Capítulo 16

580 49 0
                                    

"Estaba muriendo, pero como no vieron sangre no creyeron

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

"Estaba muriendo, pero como no vieron sangre no creyeron."
-Emily Rivera.

DAHIA ROCHET.

Solté todo el aire que contenía, y de manera lenta e intimidante comencé a ponerme de pie sin quitarle los ojos encima a la Reina, quedando con el rostro muy cerca del suyo.

—¿Estás bien? —pregunta susurrando mi amiga.

—Perfectamente —respondo, dándole una sonrisa falsa a la mujer que se encuentra frente de mí.

El silencio invadió en todo el salón y pude detallar por el rabillo del ojo que todos tenían puestos sus miradas en nosotras; en el enfrentamiento que teníamos, pues la tensión era notoria que podía cortarse con una simple daga.

Me separé de ella cuando vi acercarse a dos personas bien vestidas, sin embargo, en mi interior una sensación de tristeza invadió y mis ojos se cristalizaron. Tanto es el peso de la humillación que sentía que algún día iba a renunciar a esta lucha.

—No bajes la mirada —ordenó Carmen, recordándome el consejo que yo misma se la di minutos atrás.

Me lleno de valor y levanto la mirada, encontrando en frente a una mujer muy hermosa y elegante, acompañada de un hombre de edad avanzada que supongo sería su esposo.

—Majestades —saludan los monarcas de Ambái; cayendo en cuenta que los señores son los reyes de Melborn. Ambos señores nos miran detalladamente, hasta que sus ojos se clavan en las esposas que llevamos puestas—. ¿Y éstas damas?

La pregunta la reina hace que Ferrer se muestre incómodo, pasando su peso de una pierna a la otra.

Carmen y yo, hacemos una reverencia de respeto hacia ellos con toda la elegancia que podemos, pues a pesar de todo, fuimos bien instruidas como damas de sociedad, aunque yo particularmente nunca he estado a favor de ser una de esas mujeres sumisas cuando podemos dar mucho más.

—Son esclavas —Es lo que responde la Reina. Mi mente entra en un abismo acogedor cuando deliberadamente obliga a mis ojos buscar la presencia de alguien interesante, y con ello me refiero al hombre que últimamente ha estado invadiendo mis pensamientos.

Cuando por fin logro conectar mis ojos con el azul que poseen los suyos, todo se vuelve lejano a mi alrededor, las voces, la música e incluso el taconeo del caminar de las damas. Es como si no hubiera nada alrededor, solo nosotros conectados con la mirada. No obstante, todo se desvanece cuando el guardia me da un tirón despertándome de mi maravilloso sueño.

Las manos del soberano Henry se encuentran hechas puño y sus labios forman una fina línea conteniendo quizás algún tipo de maldición. Dos hombres lo sujetan cuando tiene la intención de venir hacia nosotras; a uno de ellos lo conozco, sin embargo, el más joven es un total desconocido.

La Elegida del Rey Donde viven las historias. Descúbrelo ahora