Capítulo 11

55 10 4
                                        

 Koutarou apenas pudo pegar ojo en toda la noche. Al despertar por la mañana notaba el rostro apergaminado. De pie, en medio de la pequeña cocina, observaba la luz parpadeante de la cafetera. Kou-chan seguía enroscado en el futón, cubierto de pies a cabeza. Al mirar la pantalla de su móvil, aún faltaban diez minutos para las siete. Koutarou bostezó, rascándose sobre la tela del calzoncillo. El olor del café impregnó el pequeño apartamento.

–¿Has preparado café? –Keiji preguntó entre bostezos, como si el olor lo hubiese levantado de entre los muertos y se apoyó, clavándole la barbilla en el hombro, mientras observaba el café cayendo lentamente.

Koutarou se quedó paralizado un instante antes de asentir con la cabeza. La maraña de rizos desordenados cosquilleaba contra su mejilla.

–Perdón, es la costumbre. –Keiji sonrió algo avergonzado, rompiendo el contacto.

Algo en su interior gritaba por el tacto de Keiji contra su piel. Por un instante, había sido una mañana como cualquier otra. Koutarou se mordió el labio antes de rescatar otra taza del armario.

–Doble, ¿verdad? –Koutarou preguntó más por costumbre que por otra cosa pese a que ya sabía la respuesta.

–¿Has podido comprar ya los billetes? –Keiji frunció el ceño mientras observaba los contenidos de su nevera–. ¿Tamagoyaki para desayunar te vale?

Escuchar la palabra "billetes" lo devolvió de nuevo a la realidad. No era como si tuviera otra opción cuando en menos de dos semanas tenían su primer partido. Quedarse en Tokio no era una opción pero nunca le había aterrorizado tanto marcharse como en ese preciso instante. Unos días más juntos y quizá podrían arreglar las cosas. Koutarou aún podía notar el cabello de Keiji contra su piel. Juntos siempre habían sido más fuertes. Y ahora que también estaba Kou-chan, no sabía cuánto tiempo más iba a soportar estar a quinientos kilómetros de distancia de lo que más le importaba.

–¿Estás seguro que estaréis bien? –Koutarou clavó la mirada en el mármol de la cocina, incapaz de mirar a Keiji a la cara–. Sé lo mucho que detestas la idea de responsabilizarte de un crío.

–Kou –Keiji cerró la nevera con un golpe seco–, ¿qué es lo que te preocupa? Estaremos bien y no es como si lo estuvieras abandonando. Puedes llamar las veces que quieras y, conociéndote, vas a estar en Tokio cada vez que te juntes con dos días libres. Si pasa cualquier cosa, siempre puedo llamar a Keiko.

Koutarou se mordisqueó la uña. Si fuera tan sencillo no habrían llegado a esta situación pero Keiji era el primero que le había mentido al hacerle creer que todo estaba bien cuando no era cierto. Cuatro años; cuatro años era el tiempo que Keiji le había escondido la verdad sobre sus sellos.

Keiji suspiró, dejándose caer sobre uno de los taburetes de la cocina. El agotamiento parecía haberse apoderado de todo su cuerpo. Perdido en sus propios pensamientos, miró al techo. El silencio era opresivo pero Kou no se atrevió a mediar palabra. Su última discusión seguía demasiado viva en su mente y lo poco que habían conseguido remendar en las últimas horas parecía demasiado frágil para sobrevivir a otra pelea.

–Supongo que te he dado todos los motivos para desconfiar, ¿eh? –Los labios de Keiji dibujaron una mueca de menosprecio–. No es como si necesitaras decirlo para que lo oiga alto y claro. Pero, en serio. Estaremos bien, te lo prometo.

La sinceridad en sus palabras atravesó a Koutarou como una lanza. Sin saber qué hacer, cogió su taza de café y se la llevó a los labios. Aún algo avergonzado, Koutarou miró a su ex de reojo. Sus dedos jugueteaban nerviosos con el asa de la taza.

–¿Llamarás cada día? –la pregunta sonó ridícula incluso para sus propios oídos.

–Cada día. –Keiji le ofreció el meñique en juramento–. Prometido.

In BetweenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora