Prefacio

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Comencemos por lo básico: Tengo dieciséis años, soy una hija de Mercurio —supongo que ya estarás familiarizado con todo el rollo de los dioses griegos y romanos que nuestro exitoso portavoz se ha encargado de comunicar— y soy legionaria residente de la Quinta Cohorte. Si, la que ha pasado por tantos períodos de auge como períodos de decaimiento, aunque en estos momentos, estamos bastante estables.

Vayamos al grano, me estoy desviando del tema.

En el Campamento Júpiter, cuando tu padre divino te reclama —por lo general, a los 16— dejas de estar en periodo de probatio y entras a ser parte de la Legión. Aquí es cuando tienes que tatuarte en el antebrazo derecho el símbolo de tu padre o madre junto a las siglas SPQR (Senatus Populusque Romanus); y por cada año de servicio cumplido, se agregan barras justo debajo de las anteriores marcas.

Hasta ahora debes estar pensando que todo va de maravilla, ¿no es así? Que este año me reconocerá mi padre y seré legionaria ¡Genial!. . . Pero, si te dijera que las cosas son así, estaría quedando automáticamente nominada para los adolescentes más mentirosos del planeta.

Este año no comenzaré a ser parte de la Duodécima Legión Fulminata, porque eso lo soy desde hace 10 años. ¿Imposible? Yo también lo creía, al ver a todos los chicos nuevos impacientes por ser reconocidos, mirarme con desprecio. Ellos, mayores, aún no habían conseguido el honor que yo, con unos escasos seis años, ya tenía la posibilidad de presumir.

Un día, cansada de las odiosas miradas y de los cuchicheos, fui a ver a Reyna, pretora de la Legión y también gran amiga mía, para preguntarle cuál era el origen del tormento que estaba viviendo.

—No creo necesario que lo sepas, Kat —dijo Reyna evadiendo mi mirada clavando sus ojos en sus galgos metálicos.

—¿Que no es necesario? Reyna, aparte de Jason, probablemente soy la romana con más barras en su antebrazo —repliqué enseñándole dicha parte bajo la chaqueta de cuero que traía puesta—. Estoy cansada de tantas malas vibras por culpa de este condenado tatuaje. Además, tengo el derecho a saber cómo por Plutón llegué aquí.

—¿Es tanta tu curiosidad? —preguntó Reyna girándose hacia mi suplicante.

Asentí.

—Bien. Te contaré lo que sé —suspiró ella—. Te encontraron a las puertas del campamento una mañana cualquiera mientras hacían la primera guardia. Estabas envuelta en mantas sobre la típica caja de cartón donde abandonan a los niños huérfanos. No teníamos más información sobre ti a excepción de una nota con tu nombre.

«Los campistas no sabían que hacer contigo, pero no tuvieron otra opción más que criarte junto a Jason quien también llegó a temprana edad. No los separaban nunca, eran "Los Pequeños Aprendices". Y al ser entrenados por los mejores espadachines del campamento, terminaron siendo los mejores en combate, aunque tú, Kat, llegaste a ganarle a Jason en un duelo.

«Un día, cuando tenías seis años, mientras estabas en los Jardines de Baco, Mercurio te reconoció como su hija. Te tatuaron el mismo día y a partir de allí, empezó el conteo de años de servicio.

Quedé estupefacta, sin poder moverme, sin palabras. ¿Cómo era posible que todo eso hubiera ocurrido y que yo no lo recordara? ¿Llegar en una miserable caja al campamento? ¿Luchar en duelos desde los dioses sabrán cuando? Eso explicaría mis habilidades con la espada, pero. . .

Reyna tenía los ojos cristalizados, una lágrima rebelde luchaba por salir de su ojo derecho. No se me ocurrió nada más inteligente que lanzarme a sus brazos y dejar que sollozara en mi oído mientras intentaba decir:

—Lo siento mucho, Kat.

A partir de ese día, más y más campistas aumentaron su maltrato hacia mi. Al parecer, alguien había derramado el chisme de que yo no tenía padres a los que acudir cuando me hicieran daño, y eso, era una gran ventaja para ellos.

Pero eso no fue lo que se encargó de deteriorar mi vida, o por lo menos, no en mayor parte; fue el hecho de que Mercurio no había demostrado interés alguno en la hija a la que abandonó sin culpa en frente de un campamento cualquiera; el hecho de que mi madre nunca había venido a buscarme, a preguntarme como me encontraba, a salir de compras conmigo; que sentía que las únicas personas a las que le importaba eran Reyna y Jason. Y todo empeoró en la guerra contra Gaia, cuando Jason desapareció y Reyna se enfocó tanto en encontrarle que me dejó de lado.

Cuando Reyna se fue a Roma, Octavian se hizo con el poder del Campamento Júpiter. Y así, comenzó la peor época de mi vida, que odio recordar pero haré mi mayor esfuerzo para adentrarte mejor en los hechos.

Mi visión de la vida cambió por completo: dejé de sonreír, de reír, de hacer bromas estúpidas. Dejé de ser la chica de Mercurio que todo el mundo tiene por la divertida. Simplemente, cerré mis puertas y quedé encerrada dentro de mi propia miseria, consumiéndome lentamente.

Hasta que aquel chico logró hacerse un lugar en mi vida, logró re-abrir mis puertas, logró devolverle el color a las cosas y recobrar el sentido a la vida. El chico oscuro que intenta ocultarse de los demás, el que ha recibido el famoso nombre de "Embajador de Plutón", el chico que tiene por nombre Nico di Angelo.

No Todos los Hijos de Hermes Sonríen.






No Todos Los Hijos de Hermes Sonríen (Nico di Angelo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora