Capítulo IV

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Kat

Una inmensa sensación de hambre presionaba contra mi estómago. Sentía una pereza digna de una hija de Morfeo, si tan solo no me hubiera perdido el almuerzo y probablemente también la cena, podría haberme quedado allí mismo el resto de mi vida. 

La noche había caído ya. Las estrellas estaban sobre mí cabeza y la Luna saludaba con su tenue luz. Nico y yo habíamos hecho caso omiso de la caracola que había anunciado el almuerzo en la tarde. Al parecer, ninguno de los dos teníamos ganas de estropear la imagen que estábamos describiendo: Dos adolescentes hablando tranquilamente, como si todos los problemas hubiesen desaparecido por una fracción de tiempo.

La tarde transcurrió en simples frases que salían a colación sobre personas idiotas que habíamos conocido durante nuestros días estando en el Campamento Júpiter. Quedaba claro que yo era la que más quejas tenía, aunque Nico no se quedaba atrás. Parecía tener en la mira a aquellos chicos de los que había podido presenciar actos de patanería, y entre ellos —por supuesto— estaban los chicos de la mañana: Lanz Forsyth, Aaron Pollard y Marcus Pesche, de la Primera Cohorte.

Recordé lo que había sucedido en la mañana de ese mismo día: La pelea con los chicos de la Primera Cohorte, cuando Nico me defendió, cuando escuchó atentamente a mi patético lamento que en verdad era una milésima de todo lo que ocurría en mi vida... Negué por lo irreal que parecía.

El otro lado de mis pensamientos estaban dirigidos a lo realmente sorprendida que estaba con la acción de Nico: Se había interpuesto entre la espada de Aaron y yo. Algo que era descabellado teniendo en cuenta que yo era para él una chica de la que no sabía prácticamente nada... O por lo menos así lo creía yo. Y aún así, no pasó de largo haciendo el de la vista gorda. Eso demostraba que de verdad era una persona buena, y no como los romanos lo definían: Alguien frío, sin corazón y que sólo se mostraba amable con Hazel.

Sonreí amargamente al entender que ellos únicamente se sentían amenazados por su presencia y recurrían a la salida más fácil: Hacer daño para sentirse "por encima del resto del mundo".

Obviamente, se tocó un tema inevitable hablando sobre los romanos más idiotas: Octavian. Cuando eso ocurrió, solamente aparté la mirada y dije que él era una persona repulsiva, dejando a Nico algo extrañado por tratarlo de una forma tal vez demasiado "blanda".

Estábamos tan sumidos en nuestra propia conversación, que no nos percatamos en el momento cuando Jason se escabulló cerca a mi espalda sigilosamente y susurró en mi oído:

—¿Conquistando a Di Angelo?

Salté con todos los músculos de mi cuerpo tensados y pegué el grito al cielo. Cuando me recuperé de la sorpresa, me giré hecha una furia hacia Jason quien estaba desternillándose de risa en el suelo limpiándose las lágrimas que provocaba su risa. Nico tenía los labios fruncidos y sus ojos clavados en Jason en una especie de gesto que decía: "¿Es en serio? ¿Eso es lo mejor que tienes?".

—Jamás vuelvas a hacer eso, idiota —dije con la respiración entrecortada mientras agarraba mi pecho con fuerza.

—No pude evitarlo —se disculpó el rubio sonriendo de oreja a oreja—. Vine porque no te vi en el almuerzo y la cena acaba de terminar. Pero no pensé que te fuera a encontrar de esta manera —dijo negando con la cabeza fingiendo estar decepcionado. Luego, me miró serio y continuó—: Dime que por lo menos has comido alguna golosina.

Sonreí nerviosamente ante lo que acababa de  decir. Esa mañana se resumía en haber despertado, hacer el aseo personal, tomar una manzana del comedor, caminar al Campo de Marte y entrenar. Había días de entrenamiento en los que simplemente el hambre no se encontraba en mi vocabulario, me podía valer de una botella de agua durante el día entero. Pero sin duda, mi "resistencia" no duró demasiado hoy.

No Todos Los Hijos de Hermes Sonríen (Nico di Angelo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora