Capítulo 3, 2 de Octubre de 2021

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Las cortinas estaban echadas y apenas entraba luz en la habitación cuando llamaron a la puerta. Koutarou gruñó, girándose sobre sí mismo y escondiéndose de nuevo bajo las sábanas. Lo único que quería era que lo dejaran en paz. Tumbado en la cama, apenas había conseguido pegar ojo en toda la noche. Tenía la impresión de que su vida había terminado y de que allí sólo quedaba un cascarón vacío. Sus pensamientos eran una maraña a la que era difícil dar sentido cuando casi no era capaz de distinguir sus emociones de las de Keiji. La tentación de llamarle y suplicar que lo perdonara por haber sido un idiota lo había atosigado desde el mismo instante en el que había bajado las escaleras del apartamento. Koutarou sólo quería que las cosas fueran como antes pero era imposible volver a un pasado que había dejado de existir.

–Kou, ¿quieres merendar algo? –Temari entreabrió la puerta, dejando que la luz del pasillo se colara en la habitación–. Llevas todo el día sin comer nada.

–No tengo hambre–. La mera idea le revolvió el estómago.

Temari suspiró como única respuesta. Últimamente toda su vida parecía transcurrir entre silencios. Todas las promesas sabían a ceniza en su paladar. Koutarou no se movió un ápice, convencido de que su hermana lo había vuelto a dejar solo en la oscuridad de la habitación.

–Sabes que estoy aquí para lo que necesites, ¿verdad? –El colchón se hundió bajo el peso de Temari.

–Lo echo de menos. –Koutarou se sentó, apoyando la cabeza contra el hombro de su hermana. Era demasiado fácil ver la lástima brillando en sus pupilas.

Koutarou se mordió el labio. No era más que un ser pequeño y mezquino. Koutarou odiaba esa parte de sí mismo que envidiaba a su hermana por la relación que tenía con Keiko. Quizá eso era parte de su naturaleza. Siempre condenado a querer más de lo que podía tener. A veces, verlas juntas resultaba demasiado duro cuando habían conseguido ser todo lo que Koutarou siempre había querido construir con Keiji.

–Lo echo mucho de menos. –Koutarou se sentía como un crío de doce años, solo y completamente perdido.

–Lo sé, cielo. –Temari le apartó el flequillo de la cara–. Lo sé.

Koutarou se miró las manos. Estaba seguro que el anillo que aún guardaba en el primer cajón de su mesita de noche en su piso de Osaka se le había quedado pequeño hacía mucho. Casi seis años más tarde, el "no" de Keiji aún pesaba en su estómago. No era como si pudieran casarse pero Koutarou acababa de cumplir veintiún años y por fin era libre para poder cambiarse el apellido sin el permiso de sus padres. Poder al fin ser Koutarou Akaashi era algo con lo que llevaba soñando mucho tiempo pero acababan de subirlo al primer equipo del FC Tokyo. Poder jugar en la Primera División era un sueño. El momento no era el adecuado. La gente haría preguntas y las consecuencias podían ser nefastas. No era como si Keiji no tuviera razón pero el rechazo había resultado demasiado doloroso. Koutarou se había prometido que sólo era temporal. Sólo hasta que hubiese conseguido ser seleccionado para el equipo nacional. Sólo hasta que lo fichara un equipo mejor. Sólo hasta que fuera el As de los Black Jackals. Para Keiji, el riesgo nunca era lo suficientemente pequeño. Su esperanza siempre había sido que una vez Koutarou fuera demasiado viejo para seguir jugando Keiji al fin diría que sí. Ya poco importaba. Las lágrimas pugnaban por salir pero Koutarou respiró hondo. El pelo le caía desordenado sobre la frente y lo notaba sucio por toda la gomina desgastada.

–Si las cosas tenían que ser así, preferiría no haber llegado nunca a las Ligas Profesionales. –Koutarou cerró los ojos con fuerza. Sentía que iba a romperse en pedazos en cualquier momento–. Hubiese vuelto a Tokyo en el momento en el que me lo hubiese pedido. Quizá el FC Tokyo no son los Jackals, pero lo hubiese hecho si era lo que tenía que hacer.

–Keiji no se lo habría tomado muy bien. –Temari suspiró.

–Keiji se lo habría tomado horriblemente mal. –Koutarou rió desquiciado–. Es imposible ganar con él. ¿Pero seguir envenenándose? ¿Por mí? Los sellos son tóxicos y lo sabe. Mi carrera no vale perderle y no puedo

Koutarou clavó la mirada en el techo y respiró hondo, secándose las lágrimas torpemente con la palma de la mano. Temari le cogió la otra mano con fuerza. Las lágrimas parecían no ir a cesar nunca. Salir del armario como deportista profesional era terrorífico pero Koutarou hubiese aceptado las consecuencias si ese era el precio de poder ir cogido de la mano de su novio por la calle. El rechazo de unos desconocidos no iba a cambiar que la gente que realmente importaba ya los aceptaba por quienes eran.

–Sé que me has dicho que no tienes hambre –Temari le clavó el dedo en el costado–, pero Akane me ha ayudado a hacer galletas para animarte así que al menos tendrás que probar una. ¿No querrás decepcionar a tu sobrina, verdad?

–¿Me estás haciendo chantaje con tu hija? –Koutarou intentó sonreír sin mucho éxito–. Siento haber hecho que hasta Akane se preocupe.

–No seas idiota. –Temari se levantó y le ofreció la mano–. No tienes nada que sentir. Es normal que se preocupe. Nos preocupamos todas, pero por nosotras no tienes que fingir que estás bien cuando no lo estás.


Koutarou no necesitaba ser demasiado listo para darse cuenta que su ruptura con Keiji los había puesto a todos en tensión. En todo el día, Keiko apenas había estado en casa y, por la ojeras de Temari, Koutarou no era el único que no había pegado ojo en toda la noche. Koutarou odiaba ser la razón de que todo el mundo estuviera teniendo un fin de semana horrible. Koutarou estaba cansado de pensar. La idea de que todo había sido un gran error lo carcomía por dentro pero por más vueltas que le diera, todos los escenarios que pasaban por su mente acababan llevando a ese mismo momento. Por más que Koutarou quisiera que las cosas fueran diferentes, Keiji era Keiji y eso no iba a cambiar.

–Tío Keiji es un idiota. –Las palabras de Akane lo sacaron de su ensimismamiento.

Los dos estaban sentados en el sofá, la peli de Rapunzel de fondo y la bandeja de galletas casi vacía en la mesita auxiliar. Akane había arrasado con ellas mientras Koutarou estaba demasiado perdido en su mundo.

–Hey, no digas eso. –Koutarou le hizo cosquillas en la barriga hasta hacer que se revolviera entre risas–. Esas cosas no se dicen de la gente.

–Pero no lo digo yo –Akane contestó indignada–. Es lo que dice mami. Si el tío Keiji no te perdona siempre me puedo casar yo contigo.

–Mamá no creo que esté muy de acuerdo. –Koutarou no pudo evitar reír antes la absurdidad de lo que su sobrina acababa de decir.

–Entonces será un secreto entre tú y yo –Akane susurró.

Era extraño darse cuenta que en medio de tanta desolación aún era capaz de sentir otras cosas. La culpabilidad por atreverse a reír lo asaltó, dejándolo completamente perdido.

–No está bien que digas esas cosas del tío Keiji –Koutarou la miró con su semblante más serio–. Tu tío Keiji te quiere mucho y se pondría muy triste si lo supiera. Y no es como si hubiera nada que perdonar.

Akane frunció el ceño sin acabar de entender lo que Koutarou le estaba diciendo. Era difícil explicarle a una cría de cinco años que las cosas nunca eran ni blancas ni negras. Koutarou le dio un beso en la coronilla y dejó que su sobrina se volviera a acurrucar contra él.

–¿Volvemos a verla? –Koutarou sonrió mecánicamente y le dio de nuevo al play. El castillo de Disney apareció en la pantalla.

Koutarou suspiró. No era justo buscar culpables cuando los dos habían dejado que la relación se pudriera entre sus manos. Seguir arrastrando el cadáver de una relación que no los llevaba a ninguna parte les estaba gangrenando las entrañas. Keiji nunca iba a dejar de ser parte de su vida, pero Koutarou iba a tener que aprender a seguir adelante sin él.

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