pausa para tragar saliva, esta situación no me la esperaba la verdad.

—Solo me preocupe de lo que pensabas hacer —continúe—. No te conozco, pero...

—¿Por qué lo hiciste? —su pregunta salió tan baja y débil.

—Solamente quise ayudar.

—No deberías ayudar si no te lo piden —su voz tomo más fuerza.

Guarde silencio. Tenía razón, eso no se podía discutir, pero...

—La vida es hermosa... —solté, sintiendo mis palabras como un leve desahogo—. No deberías simplemente querer acabar con ella... tienes personas que te aman y estoy seguro de que llorarían si algo te sucede.

—No sabes de qué hablas —atacó—. ¿La vida es hermosa? ¿Personas que me aman? ¡Una mierda!

Me encogí en mi lugar al escuchar su grosería. Alguien de nuestra edad no debería decir esas palabras...

—Tus padres y amigos te extrañarían... —continúe.

—Ojalá fuera así... —vi cómo se incorporaba del suelo con claros ánimos de marcharse.

—¡Espera! —le detuve—. ¿Cómo te llamas? Yo soy Abiel, vivo al otro lado del puente. Si gustas puedes acompañarme a casa y darte ropa más adecuada al clima, con esta lluvia es muy fácil que te enfermes y...

El chico no se inmutó en darse vuelta y mirarme.

—En serio —hizo una pausa a sus palabras—. Deberías dejar de ayudar cuando no te lo piden. Hay personas que realmente viven un infierno y la muerte es su única escapatoria.

Abrí mi boca para responder, pero el chico volvió a retomar su camino, ignorándome por completo.

Vi como a través de la fuerte lluvia, su delgada silueta se perdía entre la lejanía. Sintiéndome ligeramente impotente ante la situación.

—Solo quería ayudar... —le susurré a la nada.

Me levanté con pesadez del suelo, recogiendo las naranjas y mi paraguas, sintiendo toda mi ropa empapada.

—Además —continué hablándole al aire—. Hay personas que si quieren vivir...

Mis palabras se perdieron entre la fría y solitaria noche lluviosa, mientras retomaba mi camino a casa, preparándome mentalmente para el regaño de mamá.

Lazos | BLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora