CAPÍTULO 13

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Los Límites se erigían angustiosamente altos ante la vista de los dos fugitivos. Para Derek, la llegada a meta representaba un triunfo, el punto de partida de una nueva vida; para Vry, era la última etapa de su utilidad. Estaba segura de que la mataría, y a juzgar por las pocas fuerzas que quedaban en su cuerpo, Derek lo conseguiría sin dedicar mucho esfuerzo. No habían hablado en tres días: las palabras ya no resultaban fundamentales para comunicarse y ella se había cansado de prestar oído a sus idioteces.

-Ahora llegan casi hasta el cielo.

Vry desenfundó el último de sus cigarrillos y lo prendió. No iba a dejar la cajetilla sin terminar, para algo la había pagado.

-Saca la tarjeta, patito. Vamos a necesitarla.

El cigarrillo resbaló hacia el centro de sus labios, estupefacta. No entendía cómo alguien podía ser tan estúpido e inteligente a la vez, pero sorprendentemente, Derek lo era; aunque los abismos tecnológicos que le separaban de la vida actual eran colosales, él conocía los recovecos para llegar hasta el conocimiento. Era un sexto sentido la única explicación para ello: lo sabía.

Derek lo había sabido desde el principio. A pesar de intentar ocultarle aquella clave que protegía en el bolsillo trasero de sus pantalones, él la había encontrado. Como si le leyera el pensamiento, le dijo:

-Has pasado mucho dormida, y preferí asegurarme de que no escondías algo con lo que atacarme. –Encogió los hombros haciendo ver que le había resultado inevitable.

Entonces, entendió su verdadera ocupación en aquel viaje. Dejando a un lado lo de ejercer de guía, se había servido de ella como alimento. A estas alturas, ya ni siquiera le dolía reparar en lo que se había convertido, sólo le merecía la pena ver el humo de su cigarrillo subir hacia arriba y perderse.

Sumisa, obedeció la orden que le habían dado, y se aproximó a la minúscula puerta que daba entrada al muro. Fabricada de acero, sin ventanucos, y a su lado, rodeado por un recuadro metálico oxidado, el lector de identificaciones se apostaba fijo en una luz roja que parpadeaba cada cinco segundos.

Vry sonrió cuando elevó la tarjeta y escuchó el bip previo a la apertura de las puertas. Tenía autorización para estar ahí, Klay se había encargado de hacer una buena falsificación, y aunque Derek había sido más inteligente que ella hasta aquel instante, había algo en lo que no había pensado su captor.

Mientras cruzaban la puerta y Derek volvía a cerrarla tras de sí, Vry rezó, rogó a cualquier ser o deidad que quisiera escucharla, sólo le faltaba postrarse.

Su corazón palpitaba con fuerza. Aquel era, como hubiera escrito en la arena de su odiada isla de exilio un náufrago barbudo, su último S.O.S.

La alarma saltó apenas cinco segundos después de la detección de la tarjeta identificativa de Vry. El primero en atenderla fue Devan, que tardó muy poco en dirigir a los agentes a la zona noroeste de los muros si se le comparaba con Lamb; éste cogió su rifle de largo alcance y, mientras salía del despacho, limpió la mirilla con el dedo pulgar. Los nervios por fracasar en este trabajo habían cesado; ahora ya conocía el lugar exacto en el que encontraría al desgraciado que había hecho peligrar su reputación.

- ¿Te vibra el bolsillo?

Charlie hurgó en la chaqueta y alcanzó el comunicador, abriendo los ojos por la sorpresa.

- ¡La han encontrado!

- ¿Está viva? ¿Qué dicen? –Oliver no paraba de preguntar cosas, pero ella le ignoraba. Se plantó en mitad de la calle, deteniendo una moto, y le enseñó la acreditación de los Límites al propietario, que se apeó apresuradamente cediéndole el casco.

3615Donde viven las historias. Descúbrelo ahora