La vida seguía y el tiempo no esperaba por nadie. En un instante la vida de Koutarou había pegado un vuelco de ciento ochenta grados pero el lunes iba a llegar inexorable y con él los horarios y las obligaciones. Daba igual que se estuviera muriendo por dentro.
Koutarou revisó una última vez que lo llevara todo. Gracias a Dios, Temari lo había ayudado a asegurarse de que no se dejaba nada antes de dar por hecha la maleta. Su cabeza parecía ir en mil direcciones y estaba convencido que, de no ser por ella, se hubiese olvidado la cartera y el teléfono sobre la mesilla de noche.
Su tren salía a las siete y ya iban tarde cuando Temari sacó el coche del garaje. Koutarou bajó las escaleras, su bolsa de deporte colgada al hombro intentando hacer el mínimo ruido posible. Keiko seguía durmiendo y lo último que quería era despertarla cuando no había llegado a casa hasta casi el mediodía. Akane ya estaba atada a la sillita cuando Koutarou se sentó en el asiento del copiloto. Si no encontraban mucho tráfico, apenas tenían media hora hasta la estación.
Temari puso la radio de fondo. Hacía un rato que había empezado a llover. Koutarou observaba las calles en las que había crecido, el parque en el que Keiji y él solían practicar los domingos, la cafetería en la que hacían su frapuccino favorito. Mientras el coche dejaba atrás las calles de Sendagaya, Koutarou no pudo evitar la impresión de estar despidiéndose de su vida. Tokyo estaba atado a Keiji y ahora que ya no estaban juntos no tenía muy claro cuánto tiempo podía pasar hasta que volviera a pisar la ciudad. Algo en él se negaba a reconocer que todo había terminado. En algún pequeño rincón de su mente, Koutarou aún creía que podían arreglarlo. Diez años tendrían que haber servido para algo pero el silencio había sido absoluto al otro lado.
Al bajar del coche, Koutarou no pudo evitar mirar a su alrededor. Durante horas había esperado ver un mensaje, una llamada, lo que fuera pero el tiempo seguía corriendo. Cruzando el lobby de la estación, sus pasos haciendo eco contra el suelo de mármol, sus últimas esperanzas se desvanecieron. Estaba claro que había visto demasiadas pelis románticas si esperaba ver a Keiji corriendo entre la multitud intentando alcanzarlo antes de que desapareciera para siempre de su vida.
Koutarou se detuvo frente a los tornos, el billete en su mano. Apenas quedaban quince minutos para que saliera su tren pero Koutarou aún se resistía a bajar hasta el andén.
–Ni se te ocurra desaparecer de la faz de la tierra. –Temari lo abrazó con fuerza y le dio un beso en la mejilla.
–¿Vas a dejar de recordármelo algún día? –Koutarou cogió con fuerza la correa de su bolsa de deporte–. ¿Cuándo fue la última vez que no te devolví una llamada?
–Cuídate, ¿vale? –su hermana contestó dándole una palmada en el brazo.
Koutarou las abrazó a las dos una última vez y se despidió con un gesto de cabeza antes de cruzar al otro lado. Akane no dejó de zarandear el brazo ni un instante hasta que el descenso de las escaleras mecánicas hicieron que la perdiera de vista.
El sol empezaba a estar bajo en el horizonte cuando al fin el tren dejó atrás los túneles y se adentró en suburbios de casas unifamiliares que tenían que haber visto mejores días. Los postes eléctricos decoraban el paisaje decadente dejado tras la última recesión económica. Era casi una hora de ciudades anodinas, polígonos industriales y naturaleza abandonada hasta llegar a Kanagawa. Koutarou se conocía esos paisajes de memoria. Los había recorrido con la ansiedad de volver a casa un centenar de veces en los últimos cuatro años. Koutarou cerró los ojos y se hundió en el asiento, dejando que la visera de su gorra le ocultara el rostro. No era la primera vez que algún fan lo reconocía en el tren y en ese momento era lo último que necesitaba. Por un instante deseó poder dejarse ir, estirar sus alas y desaparecer. Notar el viento meciendo sus plumas y la tierra húmeda contra sus garras. Koutarou puso una de sus listas de spotify y dejó que a su mente divagar entre la melancolía de todo lo que ya no iba a ser más. Antes o después iba a tener que contarle a todo el mundo que lo habían dejado pero ya habría tiempo. Sólo pensar en tener que explicarse una y mil veces sobre lo que los había llevado hasta allí resultaba agotador. Como un murmullo bajo el sonido de la música escuchó la megafonía anunciando la siguiente parada. Koutarou alzó la vista. En la pantalla pudo ver los kanji de Odawara. No podían quedar ni diez minutos para llegar. En un arrebato, Koutaru se levantó, cogiendo su bolsa del portamaletas.
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In Between
FanficAquí llega la segunda parte de "I'll Stay with You" Koutarou y Keiji llevan diez años juntos pero mantener su relación entre Tokyo y Osaka, la responsabilidad de ser un adulto y el miedo a que el mundo descubra el Gran Secreto de la estrella del equ...