Capítulo 21

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"Los libros ofrecían la promesa de un mundo en el que las personas como yo podrían florecer".
― Chris Offutt

― Chris Offutt

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DAHIA ROCHET.

Hablar con el rey se ha vuelto una situación totalmente devastadora, desalentador. Cada vez que lo intento éste me esquiva y no entiendo porque motivo lo hace, no creo haber hecho nada que implique su distanciamiento. Pero de alguna manera, necesito que me escuche. No puedo pasar ni un minuto más en este palacio, y no es que no esté cómoda. Comparada con mi vida anterior, vivo muy bien, pero admito que se siente un tanto raro que me traten con un respeto similar al que les brindan a los monarcas cuando solo soy una invitada. Y toda esa incomodidad me obliga a pasar muchos ratos fuera del castillo, desde que sale el sol hasta que entra.

Lo he pillado en ocasiones mirarme desde lo alto y cuando simplemente levanto la mano para saludarlo, voltea la mirada y me ignora haciéndome sentir un poco más incómoda de lo inusual. Deduzco que ya estoy sobrepasando los límites e indirectamente me está diciendo que me marche de su majestuoso castillo.

Eso es realmente lo que estoy intentando comunicarle.

Ya está casi amaneciendo y el solo está próximo a salir, no he pegado el ojo en ningún momento. Para ser francos, no lo he hecho desde que mi padre murió, rememorando bajo la oscuridad el recuerdo de como su pecho dejaba de moverse y la luz de sus ojos dejaba de brillar.

Decido dejar de hacerlo. Me levanto perezosamente y me cambio el pijama por un vestido largo, nada elegante, pero tampoco nada sencillo. Un punto medio. Es de color beige, puedo utilizarlo así nada más o adornarlo con algún lazo en la cintura, sin embargo, opto por otra cosa. Por algún motivo el corsé a la vista de color marrón llama mi atención y tal como alguna vez me enseñó mi madre me las arreglo para colocármelo. Aseguro un corsé en el estómago y me ato las botas para finalizar. Si Bianci me viera estaría sorprendida de verme con algo ajustado en mi estómago y solo me queda sonreír por el recuerdo de nuestras travesuras.

Con el cabello no hay más esfuerzos, simplemente me los trenzo a un costado y ya está. Tampoco es que en mis planes esté llamar la atención, ya que desde que pisé el palacio me he vestido con puros pantalones de entrenamiento.

Salgo de la habitación y camino por el extenso pasillo con luces tenues, cruzándome con algunos guardias en el trayecto, pero no dicen nada a pesar de que sus ojos muestran sorpresa. Pongo los ojos en blanco. Sin embargo, no se me pasa desapercibido que sienta esa curiosidad de verme levantada tan temprano, o al menos unas horas antes de lo habitual.

Además, tengo en cuenta que todos aquí están acostumbrados a la otra versión mía, a la que viste de hombre y se comporta como uno. Pero, no me importa, en mi defensa, nunca dejé de ser femenina, me gusta arreglarme y ser halagada, solo que mis gustos en particular, son diferentes, porque como es sabido, además de vestidos y perfumes, lociones, también me gustan las espadas, flechas y los caballos. Prefiero entrenar o aprender de historia, leyes o finanzas antes que tejer o tomarme un té.

La Elegida del Rey Donde viven las historias. Descúbrelo ahora