Tirada en su cama, escuchando música instrumental tremendamente triste, Ryujin
miraba el techo, a la espera de que se cayera encima de una puta vez.Sé sentía como la mierda y todas las noticias que había recibido en ese día la hacían sentir más y más mierda.
Su teléfono sonó por doceaba vez, pero estaba a un metro y medio de el y le pareció demasiado lejos.
Fue a la décima tercera vez que se cansó de que sonara y atendió, se fijó en el nombre de "Choi Jisoo" en la pantalla.
—¿Qué quieres?
—¿Por qué no estás en la sesión de quimio, Ryujin? —Jisoo estaba más que enojada, furiosa, y necesitaba descargarse con todos los insultos que conocía y dirigirlos todos a la razón de su molestia.
—Decidí que iba a dejarlas... Es una perdida de tiempo.
—No. ¿Me escuchas Shin? Yo te digo que no.
—No eres nadie para decirme qué hacer.
—Pues sí, no lo soy. ¿Y qué? Te lo digo igual, imbécil. ¿Qué problema hay?
—¿Por qué me insultas?
—Porque eres una maldita desgraciada, Shin.
¿Tengo razón?Ryujin se mantuvo en silencio varios segundos.
—Pues sí.
—Y si te quedas allí eres una perdedora, de las peores, Ryujin, eres una perdedora pero de las que se rinden, idiota.
—¿Puedes parar?
—No, no quiero, ya me tienes harta y ya empecé esta pelea —replicó. Sin duda estaba quedando como una loca frente a sus compañeros de quimio, que la miraban con ojos muy abiertos—. Shin Ryujin, ¿al menos no vas a venir a despedirte de mí? ¿De todos nosotras?
—Fue un gusto conocerte, Jis-
—Ven y despídete de mí cara a cara, mierda. ¿Que ahora me tienes miedo, o qué? Idiota —escuchaba a su linda chica de gorro apretar la mandíbula—. Ya sabes dónde estoy. ¿Qué mierda estás esperando
—Está bien.
Ryujin colgó, y pensando en ella, se abrigó, y salió de su departamento para pedir un taxi hasta el hospital.
Bajó frente al edificio de aquel gran hospital, pasó hasta llegar a la sala de quimioterapia, dónde está vez, había dos personas, una de las mujeres de antes, un hombre, y Jisoo, quien estaba de pie, de brazos cruzados, en medio de la sala de quimio.
Su ceño estaba fruncido y en sus ojos contenía lágrimas.
—¿Y ahora qué? —preguntó, su gorro no estaba, estaba acalorada furia y se había quedado sólo un con suéter, su corto cabello castaño oscuro estaba a la vista—. ¿Por qué lo dejas? ¿Qué razón estúpida tienes esta vez?
Ryujin la miró un momento, la chica estaba por llorar de molestia.
—Estoy cansada... Mucho, como nunca antes en mi vida, estoy cansada de todo y no quiero hacer nada.
—¿Leíste el folleto de los efectos secundarios de la quimio?
Ryujin asintió.
—Depresión está entre esas cosas, Ryujin, pero no es excusa para dejarte estar.
—Y después... La mujer, que estaba aquí, —señaló un asiento vacío—. No lo logró. ¿Y sabes que es eso? Un recordatorio de que tampoco lo lograremos. ¿Por qué estar aquí de todas formas?
—Porque tú no eres ella, nadie de aquí lo es y nadie dice que no podremos salvó tú misma, Ryujin, te estás arrastrando sola.
Ryujin sorbio su nariz, sintiendo las lágrimas.
—En mis últimas pruebas... Todo salió igual que cuando empecé con esto, nada cambió, y sólo me estoy sintiendo como la mierda para que al final resulte en nada. ¡Nada!
—¡La quimio funciona así! —Jisoo estaba roja de furia—. ¡El que esté igual es una señal de que está actuando! —suspiró de forma pesada—... Si fuera nada seguiría creciendo, pero ahora eso no ocurre, está igual que antes y es luego que empieza a reducirse, que da la casualidad que eso pasaría ahora. ¡Ahora! ¡Y vas a dejarlo ahora!
Ryujin lloriqueó, dejó que las lágrimas corrieran por sus mejillas porque no tenía fuerza para limpiarlas, se sentía horriblemente vacía por dentro y supuestamente todo lo hacía esa quimioterapia.
—J-Jisoo... —murmuró su nombre, bajó su rostro con vergüenza.
La nombrada se acercó a ella con pasos rápidos, tomó su rostro y juntó sus labios en un inesperado beso que dejó a sus dos compañeros de sesión y a las enfermeras que estaban viendo el alboroto, boquiabiertos.
Sus labios se movieron con seguridad sobre los de la más alta, quien respondió, y con mucho gusto, recorriendo los suaves labios de su chica favorita con ganas.
Al separarse, había dejado de llorar.
—Ahora no querrás irte —murmuró Choi, y claro que tenía razón.