Capítulo 8

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Koutarou suspiró nada más colgar el teléfono y se bajó la visera de la gorra casi como un acto reflejo. Tras años visitando esa misma cafetería, Kou había aprendido cómo pasar desapercibido. Sentado en una de las mesas del fondo, observaba el ir y venir de la gente cada vez que se abría la puerta esperando ver los rizos azabache de Keiji. Kou no recordaba haber estado nunca tan nervioso.

Ya habían pasado casi veinticuatro horas desde que había encontrado al crío perdido en medio del bosque pero todo seguía pareciendo demasiado surreal. No importaba que, con las orejas ocultas bajo la capucha de una sudadera que le venía demasiado grande y las gafas amarillo chillón ocultándole los ojos, nadie pudiera imaginar que no era como cualquier otro crío.

–¿Quién es Keiji? –Kou-chan preguntó mordisqueando la pajita de su zumo de melocotón, las orejitas puntiagudas de chacal de la sudadera exagerando la curiosidad dibujada en su rostro.

–Un amigo que quizá pueda ayudarnos. –Koutarou lo miró un instante antes de volver a concentrarse en la puerta.

No habían pasado ni cinco minutos desde que había escuchado la voz de Keiji al otro lado del teléfono pero cada segundo parecía una eternidad.

¿Y si no aparecía? Keiji le había colgado incluso antes de que pudiera decirle nada. Quizá se estaba imaginando que los nervios en su estómago no eran sólo suyos.

Era ridículo.

Aki se lo había repetido mil veces la noche anterior. Keiji seguía siendo Keiji. Por muy enfadado que estuviera, no iba a dejarlo tirado. Aunque sólo fuera por el crío, haría todo lo que estuviera en su mano por ayudar.

–Tendría que haberlo pensado mejor –Kou murmuró escondiendo el rostro entre sus brazos.

Keiji iba a matarlo. Kou-chan tendría que haberse quedado en casa de Aki. Kaori no trabajaba ese día y era lo más seguro para todos. Koutarou no era tan imbécil como para arriesgarse a que alguien se diera cuenta de que el crío no era exactamente normal.

Sólo de recordarlos, los chillidos del crío aún conseguían hacerlo estremecer. Kou-chan casi se había quedado afónico, suplicando desesperado que no lo dejara allí. Por un instante, demasiados recuerdos que prefería no desenterrar lo habían asaltado. Era ver a su madre asustada, el desprecio de su padre, la ausencia de Yukino. Kou le había arrebatado demasiadas cosas a ese crío que se agarraba a su camiseta como si fuera lo único que le quedaba en el mundo.

La campanilla de la puerta repicando al abrirse por enésima vez lo sacó de su ensimismamiento. Koutarou alzó el rostro. El mundo se detuvo por completo.

Koutarou era incapaz de apartar la mirada, asustado de que al cerrar los ojos Keiji no fuera más que una aparición. Tras días sin verlo o hablar con él, tenerlo allí casi consiguió hacer que se le saltaran las lágrimas. Koutarou no supo cómo reaccionar. Sus dedos cosquillearon ansiosos por abrazarlo y no soltarlo nunca más.

–¡Hey! –Kou alzó el brazo algo nervioso.

El agotamiento de los últimos días podía verse reflejado en las ojeras tiznando el rostro de Keiji y en la leve mueca de dolor que sólo podía ser señal de una de sus migrañas enseñando los dientes. Koutarou lo había echado tanto de menos.

Una sonrisa iluminó el rostro de Keiji. Las emociones en el pecho de Koutarou parecían ir a estallar en cualquier momento. Kou había sido un imbécil por creer que salir de su vida había sido alguna vez una opción.

–¿Es él? ¿Es Keiji? –Kou-chan se giró poniéndose de rodillas sobre la silla.

Su piel centelleó por un instante cuando los últimos rayos del día se reflejaron a través del ventanal. La curiosidad en su voz resultaba fascinante tras horas de silencios incómodos y nerviosismo.

En un instante, la alegría que Koutarou podía sentir a través del vínculo se transformó en perplejidad.

Koutarou era hombre muerto. Keiji había crecido rodeado de magia. Era imposible que no hubiese notado el olor de la magia de Kou-chan en el mismo instante en el que había cruzado la puerta.

Con pasos rápidos, Keiji se acercó hasta la mesa y le cogió la muñeca al crío, su mirada clavada en el leve fulgor de su piel blanquecina.

–¿Te has vuelto loco? –gruñó intentando contener la ira que Koutarou podía notar hirviendo en su pecho–. ¿Cómo se te ocurre traer a alguien así aquí?

Kou-chan los miró, el pánico dibujado en su rostro, mientras intentaba liberarse de la presa de Keiji. La curiosidad de las últimas horas se había evaporado en un instante. De repente, volvía a ser la rata asustadiza que Koutarou había encontrado en medio del bosque.

–¿Alguien así? ¿Qué querías que hiciera? –Koutarou se levantó como un muro defensivo–. No podía dejarlo solo.

–¡No te estoy diciendo que lo dejaras solo pero alguien podría haberlo visto! ¿Y entonces qué? –Keiji se mordió el labio como cada vez que intentaba contener sus ganas de gritar–. Todo el mundo sabe quién eres. ¡Ni siquiera deberías estar aquí! ¿Alguna vez vas a utilizar la cabeza para algo?

–¡Quizá el problema es que tú la usas demasiado! –Koutarou se arrepintió de sus palabras incluso antes de terminar de pronunciarlas.

–No he venido para volver a pelearme contigo. –El pequeño espasmo de Keiji fue casi imperceptible pero suficiente para saber que había sido un golpe bajo–. Si no me necesitas para nada, puedo irme.

–Keiji, por favor. Sé que no tengo ningún derecho a pedirte ayuda –Koutarou lo cogió de la chaqueta para retenerlo allí–, pero no sabía a quién más acudir.

–¿Por qué no puedes no meterte en líos al menos por una vez? –Keiji suspiró, dejándose caer en una de las sillas libres–. ¿Y si hubiese pasado algo? Tú sabes mejor que nadie lo peligroso que puede llegar a ser un changeling. Ni siquiera sabes si va a perder el control.

–¡Pero no es como yo! ¡Mírale! ¿No lo ves? –Kou se apartó.

Por primera vez, los ojos de Keiji realmente observaron al crío. Cada detalle gritaba la verdad. Sus labios gruesos, la nariz larga, las cejas expresivas y el color plata de los mechones que le caían sobre la frente.

–No puede ser. Es... Es... Pero ¿cómo es posible? Nunca nadie había vuelto. Kou, no tiene ningún sentido, han pasado casi veinte años pero sólo es un crío. Es imposible

–Pero es real. –La desesperación brillaba en su voz–. Es real, Keiji. Es Koutarou. Me confundió con su padre. ¿Verdad que sí, Kou?

Kou-chan afirmó con la cabeza sin apartar la mirada de Keiji. Hecho un ovillo en la silla, daba la impresión de estar intentando desaparecer. Era difícil imaginar que la reacción de Keiji al verlo no hubiese empeorado las cosas.

–Supongo que es innegable que me parezco a él.

–A Temari le va a dar un infarto cuando se entere. –Keiji se agachó despacio hasta ponerse a la altura del crío. La magia vibraba a su alrededor, como la electricidad estática en un día de tormenta–. Te he asustado, ¿verdad? Lo siento.

–Keiji sólo estaba preocupado. –Koutarou cogió al crío en brazos y lo sentó sobre su regazo–. Tiene la mala costumbre de preocuparse demasiado.

El olor a ozono los envolvió por completo, la magia de Keiji acunándolos hasta hacerles olvidar el nerviosismo que los había mantenido en vilo hacía apenas un instante.

–No todos podemos ser como tú –Keiji se quejó dándole una palmada en el brazo.

Koutarou cerró los ojos un instante y se dejó llevar por la sensación de la magia de Keiji bajo su piel.

–Hace cosquillas. –El crío murmuró contra el pecho de Koutarou, medio escondido bajo la capucha de su sudadera.

In BetweenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora