Capítulo 11

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HENRY GRENEFELD PAISALLS

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HENRY GRENEFELD PAISALLS.

Luego de aquel aventurero paseo en el reino enemigo, estoy de regreso al palacio. Fui a investigar, pero resulta ser que me lleve la grata sorpresa que la Reina junto con su inservible hijo estaban ejecutando a su propia gente, por el simple hecho de que no querían ingresar en el ejercito que planean tener.

Entiendo perfectamente que cuando se necesita reclutar se pide la colaboración del pueblo, sin embargo, se descarta la participación, cuando en la familia existe solo un hombre, quien es el que trabaja para sostener a la familia.

En el camino fui interceptado por cuatro guardias, quienes quisieron retenerme, y me acorralaron en un campo abierto lejos del palacio, y mucho más del pueblo, por lo que me vi en la necesidad de luchar, a como sea, debía salir vivo de este lugar o todo terminaría.

En mi mente viene el recuerdo de la ligera brisa que ocasionó el paso de una flecha por mi rostro. Esa mujer salvo mi vida, debo admitirlo, aunque me cueste.

—Pero ¿qué te pasó? —pregunta preocupada madre, quien corre a socorrerme como si fuese un niño—. Un día me matarás de un infarto. ¿Fuiste a alguna ejecución o algo así?

—Estaba en Ambái —respondo de manera despreocupada. Mi madre se lleva la mano en la boca, reteniendo un grito.

—¿Acaso te has vuelto loco? —pregunta al borde del colapso—. Roberts —grita desesperada Roberts.

Solo ruedo los ojos ante su exageración.

—Hermana, dime ¿qué sucede? —pregunta mi tío, sin embargo, al ver mi estado, se apresura a acercarse—. ¿Qué te ha sucedido, hijo? No he sabido nada de alguna descarga de estrés.

—Claro que no hizo eso, al contrario. Viajo a Ambái este niño insensato, y arriesgo su vida en el camino.

—¡Basta! No soy un niño, y estoy bien, ya me ven —exclamo ya tambien, a punto de estallar en ira.

—Cuéntame —ordena Roberts. Miro a mi madre, quien se apresura en preparar un recipiente con agua para limpiar la herida que tengo en el brazo.

—La Reina estaba realizando una ejecución con todo aquel que no acepte ser un soldado, sin importar las excusas —explico.

—¡Dios! Pobres —exclama mi madre.

—Muchos de esos hombres son el sustento del hogar, sin embargo, eso a la Reina no le importa. Unos soldados me descubrieron, y me persiguieron. —Una sonrisa surca de mis labios al recordar la ayuda que recibí—, pero logré desligarme de ellos.

—¿Seguro? —interroga mi tío, mirándome fijamente. La sonrisa que tenía automáticamente desapareció.

—No.

—¿Entonces? —inquiere mi madre, mientras rompe el pedazo de tela de mi brazo, para limpiarlo.

—¿Se acuerdan de Dahiana? —asienten—. La condenada me salvo, quise agradecerle, pero huyo del lugar. Además, estaba muy lejos, y yo debía salir de allí.

La Elegida del Rey Donde viven las historias. Descúbrelo ahora