Capítulo XXII

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Kat

¿Has tenido esa sensación de estar quieta, pero de todas formas sentir un vacío como si estuvieras cayendo? Esa es una manera bastante resumida de contarles qué era exactamente lo que sentía. Ya que si me ponía a describirles todo con detalle acerca de lo que veía, olía, oía y sentía desde que entré en el cuerpo de un metalero gigante, no me alcanzarían ni diez millones de eones. Si tienen oportunidad de escapar ante ser comidos por alguien que triplica su estatura, considérense afortunados, porque no es exactamente una experiencia digna de un Resort.

Luego de lo que pareció una eternidad, la negrura que me rodeaba comenzó a dispersarse. Mejor dicho, comenzó a arremolinarse cada vez  más rápido dando visión a una serie de imágenes que pasaban como una película de diapositivas a un ritmo vertiginoso. Y de repente, todo se tornó negro, de nuevo.

No paraba de maquinar preguntas: ¿Qué por Plutón ha sido eso? ¿Erebus a vomitado? ¿Le habrá dado un dolor divino de estómago? ¿El metalero a muerto? ¿Yo he muerto? ¿Aquello era morir? Y la pregunta que para mi era más importante, ¿habré acabado con eso la guerra? ¿o habré muerto en vano?

Y, como respondiendo a todas y cada una de esas preguntas, sentí un vacío de nuevo, pero esta vez estaba cayendo en verdad. Intenté gritar pero mis cuerdas vocales no me lo permitieron, tampoco pude mover un solo músculo. Aletear con mis enclenques brazos tampoco era una opción, por lo que me resigne a lo que siguiera.

En pocos segundos, mi espalda golpeó suelo. Pero milagrosamente no rompí ningún hueso de mi cuerpo, por el contrario, fue como caer sobre una cama elástica. Como si mi ser estuviera hecho de el mismo material del que se hacen los fantasmas. Me levanté forzosamente y miré a mi alrededor para descifrar en qué lugar estaba. Por los coloridos jardines, los abundantes turistas y la cantidad de árboles exóticos no tardé en saber que estaba en Golden Gate Park.

—Katherine. . . —oí decir a mi lado.

Volteé a mirar donde la voz me llamaba. . . pero no era a mi a quien se dirigía. Una pareja de chicos de no más de veinticinco años miraban la gran panza de la chica, ambos estaban absortos en aquel futuro bebé. 

La chica era bastante hermosa, tenía unos ojos verdes y su cabello negro azabache. Su sonrisa demostraba más que pura felicidad. Se veía que de verdad quería al chico a su lado. El chico tenía ojos miel, y su cabello era castaño, iguales a los míos. Usaba unos zapatos que me llamaron bastante la atención: botines Adidas con alitas en los costados.

Oh, esperen. ¿No será él. . .?

—Katherine —repitió la chica acariciando su abdomen—. Así te llamarás. ¿Qué te parece, eh?¿Katherine es un buen nombre? —preguntó dirigiéndose al que obviamente, era mi padre.

—Suena algo serio, ¿Qué te parece. . . Alice? —propuso Mercurio tomando la mano de mi madre.

—No —negó ella rotundamente.

—Bien, entonces Kat se queda —dijo mi padre sonriendo.

—¿Kat. . .? —murmuró mamá pensativa. Luego, sonrió para decir:— Me agrada. Que se llame Katherine y así le dicen como mote Kat.

—Como digas, Emily —dijo Mercurio para luego besarla.

No tuve tiempo para procesar lo que estaba viendo cuando la escena se esfumó, dando paso a otra presentación de diapositivas Rápida y Furiosa. La oscuridad volvió a envolverme, y casi tan rápido como había aparecido, se evaporó a los pocos minutos. Esto ya comenzaba a marearme.

La escena apareció frente a mi de golpe: Mis padres, iguales. No había pasado siquiera un año. La única diferencia, era que mi madre ya no se encontraba en un avanzado embarazo, me tenía a mi en brazos. Estaban peleando, las lágrimas rodaban por las mejillas de mi madre mientras gritaba insultos a Mercurio. Yo lloraba en medio del caos.

No Todos Los Hijos de Hermes Sonríen (Nico di Angelo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora